lunes, 19 de noviembre de 2012

La aportación de Alcalá a la guerra anglo-española de 1779 y al tercer sitio de Gibraltar (II)


     En el mes de junio publicábamos una entrada sobre el ofrecimiento hecho por el ayuntamiento alcalaíno en 1780 para  usar las maderas de sus bosques en la construcción de buques para luchar contra Inglaterra. Hoy traemos un artículo relacionado con el tema, que publicó Fernando Toscano en la Revista de Apuntes Históricos en 1985 con el siguiente título:


OJEADA RETROSPECTIVA A NUESTROS ARBOLES


Fernando Toscano de Puelles 

     Nunca será vana la atención a la majestuosa y rica masa de nuestros árboles serranos. Nos caracterizan, nos dan salud y apoyo económico, engalanan la belleza reconocida del campo alcalaíno. Son como un desafío a los vientos, aireones de triunfo en las eminencias insólitas... Y todo eso, desde siempre. 

     Antiquísimo textos mencionan primitivos astilleros en las costas de nuestro extremo sur peninsular, antecedentes históricos de los actuales. ¿Proveerían a ellos nuestros entonces tupidos bosques, fecundos siempre en útiles especies fagéceas: alcornoques, encinas y quejigos, principalmente? Porque veremos que las distancias o desniveles no arredraron a las antiguos en circunstancias análogas. 

     La enorme arboleda, en rigor, ha disminuido notoriamente. Existen referencias vetustas que contrastan con realidades posteriores. Y a los beréberes, confinados en esas zonas forestales de montaña desde la conquista, se atribuyen sacas abusivas y constantes de las maderas de la zona del Algibe. 

     Pero hemos de ser justos, y reconocer que todos los pueblos aprecian sus espesos montes, que es preciso conjugar el instinto de conservación social con el derecho concreto y racional a servirse del bosque, lejos de la depredación de talas sin control por ilícita ganancia. Reconozcamos que “la devastación ha sido lenta y con fines de utilidad inmediata; ningún pueblo ha entrado en sus montes y ha echado abajo porque sí y por capricho. Las multitudes aman lo suyo como los individuos y lo conservan en tanto que la necesidad no les fuerza a consumirlo” (1). 

     Desde luego puede afirmarse que la legislación de los reconquistadores castellanos de nuestra zona protegía y valoraba (dentro de la mentalidad de los tiempos) la riqueza boscosa. El Rey don Alfonso el Sabio, que ganó Alcalá y lo repobló, resalta el deber del propio Monarca respecto a la tierra: "fazerla poblar de buena gente, e ante de los suyos que de los agenos, si los pudiere aver, assí como de Cavalleros, e de labradores, e de menestrales; e labrarla (...) o para pasturas de ganados, o para leña, o madera, o otras cosas semejantes que han menester los ornes. Otrosí deven mandar labrar las puentes e las calcadas, e allanar los pasos malos (...). E otrosí, que los árboles, ni las viñas, ni las otras cosas, de que los ornes biven, ni los corten, ni los quemen, ni los desarrayguen, ni los dañen de otra manera” (2). 


     Normas de buen gobierno que no siempre se atendieron, sobre todo en la etapa militar fronteriza hispano-musulmana. Con terrible frecuencia quedan consignadas en los documentos coetáneos las incursiones, algaras y «razzias» de uno y otro signo, uno de cuyos objetivos habituales era la tala de árboles y el prendimiento de fuegos para la destrucción de frutos y cosechas. Incluso en la paz, la deforestación no cesa. La construcción solía ser la causa más legítima, pues hasta casi nuestros días, no ya los muebles y útiles del campo, sino las mismas cubiertas eran leñosas, y las escaleras y tabiques de las casas: causa constante y natural de los frecuentes incendios en los poblados. Nada digamos de los incendios propiamente forestales, intencionados o no, plaga que lacera la misma actualidad del contorno. 

     Con todo, el factor decisivo en la disminución de las especies forestales ha sido entre nosotros el carboneo, tanto el planificado como el furtivo, fenómeno ahora amortiguado y capítulo económico importante en el pasado reciente de Alcalá que necesita un estudio objetivo y a fondo. 

     Pero volvamos a épocas más lejanas. Reciente la Reconquista, y en los límites del término, se plantean necesidades de labranza. Dominaba Ronda gran parte de esta serranía inmediata, pues incluso las tierras de los moriscos que primero quedaron en Cortes eran propiedad de aquella gran ciudad. Produciéndose así el hecho de que “los moros que bevian en Cortes no tenían tierras de pan senbrar que fuesen en particular dellos (...), e no solamente los dichos moros de Cortes, mas otros moros de la comarca se entremetían a romper las tierras del pasto común de la dicha cibdad (de Ronda), en que se fallará por verdad que desmontaron e cortaron e destruyeron más de seys mili alcornoques e enzinas e otros árboles para fazer tierras en que senbrasen», atajando Ronda al fin estas enormes cortas al concederles a los serranos «treinta caballerías de tierra en común vista la necesidad de ella” (3). 

     El aspecto acaso más original y simpático de la antigua utilización de nuestros árboles es su destino naval. Aunque la serranía se configura también como una gran reserva de pastos, atrayendo ganados de los pobladores cristianos, “junto con esto será la riqueza de sus bosques lo que la haga apetecible a sus vecinos en busca de dera de construcción, siendo constinuas las rivalidades a lo largo del siglo XV por este motivo” (4). Y no ya para las viviendas, aperos y puentes, sino para empresas cual la construcción naval, que requería los alcornocales, encinas y quejigos del término como dotados magníficamente para tal uso, gozando de antigua fama, y la zona entera, como importante centro exportador (5). Esa función proveedora perduró casi ininterrumpidamente, pues en el siglo XVI, en la lucha contra la piratería, “se rehabilitaron por impulso del mismo don Alvaro de Bazán, el gran almirante, los astilleros en las desembocaduras del Palmones y Guadarranque, y todos los elementos necesarios para la construcción y reparación de naves y galeras de gran porte, aprovechando las maderas de los frondosos bosques del interior. De ellos se extraían gigantescos pinos que se empleaban en las arboladuras sin empalmes de un solo árbol” (6) 


     Prueba la tradicional estima de estos plantíos la Ordenanza de don Fernando VI de 1748 "para la conservación y aumento de los montes de Marina", que recoge la obligación oficial de cuidar “robles, alcornoques, encinas y carrascas» de la jurisdicción de Alcalá de los Gazules, entre otras, "observando las reglas para los plantíos, cría y aumento de estos árboles, por la proximidad con que sus maderas pueden conducirse a los puertos de sus jurisdicciones”. Esta preceptiva fue ratificada en la Novísima Recopilación promulgada por el Rey don Carlos IV en 1805 (6). Bueno será advertir que el Ayuntamiento es propietario de sus Montes por compra que hizo de ellos a la Corona, según lo tiene reconocido la Real Orden de 20 de julio de 1829 del Secretario de Despacho de Gracia y Justicia, inserta en expediente conservado en el Archivo Municipal (7)

     Cuando los ímpetus de los Reyes y la capacidad de los gobernantes abordaron en el siglo XVIII el rearme naval de España, halló a nuestro pueblo presto en el aporte de sus fuertes vuelos serranos. Declarada la guerra para el recobro de Menorca y Gibraltar, a la adhesión del pueblo siguieron decisiones concretas. Consta en el acta capitular de 16 de enero de 1780, que don Juan Díaz de Vega, Regidor Decano en funciones de Corregidor, propuso se ofreciesen al Rey “las catorce dehesas que en su término como suyas tiene esta Villa, por ser éstas y sus arboledas las más apropósito para construcción y composición de los Reales Bajeles y por estar más próximas al Real Arsenal de La Carraca, al Campo y Sitio de la Plaza de Gibraltar y de las Villas de Puerto Real, Chiclana y Ciudad de Cádiz, y que asimismo se brindasen al Rey no sólo todo lo sobrante de los Propios de esta misma Villa, sino también la vida y haciendas de todos y cada uno de sus habitantes”. 

     Acuerdo revelador del patriotismo y del entusiasmo despertado por las medidas guerreras frente a Gibraltar, en un tiempo en que la población misma era frecuentemente transitada por tropas que arribaban al Sitio, a las cuales se facilitaba alojamiento, bagajes y todos los socorros del caso. La respuesta a tanta generosidad queda recogida en los Libros Capitulares, donde se inserta la siguiente carta del Ministro Conde de Floridablanca, desde El Pardo, a 5 de febrero: 

“El Rei N.S. ha oido con mucha satisfacción la noticia del respetuoso ofrecimiento de Vms, se ha dignado de aplaudir su loable celo patriótico, y asimismo el amor que manifiestan profesar a su Real Persona, y ha expresado que quandolas actuales circunstancias lo exijan se valdría S.M. de la buena disposición de Vms. Se lo participo haciendo por mi parte todo el parecio de esta demostración y rogando a Dios guarde sus vidas muchos años. El Pardo a 5 de Febrero de 1780. El Conde de Floridablanca. Sres. Justicia y Regimiento de la M. N. y M. L. Villa de Alcalá de los Gazules” (8). 


     El ofrecimiento no fue vano. Inmediatamente se menciona que el Caballero Oficial don Julián Sánchez Boort estudia la selección de árboles útiles a la Armada, dando ocasión a nuevos gestos de consideración por el Gobierno y de hidalgo desprendimiento por el Municipio, pues pidiendo el Oficial que se designe representante del Concejo en dicha extracción y justiprecio de maderas, el Ayuntamiento acordó “que no se interese cosa alguna por las que necesite cortar el Rey Nuestro Señor y que antes bien la parte de S.M. y en su nombre dicho Comisionado Oficial para dicha cortada, use desde luego de todas las maderas que haya útiles en los referidos montes”. 

     Ya en 6 de abril se efectúan los trabajos de la corta de quejigos para los barcos, acordando el Cabildo dejar constancia de “la honra que esta Villa ha debido al Rey N.S. en haber admitido las referidas maderas sin interés alguno, por lo que en su nombre se den las debidas gracias a S.M. (que Dios guarde)”. 

     Son estas páginas gloriosas, y poco conocidas, de nuestra historia, pero no las únicas al respecto, ya que de nuevo se hizo análogo ofrecimiento en 1793, en la guerra contra la regicida Asamblea de Francia, conservándose expediente especial con carta original del conde de la Alcudia (Godoy), de 8 de junio, agradeciendo en nombre del Rey la oferta de Montes, baldíos y acciones que había hecho el Ayuntamiento de Alcalá. Estos gestos originaron un habitual transporte de maderas por nuestro territorio, y su práctica ha dejado la gloriosa memoria del “Carril de la Maestranza”, aún subsistente. Quién sabe si buques españoles de maderas alcalaínas fueron los decisivos en la reconquista de Menorca y los más heroicos en la gesta de Trafalgar... Gran parte de nuestro arbolado, asentado en suelo de particulares o de propios, conserva todavía aquella gloriosa servidumbre de que sea público su “vuelo”, es decir, sus árboles, reservados y clasificados por los servicios reguladores del Estado, hoy Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA). Desde “el enorme quejigo de la Sierra del Aljibe, que sirvió para hacer los mástiles de las fragatas reales de la Carraca hasta el alcornocal del que sólo Alcalá de los Gazules cosecha 11.000 hectáreas” (9), el monte pertenece a las raíces locales. 


     Incluso localizamos un dato que revela una más moderna vinculación de los grandes conjuntos forestales y nuestro pueblo, esta vez representado en la insigne figura del gran jurisconsulto Pedro Sainz de Andino, cuyo Bicentenario está en puertas: cuando el Gobierno moderado de González Bravo, en 1844, se propuso remediar la decadencia notoria en que se encontraban los montes públicos, acudió a la capacidad casi inagotable del ilustre hijo de Alcalá, encargándole la formación de las disposiciones conducentes a conseguir tal efecto. Sainz, una vez más, proporcionó a la Administración del Estado las bases más urgentes de la necesaria política forestal, en orden a su régimen, conservación y mejora, normas encaminadas a las rectificaciones de las Ordenanzas de montes de 1833, entonces vigentes. 

     Ojalá un día sea realidad ese Parque Nacional del Algibe, conjunto de formaciones vegetales con gran variedad de plantas y adornado también con numerosos paisajes notables por su belleza natural. Sería la salvaguarda definitiva de una riqueza única (ya que el alcornocal es casi en exclusiva variedad de esta tierra), y la garantía de su mejor y más íntegro disfrute científico y recreativo 

NOTAS 

(1) Andrés Giménez Soler; “El problema de la variación del clima...”, Universidad de Zaragoza, 1922. 

(2) “Las Siete Partidas”, Partida II, título XII, leyes I y III. 

(3) Archivo General de Simancas, Cámara-Pueblos, legajo 16. 

(4) Manuel Acien Almanza; “Ronda y su Serranía en tiempo de los Reyes Católicos”. Tomo I, Málaga 1979, página 42. 

(5) M. Lombard; "Arsenaux et bois de marine dans la Mediterranée musulmane (VIII-Xle.siecles)", "Deuxiéme Colloque International d'Histoire Maritime"  , Paris 1958, pp. 53s. 

(6) Los Barrios. Colección “Los pueblos de la provincia de Cádiz”, dirigida por Ramón Corzo, 1984, pagina 41. 

(7) La “Ordenanza” se data en Buen Retiro, 31 de enero de 1748, en la Novisima Recopilación se incorpora al Libro VII, título XXIV, ley XXII (número 69). 

(8) Libro Capitular de Alcalá de los Gazules de 1780, al folio 18. 

(9) VI Jornadas Literarias. Por la Provincia de Cádiz, pagina, I.

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