sábado, 25 de abril de 2020

Alcalá 1800. Historia de la epidemia de fiebre amarilla (III)





      Pero a pesar de todas estas prevenciones y medidas, el cordón sanitario no consigue impedir la entrada de transeúntes en nuestro término, puesto que el propio Comandante General del Campo de Gibraltar recibe noticias de estas violaciones, enviando sus quejas al consistorio alcalaíno en otro oficio que también se atiende en el cabildo del 25 de septiembre: 

“Sre. que se corte la comunicación de gentes forasteras en las casas de los vecinos de esta villa, pena de ba. de presidio a los infractores 

tambien se vio otro oficio del mismo Exmo. sor en el que manifiesta que mediante a noticiarse que varias Personas atropellando las Leyes de la humanidad, y soberano Precepto cometen el grave exeso de admitir en sus casas, cortijos y otros parajes a diferentes que vienen de cadiz y sus Pueblos immediatos y siguiendo en ellos con aumento la mortandad puede resultar el introducirse en los Pueblos del distrito de su mando sufriendo sus vecinos iguales tristes consecuencias” 

      Poco a poco crece el número de víctimas y de enfermos. El riesgo de contagio es tal que prácticamente se paraliza todo. Baste decir que en el mes de octubre no se celebra ningún cabildo y que hasta el propio Corregidor D. Manuel Simó y Solano, olvidándose de que es la máxima autoridad en el pueblo, se queda encerrado en su casa, situada en el castillo. Así lo atestigua el cirujano, José Molina en un interrogatorio posterior sobre el comportamiento de dicho regidor en el tiempo de la epidemia:

“aunque el Corregidor atendió personalmente a los socorros de la epidemia al principio se preservó sin salir de su Casa como un mes en el mayor furor de ella, dejando abandonadas las obligaciones de su ministerio no obstante ser Presidente de la Junta de salud ppca de qe se esperimentaron no pocos desarreglos…” 

    Más esclarecedor aún es el testimonio del licenciado Miguel Moreno González, quien afirma que el corregidor sólo salía para la misa y que intentó huir del pueblo, impidiéndoselo los concejales:

“el Corregor en el tiempo de la epidemia abandonando todas las obligaciones de su ministerio se atrincheró en su casa sin salir mas qe a misa los días de precepto y que havdo venido al principio ordenes de Sor Comandte Genl de Sn roque determinaron los Consejales como legos, combocarlo al Ayuntamto para que se viese su dictamen donde se vió un oficio del Corregor solicitando que el Ayuntamto le diese licencia pa retirarse fuera del termo la qe le fue denegada por su Consejo, pr la qual subsitió el Corregr enserrado en su Casa, sin dar Audiencia a los infinitos clamores del Pueblo por medicinas alimentos y otros socorros corporales, a qe quando mas contestava a algunos por unas ventanas y tal ves a los mas intimos pr los Corredores de la Casa.” 

      Francisco Villanueva por su parte añade que el corregidor ni siquiera abría las ventanas: “le habló desde una pieza de su casa donde asistia qe está en frente, manifestado a voces por la ventana serrando los christales qe no salía a tomar los ayres que corrian.” 

      Definitivo sobre la forma de actuar del corregidor será el testimonio de Nicolás Berrocal, sirviente del mismo, quien llega a afirmar: “que durante la epidemia estuvo este enserrado en su casa de donde no salió para misa ni otra parte sin que tuviese enfermedad alga sino mucho miedo” 

     Ante esta situación, son los demás miembros del cabildo los que se hacen cargo de todo, señalando Villanueva a dos de ellos principalmente: “durante la época del contagio el Corregr se mantubo preservado en su casa dejando al cuidado del Algl mayor y de Villoslada la asistencia a todas ls atencions de la humanidad y el bien ppco (público)” 

      Todo el que ha podido se ha retirado a aislarse en los cortijos en el campo para evitar el contagio, quedando las casas cerradas y siendo algunas saqueadas, a pesar de los esfuerzos de José Antonio Coronado, alguacil mayor, a quien, por cierto, sería de las pocas personas que el corregidor recibía en su casa:

“quando este tgo. (testigo) iba a verlo lo recivia en su vivienda y lo hacia sentar. Que durante el Contagio como los mas de los vecinos pudientes se retiraron al campo se verificó la apertura de algs casas y acaecims de robos lo que no era posible evitar sin embargo de su celo continuo pr ser el único de Justicia qe atendia a ello y los agresores le cogían las hueltas, bien qe no les dejó consumar sus intentos y asi no acaeció rovo de consideron” 

      Como el alguacil mayor no daba abasto para vigilar las casas abandonadas, algunos de los que quedaron en el pueblo se cuidaban de evitar que los ladrones entraran en casas de parientes o conocidos. Este es el caso del mayordomo de Propios, Francisco Durán Troyano, quien ratifica el robo en algunas de ellas:

“durante el tiempo de la epidemia no vio al Corregr concurrir a tomar providencias por el Pueblo (…) ni para inquirir los autores de los robos qe se ejecutaron con apertura de hasta 7 Casas como se vociferaron y entre ellas dos qe estaban al cuidado deste tgo. bien que con la felicidad de qe en sola una faltaron cosas de poco momento, sin duda por no haver tenido lugar los agresores de saquearlas y qe el Corregr se retiró y asiló en su casa sin salir a parte alguna mientras duró el rigor del contagio contestando por las ventanas y Corredor alto a los qe lo solicitavan” 

     Tal sería la situación de desorden y caos que pronto llegan las noticias al Comandante General del Campo de Gibraltar, quien en carta de 16 de octubre acusa a D. Manuel Simó y Solano como culpable de la situación y hasta el Gobernador provincial envía otra carta el día 24 acusando a todos los miembros que componen el cabildo:

“de la falta de actividad, zelo y discresion del Corregr y Ayuntmto de Alcala y de su poca disposon (disposición) a obedecer las provids (providencias) del Sor Comandte Genl del Campo de Gibraltar con respecto a la cituasion de aquel Pueblo, asi en el socorro de los enfermos del contagio como para preservar de él a los sanos y evitar la propagon de la comarca” 

      Tras el cabildo del 25 de septiembre, donde ya faltaron 4 regidores por haberse ido al campo, abandonan el pueblo Juan Benítez Valverde, alcalde ordinario y el escribano de Cabildo, tal como asegura el administrador del hospital Pablo Villoslada “el Corregr en la epidemia se aposentó en sus casas sin salir y que el único Alce ordino qe havia aquel año emigró del Pueblo y lo mismo hizo el Essno de Ayuntamto dn Miguel Manin de la Bastida serrando su oficio” 

     Hablando de escribanos, en el tiempo que dura la epidemia se produce un aumento notable del número de testamentos, más de 80 [24], a pesar de permanecer cerradas las escribanías, siendo algunos otorgados por los enfermos a los curas que los atienden. 

      Otro de los problemas que se presentan con el rápido aumento de fallecidos es el de los enterramientos. Parece ser que en un principio se realiza alguno en el panteón parroquial, justo donde hoy está el salón de actos del Beaterio, puesto que en el listado de fallecidos en la epidemia que se conserva en el Archivo Parroquial, la primera persona apuntada aparece sepultada en dicho lugar:

“Dª Juana Marin, natural de esta Vª Casada con Dn Melchor Ruiz, fallecio en diez y nueve de Septe de mil ochocientos, y se enterró con oficio general en el Panteon de esta Parroquial, recibió los Santos Sacramtos” [25]


     La segunda víctima en la lista es el síndico general del ayuntamiento, José Suarez, aunque no se cita el lugar de enterramiento, sino simplemente que “falleció de la epidemia qe en la misma se experimentó”. A continuación, aparece una hija del anterior, pero a partir de aquí se recogerá como tumba de los cadáveres: “la sanja destinada a el intento”. Esta será precisamente la medida que se toma, enterrar los cadáveres en una fosa común, tanto por la urgencia de enterrar a los fallecidos en la epidemia, sin hacerles siquiera funeral para evitar la propagación tan pronto como murieran, como por la falta de tumbas en las distintas iglesias. El lugar elegido para hacer la zanja es junto a la ermita de San Antonio, primitiva sede del convento de la Consolación de los frailes mínimos en Alcalá hasta 1682 en que pasaron al convento de la Victoria en la Alameda, de ahí que se conociera popularmente como la Victoria vieja. 


     Gracias al testimonio de su mujer, María Caballero, sabemos que será Juan González Cortinas a quien se ponga al frente de los trabajos relacionados con la zanja hasta su fallecimiento:

“su marido tubo al principio de la epidemia de la dirección de la apertura de las sanjas, acopio de las cales, hasta qe le acometió la epidemia de qe murió el dia 1º de Nov.e” Pero como vemos, se habla de zanjas en plural, ya que el número de cadáveres se incrementó tan rápido que hubo que hacer al menos 4 zanjas, tal como afirma posteriormente el alcalde de primer voto, Juan Benítez Valverde, justificando unos gastos, entre otras cosas para: “la apertura de quatro sanjas”. Pero es que además, seguramente hubo que hacer alguna que otra zanja en el campo, pues Villoslada justifica el gasto de 40 reales por una libra de pólvora “qe se imbirtió en dar barrenos y sacar Piedras pa tapar una sanja en despoblado” 

       Por el testimonio de Francisco Villanueva sabemos que para excavar las zanjas se utiliza la mano de obra de los presos en la cárcel, a quienes se les paga 1 real por día, al igual que a la tropa que los custodian:

“fue gasto de la epidemia un rrl de sobre prest qe se suministraba a los Presidiarios y tropa qe paso custodiándolos pa qe hicieran sanjas”. El cirujano José Molina nos cuantifica el número de presos que participan y la duración de los trabajos: “a los Precidiarios qe serian como 20 y a los soldados de sus custodia se les suministrava un rrl de prest o sobre plus y que estuvieron en el Pueblo como un mes” 



NOTAS

[24] Así lo hace constar Fernando Toscano en su libro sobre el Beaterio, pág. 189 

[25] ARCHIVO PARROQUIAL DE ALCALA DE LOS GAZULES. Libro de funerales nº 8. Folio 47 vto y 48.

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