viernes, 31 de enero de 2020

Memorias de un alcalaíno prisionero en la Guerra del Rif (V)



"La Nochebuena de los prisioneros 

Las gestiones de la Cruz Roja 

      Ya en los primeros días de Diciembre empezaron a circular muy gratas noticias respecto a nuestro rescate, afirmando que de gestionarlo se había encargado un organismo tan importante como la Cruz Roja. Esto dio lugar a que los prisioneros nos hiciéramos nuevas ilusiones, contribuyendo a ello en gran parte el hecho de que el general Berenguer escribiera una carta el día 8, confirmando los rumores de que la Cruz Roja iniciaba sus oportunas negociaciones, y que al siguiente día, el 9, nos comunicara el Sr. Almeida que, como delegado de la benéfica institución, comenzaba a trabajar para que pronto recuperásemos la libertad cuantos prisioneros sufríamos cautiverio en Aydir. La Cruz Roja, por su parte, nos enviaba gran cantidad de víveres y muchos donativos, principalmente de Barcelona. En estos trabajos y con estas esperanzas transcurrían los días; pero del poco éxito de las negociaciones da buena idea el hecho de que a medida que pasaba el tiempo era más rigurosa la vigilancia y más severo el encierro. 

Cómo fueron las Pascuas. A oscuras y en ayunas 

      El día de Nochebuena nos abrieron la prisión a las dos de la tarde, y cuando pedimos víveres para hacer la comida, se nos contestó que sólo había un poco de café y azúcar. Tan cruel conducta nos confirmó en nuestra opinión del salvajismo y falta de humanidad que caracteriza a los moros, que, en su refinado afán de venganza, elegían aquel día de paz y de expansión familiar para hacernos más dura e insoportable nuestra esclavitud. En vista de la prisa que nos daba la guardia, hicimos el café rápidamente y lo bebimos corriendo, encerrándonos a las tres de la tarde, mostrándose los beniurriaguel muy satisfechos de que aquel día y aquella noche, tan celebrada por los cristianos la pasáramos sin más alimento que una taza de café. 

      Al llegar la noche y reclamar la vela que diariamente se nos entregaba para alumbrarnos, nos negaron también la luz, dando esto lugar a que los moros se creyeran que aquella noche la pasamos a obscuras y sin cenar, ignorando aquellos miserables que nosotros teníamos escondidos algunos víveres, que nos repartimos como buenos hermanos, y merced a los cuales pudimos hacer más llevadera una fecha que con tanta alegría se celebraba en todas partes y en la que tanto se nos recodaría, en nuestros hogares. 

      El día de Navidad lo pasamos de idéntica forma que el de Nochebuena; pero, en cambio, el día 27 nos abrieron a la hora de costumbre, encontrándonos con que nos habían enviado una vaca, quince o veinte jamones, muchísima fruta seca e infinidad de cajas de dulce, obsequios todos destinados a que nuestras Pascuas fuesen todo lo más alegres posible; pero que nuestros carceleros tuvieron a bien no entregarnos hasta después de aquellas fiestas. 

Esperanzas y decepciones 

      Los aficionados a las noticias sensacionales propalaron por aquellos días especiales como la de que el Sr. Almeida tenía ya ultimadas las negociaciones para el rescate, asegurándose con toda formalidad que para fin de año estaríamos en nuestras casas. Pero, y aun cuando esto ya lo he repetido hasta la saciedad, nuestro régimen de encierro no podía ser más absoluto y continuábamos gozando sólo tres horas de libertad, para hacer nuestra comida y respirar un poco de aire puro. 

      El día 9 de Enero fue sacado de su prisión el comandante Canaluche, y a la media hora volvía diciendo; «He estado en el patio hablando con Idris Ben Said, quien me ha dicho: Todo está terminado; este abrazo que te doy, te lo daré otra vez en la playa, dentro de breves días.» Como la noticia era de tan bueno y autorizado origen, no dudamos un momento y creímos en ella como si sin tratase de un artículo de fe. 

       Aquella misma tarde nos anunciaron la llegada de Abd-el-Krim, que venía del frente, lo que, a nuestro juicio, confirmaba la anterior referencia, porque nos hacía suponer que el jefe de la rebelión venía a liquidar el asunto de nuestra libertad. 

El fusilamiento del comandante Villar 

       Al día siguiente nos comunicaron que Idris Ben Said había salido precipitadamente para la isla. 

       El régimen de encierro se hizo más riguroso, y ello acabó de desorientarnos, comprendiendo que algo grave pasaba, porque parecía respirarse un ambiente de tragedia, para todos inexplicable, y las caras de nuestros guardianes eran aquel día de verdaderos asesinos. 

      Preocupados y entristecidos salimos al campo y notamos que los de la habitación del general salían uno a uno; después fuimos encerrados precipitadamente, y a los pocos instantes sonó una descarga y todo quedo en silencio, comprendiendo que acababa de ocurrir una gran desgracia. 

       Fue al otro día cuando el capitán Ozaeta se nos presentó y dio lectura a una carta dirigida al Sr. Almeida, en la cual le daba cuenta del fusilamiento del comandante Villar y de los motivos que Abd-el-Krim decía tener para ello. 

       El infame caudillo justificaba su crimen diciendo que era una represalia por el fusilamiento de moros efectuado por nuestras tropas en el avance a Drius, cosa completamente falsa, según se ha podido comprobar después. [10]



LAS TORTURAS DEL HAMBRE 

Durante el duelo de cañón 

      Fuera por incidencias de las negociaciones de rescate, o porque los moros, irritados por el avance de nuestras tropas, quisieran hacer un alarde de sus fuerzas, o porque consideraran sencillo apoderarse del Peñón, que izaba todos los días la bandera española bajo el fuego de los cañones que los kabileños habían emplazado en la costa, el hecho fue que se rompió el fuego entre la plaza y la costa. 

       Desde aquel momento, cerrada la isla para toda relación con el Campo enemigo, empezó para nosotros una época verdaderamente triste. Todas las negociaciones de rescato quedaron en suspenso y también se suspendieron los convoyes de víveres que algunas veces llegaban, en parte, a nuestras manos. Teníamos entonces víveres para dos o tres días escasamente. 

       Al día siguiente de haber roto el fuego los kabileños contra la isla se presentó en la bahía de Alhucemas la escuadra española y bombardeó el poblado de Aydir. Este bombardeo, que según nos enteramos luego había causado daños en el poblado, no nos causó a nosotros ninguno, pues tan pronto como empezó el cañoneo, nos hicieron salir nuestros guardianes de la prisión donde nos tenían encerrados y nos llevaron a un barranco, al abrigo del fuego de la escuadra, donde nos hicieron continuar algunos trabajos que el día anterior habíamos emprendido. 

      ¡Días fatales aquéllos en que perdida la esperanza de una pronta liberación, sentíamos amenazada nuestra vida por los propios cañones españoles y veíamos con terror instintivo cómo se avecinaban los horribles martirios del hambre! 

Se acentúa la crueldad del cautiverio 

       No tardaron en agotarse los pocos víveres de que disponíamos. El mismo día en que esto ocurrió nos comunicó Abd-el-Krim, por mediación del capitán Azaeta, que él se encargaría de nuestra manutención y que, además, seriamos trasladados a un poblado del interior de la kabila. Tres días estuvimos esperando este traslado, que, al fin, no llegó a efectuarse, pues nuestros guardianes nos dijeron que se había desistido de hacerlo y que continuaríamos todos en Aydir. 

       En cuanto a la manutención que nos proporcionaba Abd-el-Krim no podía ser más precaria. Consistía en media torta de pan, como de unos cien gramos de peso, una patata y una cucharada de aceite. Veinte días estuvimos sometidos a este régimen de ayuno; veinte días que nos dejaron extenuados y durante los cuales, las bromas que se nos ocurrían para engañar el hambre, y que los primeros días eran muy frecuentes, iban, poco a poco, desapareciendo para dejar paso al más amargo pesimismo. 

      El médico, a quien preguntamos cuánto tiempo podríamos vivir sometidos a aquel plan, nos aseguraba que dos meses; a lo sumo, tres, el que tuviera un vigor y fortaleza excepcionales. 

      Cuando ya había pasado la tercera parte del plazo que el médico ponía a nuestra vida, regresó de Gomata el hermano menor de Abd-el-Krim, que no se distinguía, como su hermano, por el odio feroz con que nos trataba. El mismo día en que llegó y se enteró del hambre que nos hacían pasar, nos hizo entrar aquella noche más pan y cuatro huevos para cada uno. 

      Desde el siguiente día nos aumentaron la ración de pan y nos dieron también tres huevos por individuo, cantidad que ya siguieron dándonos durante todo el tiempo que Sidi-Mehamed permaneció en Aydir. 

      Por desgracia para nosotros, las estancias de Mehamed en Aydir eran siempre cortas, y en cuanto él se marchaba, volvíamos al régimen descrito anteriormente y a sufrir las horribles torturas del hambre. 

      Los soldados, que gozaban de una mayor libertad, solían traer algunas veces un puñado de habas verdes; pero el jefe de la guardia, el feroz Amogar («Torquemada») amenazó con mandar dar cien palos al soldado que diese algo de comer a los oficiales. Sin embargo, a escondidas nos daban algunas habas y yerbas que cogían en los huertos, y que comíamos a medio cocer. 

      Muchas veces, que por temor al castigo no nos daban nada los soldados, recogíamos las vainas de las habas que tiraban al patio, y llegamos en aquellos días inolvidables a buscar los mendrugos de pan y los higos que los moros tiraban a la basura. 

Una manta por tres kilos de tocino 

       Varios soldados nos anunciaron que el mar arrojaba a la playa algunos despojos del vapor correo «Juan de Juanes», hundido por los moros, y que unos moros negros habían cogido varios cajones de tocino, que cambiaban por prendas de vestir y mantas. 

      Aquella noticia me hizo reunir a mi «república», los capitanes Rey y Enrile, y les expuse la probabilidad de obtener tocino a cambio de nuestras mantas. 

—Pero ¿con qué nos abrigamos de noche?— fué la pregunta que surgió de ambos, 

—Lo principal es comer—repuse yo, y acto seguido se acordó enajenar una manta, por la cual nos dieron tres kilos de tocino. 

      Nadie puede imaginarse la alegría con que recibimos aquellos pedazos de tocino. Hicimos en seguida unas sopas, y en mi vida he comido manjar que me supiera mejor que aquel condumio hecho a base de tocino, que jamás había podido comer porque me producía una invencible repugnancia. 

      Mas tarde cambiamos unas camisetas de lana, que gustan mucho a los moros, por unos cuantos huevos, y entonces llegamos al «summum» de la gastronomía. ¡Oh, aquellas sopas de tocino con un huevo escalfado! 

       Con ellas coincidió un poco más de libertad que nos dejaban nuestros guardianes para salir al patio y comunicarnos sin molestias. Pero ¡ay! que todo acaba en este mundo, y aquella época acabó muy pronto, para que empezaran de nuevo los más atroces sufrimientos. [11]



Cómo se hundió el “Juan de Juanes” 

Los rumores de un desembarco 

      Hablé en mi crónica anterior de las cajas de tocino que, entre los restos de «Juan de Juanes», cogieron los moros en la playa y nos vendieron a cambio de algunas prendas de vestir, y hoy he de volver hacia atrás en mi relato para describir los sucesos acaecidos durante el mes de Febrero y los cañoneos, durante los cuales fue echado a pique por los moros el vapor correo «Juan de Juanes». 

       Poco después de los asesinatos del comandante Villar y del capitán Salto, volvió Abd-el-Krim a llamar al capitán Ozaeta y le dijo que sus «sentimientos humanitarios» no le permitían usar procedimientos como el de fusilar oficiales; pero insistió en que se vio obligado a ello por los fusilamientos de moros hechos por las tropas españolas. «Todo lo malo que pueda ocurriros—añadió—será por culpa de vuestro Gobierno.» 

     Desde entonces empezó para nosotros una etapa de verdadero encierro. No salíamos de la habitación más que lo imprescindible; no nos entregaban correo; nuestros guardianes buscaban el menor pretexto para insultarnos y vejarnos. Menos mal que aún comíamos, porque todavía nos traían víveres de la plaza. 

      Del rescate no nos hacíamos ilusiones, porque supimos que al Sr. Almeida le habían dado un destino en la Alta Comisaría y que otra vez quedaban los pobres cautivos completamente abandonados. 

       Así pasó todo el mes de Enero. Ya en Febrero circuló la noticia de un próximo desembarco de nuestras tropas en la bahía de Alhucemas. No he visto nunca más pánico que el que sentían los beniurriagueles ante aquel anuncio. Si en aquellos, días se hubiera efectuado el desembarco, hubiese sido un éxito completo y una operación relativamente fácil, porque los moros no hubieran opuesto resistencia. 

      El tío de Abd-et-Krim, Si Abd-el-Selam, nos visitó un día y nos anunció que mejoraría nuestra situación. Efectivamente, al siguiente día nos entregaron varios correos atrasados y nos permitieron barrer, regar y desinfectar nuestras habitaciones. Pocos días después se reanudó el régimen de encierro casi perpetuo. 

Provocando las quejas de los cautivos 

     En los primeros días de Marzo fuimos sacados de nuestro encierro una mañana y nuestros guardianes nos dijeron que íbamos a cavar una viña de Abd-el-Krim. Efectivamente, fuimos a la viña, que está en una ladera de un barranco, y desde luego vimos que el trabajo no tenía nada de particular, pues éramos 58 hombres y sólo había siete picos para trabajar. 

      Comprendimos que sólo se trataba de humillarnos y de que escribiéramos a España contando las penalidades que sufríamos; pero Abd-el-Krim no consiguió su objeto, porque nadie escribió ni una sola queja. 

     Varias veces trató Abd-el-Krim de conseguir que el general Navarro escribiera a España; pero éste se negó siempre a prestarse a los manejos de Abd-el-Krim, y jamás escribió ni dos letras siquiera para hablar de sus sufrimientos, manteniéndose en la actitud digna y severa que desde el primer día de cautiverio había adoptado. 

El hundimiento del «Juan de Juanes» 

       Una tarde volvió Abd-el-Krim a llamar al capitán Ozaeta para decirle que, en vista del estado en que se hallaban las relaciones con la plaza de Alhucemas, todo barco que trajese material a la isla sería cañoneado por sus baterías. 

      A la mañana siguiente, casi de madrugada, oímos un fuerte cañoneo, y antes de que tuviéramos siquiera tiempo de vestirnos entraron violentamente nuestros guardianes, diciéndonos: «Salir pronto o tener que morir.» 

      Como es de presumir, salimos a la carrera, no sólo por el temor que apuntaban las palabras de los moros, sino también por la curiosidad de ver lo que ocurría. Alsalir al patio vimos que desde el Morro, donde Abd-el-Krim había mandado emplazar algunas piezas, se cañoneaba vivamente a la isla de Alhucemas, la cual contestaba muy certeramente, al parecer, porque al poco tiempo enmudeció una de las baterías rebeldes. 

      Amogar, el jefe de la guardia, nos entregó los seis o siete picos que allí había y nos llevó a un barranco detrás de la casa de Abd-el-Krim, donde empezamos a construir caminos para el traslado de los cañones de un sitio a otro. 

      Próximamente a la una de la tarde corrió la voz de que los cañones de Abd-el-Krim habían echado a pique al vapor «Juan de Juanes». No creímos la noticia, y para comprobar su veracidad pedimos permiso a nuestros guardianes para ir, dos por cada habitación, a recoger algunos víveres que teníamos y un poco de agua, porque en todo el día no habíamos probado bocado. Nos tocó ir al alférez Maroto ya mi. 

      Al llegar a la casa que nos servía de prisión vimos al «Juan de Juanes» que se hundía de proa. No acertaría ahora a describir la emoción que sentimos. A toda prisa recogimos los víveres y el agua que íbamos a buscar, y sofocados y sin aliento volvimos al lado de nuestros compañeros y les dimos cuenta del triste espectáculo que habíamos presenciado. 

      Comimos sin pan, disimulando nuestra tristeza, para que nuestros guardianes no tuvieran otro motivo de alegría. Aquella tarde, al regresar, nos dijo Abd-el-Krim que se ocuparía de nosotros y que nos darían de comer. En efecto, a las diez de la noche se acercaron nuestros guardianes y nos arrojaron al interior de nuestra prisión algunos pedazos de pan de cebada." [12]





NOTAS

[10] 1923 03 01 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V nº 1013 pag 2 jueves 

[11] 1923 03 03 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V nº 1015 pag 2 - memorias de cautivo rif 

[12] 1923 03 07 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V nº pag 2 miercoles

Las fotografías no se corresponden con el artículo publicado en dicho periódico. Proceden de:

- Revista Mundo Gráfico.
-ABC
- http://altorres.synology.me/guerras/1921_annual/02_10_arruit.htm

viernes, 17 de enero de 2020

San Antonio Abad



Ismael Almagro Montes de Oca 

      Hoy que se celebra la festividad de San Antonio Abad, patrón de los animales, vamos a recordar  parte de la historia de la talla que de dicho santo se conserva en la Parroquia. 

       Sabemos que existió una talla en la ermita de la Consolación (actual colegio Juan Armario) sobre la que se funda en 1586 el convento de frailes mínimos y que, al abandonarlo dichos frailes para trasladarse en 1682 hasta el nuevo convento de la Victoria, dejaron en el antiguo una única talla, la de San Antonio Abad. 

      La marcha de los frailes no significó el cierre de aquella ermita, convirtiéndose en el eje en torno al cual empieza a crecer un nuevo barrio, el barrio de San Antonio. Esta iglesia continuó en activo, realizándose en su interior muchos enterramientos e incluso sus aledaños fueron utilizados como camposanto en algunos periodos, como ocurrió en la epidemia de fiebre amarilla del año 1800. A mediados del siglo XIX, concretamente en el segundo semestre de 1840, es demolida por su estado ruinoso, momento en el que la talla del santo con el cerdito debió pasar a la Parroquia, donde continúa, aunque ya ha perdido la veneración que antaño se le profesaba. 

      Sin embargo, hubo una época en la que incluso se le sacaba en procesión. Hablamos de finales del siglo XIX. Así se menciona en un escrito de 1891 en el que el Arcipreste Francisco de Paula Castro solicitaba autorización al alcalde para recorrer procesionalmente con esta Imagen el trayecto hasta su antigua ermita: 

“Hoy a las doce de la mañana si a V. S. no se le ofrece reparo alguno y concede su licencia, saldrá procesionalmente el clero de esta parroquia con la imagen de San Antonio Abad para bendecir los ganados en el lugar que lleva su nombre y según se viene practicando siempre que el tiempo y las circunstancias lo han permitido.”[1]

       Seguramente el mencionado presbítero fuera el impulsor del culto a este santo desde que llegara a Alcalá un par de década antes, aunque parece que con escaso éxito, ya que la solicitud se produce el mismo día de la procesión lo que indica cierta provisionalidad. 



NOTAS

[1] Archivo Municipal de Alcalá de los Gazules. Correspondencia y comunicaciones. Legajo 82. Escrito del 17 de enero

sábado, 4 de enero de 2020

Las lápidas romanas del Castillo



Ismael Almagro Montes de Oca 


      Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, publicado en 1845, recogía la existencia de una lápida con inscripciones en latín en la fachada Oeste del torreón del castillo de Alcalá, con el siguiente texto casi ilegible, ya que la piedra se encontraba bastante deteriorada: 

…KISRNI 
EIUIVIIIIII 
JNPENQS? AA 

      Añadía además que, según se decía, en la cara Sur también hubo otras dos lápidas con inscripciones. 

     Medio siglo después, en 1893, el historiador Sánchez del arco, se hacía eco de la misma información en su Monografía sobre Alcalá de los Gazules. 

     En la actualidad, en el torreón del castillo no existe rastro de ninguna de estas lápidas romanas, que fueron reutilizadas por los árabes en la construcción de dicha torre. 



¿qué pasó con ellas? No lo sabemos. Seguramente alguna pudo acabar reutilizada en construcciones aledañas, aunque una no corrió la misma suerte y hemos conocido parte de lo que aconteció con la misma. 

      A raíz del descubrimiento de un sarcófago fenicio en Cádiz en 1887, se impulsó la creación del Museo arqueológico y dos años más tarde, con objeto de dotarlo de contenido, el presidente de la Comisión provincial de dicho museo, Cayetano del Toro, que había tenido noticias de la existencia de lápidas en el ayuntamiento alcalaíno, envió una carta el 2 de enero al alcalde solicitando se remitiesen a Cádiz. 

      En la contestación que hizo el alcalde, Antonio Sánchez González, tenemos qué sucedió con esta lápida romana: 

“Esta alcaldía debe manifestar a V. E. en contestación a su atento oficio de 2 de Enero ultimo referente a que se manden al museo arqueológico de la Provª las lapidas que existan en este ayuntº; que desgraciadamente no se conserva mas que un canto que se desprendió efecto de las lluvias torrenciales de estos últimos años, de la esquina que mira al Sur del antiguo Castillo situado en lo más elevado de la Coracha el que en una de sus caras tiene una inscripción de caracteres romanos ininteligibles en la mayor parte leyéndose bien.” 



      Así pues, la lápida se cayó por culpa de las lluvias y se guardó en el antiguo Ayuntamiento, en la Plaza Alta. 

      Nada más hemos podido averiguar. Desconocemos si la lápida fue enviada finalmente a Cádiz o si por el contrario permaneció en las Casas Consistoriales, y en tal caso, cual fue su destino final. ¿Es tal vez la misma que apareció en los años 80 del siglo XX en la remodelación de la casa de la calle Miguel Tizón que linda con el antiguo Ayuntamiento? Recordemos que dicha casa albergó el depósito o cárcel municipal y bien pudo pasar de una dependencia a la otra. 



     Como curiosidad, añadir que el 15 de julio del mismo año, desde el museo arqueológico se pidió la remisión de una lápida con inscripciones árabes, objeto intrigante por desconocido en la Historia local.

NOTAS

Archivo Municipal de Alcalá de los Gazules. Correspondencia y Comunicaciones. Legajo 81