sábado, 21 de diciembre de 2019

El submarino de Isaac Peral


Ismael Almagro Montes de Oca 



       Seguramente muchos se preguntarán qué tiene que ver la Historia de Alcalá con el submarino de Isaac Peral y la respuesta es bien sencilla: el día en que oficialmente salió el submarino a mar abierto por primera vez, el 7 de junio de 1890, había un alcalaíno presente, el alcalde, D. Antonio Sánchez González. 

     El submarino, que fue botado el 8 de septiembre de 1888 en la Carraca, estuvo largo tiempo haciendo una serie de pruebas en el dique, hasta que se organizó la prueba oficial de su salida al mar. 


     Después de la botadura, el presidente de la Diputación Provincial envió una carta al alcalde invitándole a las pruebas oficiales: 

“Proximas a verificarse las pruebas oficiales del buque submarino construido recientemente bajo la dirección de su inventor el ilustre marino Don Isaac Peral, y habiendo dispuesto en su virtud la Excma Corporacion provincial fletar un buque con objeto de que conduzca a los invitados al sitio en que aquellas han de efectuarse, tengo la honra de invitar a V. S. en representación del Ayuntamiento que dignamente preside al efecto d que si lo tiene a bien se sirva trasladarse a esta Capital para presenciar dicho acto contribuyendo con su presencia a su mayor solemnidad; esperando de la atención de V. S. me manifieste oportunamente si acepta esta invitación a fin de que se la participe el día que se designen para las referidas pruebas oficiales. 

Dios guarde a V. S. muchos años 

Cádiz 8 de marzo de 1889 

El Presidente 

Cayetano del Toro” (1)



      La Corporación alcalaína acordó su asistencia por medio de la representación del alcalde. 

NOTAS

(1) Archivo Municipal de Alcalá de los Gazules. Correspondencia y Comunicaciones. Legajo 81.




sábado, 14 de diciembre de 2019

La Restauración de la Iglesia Parroquial de San Jorge


(Artículo publicado en la  Revista Sauzal. Febrero 1991)

Manuel HERMIDA RABEL 
Párroco 


     Hace algunos años, entrar en la Iglesia de San Jorge, de Alcalá de los Gazules, era vivir momentos de verdadera preocupación y miedo. Miedo por el peligro que suponía que aquel vetusto edificio, en situación de abandono de años, se derrumbara; y que con él se perdiera, reducida a escombros, la que por siglos fue la cuna espiritual de todos los alcalaínos. Aún recordamos el caer sobre los cubos del gotear de la lluvia, que no dejaba ni oír la Misa, ya que el ruido que hacía podía más que los rezos de la gente o los sermones del Cura. 

«Hay que hacer algo». «Hay que moverse». Fue el clamor unánime. Y efectivamente se comenzó a actuar. 

      En 1979 los dirigentes provinciales de UCD prometen la realización de las obras, que habrían de correr a cargo del MOPU (Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo); sin embargo el tema no prosperó. Después de un largo paréntesis llegamos al año 1981 en que el actual Alcalde, Luis Romero se interesa por el tema, junto con el entonces concejal del Ayuntamiento y hoy Delegado de Gobernación, José Luis Blanco, llevándose a cabo nuevos estudios y gestiones ante los organismos competentes, que culminarían con la declaración de dicha obra como «Obra de urgente conservación de un Bien de Interés Cultural». Desde aquí comenzamos a caminar. 

      Un magnífico escrito de la pluma de Fernando Toscano, publicado en el suplemento dominical del Diario de Cádiz, de fecha 5 de Enero de 1986, despierta en los ambientes culturales de la provincia de Cádiz la idea de que son necesarias y urgentes dichas obras. 

      Por encargo del obispado se hace un proyecto de restauración redactado por el arquitecto Juan Manuel Gil Fernández, del que se envían tres copias y demanda de ayuda a la Diputación Provincial, al MOPU y a la Delegación de Cultura de la Junta, que por entonces comenzaba a asumir competencias en el tema. De todos los organismos citados, es la Junta la que nos da respuesta, y ante la que se empieza a mover la cuestión por los ya citados Luis Romero y José Luis Blanco; por fin, empezaba a haber buenas esperanzas. 

      El día 1 de marzo de 1987, el Correo de Andalucía hace público en un artículo el Plan de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, de restaurar 88 monumentos en las ocho provincias andaluzas, por valor de 1.300 millones de pesetas, de los que 146 se tiene previsto invertirlos en la provincia de Cádiz. Entre los monumentos elegidos se encuentra la Iglesia Parroquial de San Jorge. 

      En Mayo de 1987, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía aprueba la realización de las obras, y en Octubre de ese mismo año se adjudican a la empresa «Procedimientos Técnicos de la Construcción, S. A.» de Madrid. El presupuesto de las mismas asciende a 24.064.497 ptas. Hay que advertir que sólo incluían la sustitución de la cubierta, que era lo más urgente. 

      Una inmensa grúa de unos 35 metros de altura, que va a servir para la reparación de los techos, es lo primero que llega al pueblo, en Abril de 1988, alrededor de las fiestas de San Jorge. Meses antes, por orden del Sr. Obispo, de acuerdo con la Delegación Provincial de Cultura, se cierra al culto la Iglesia, para facilitar los trabajos que se van a realizar. 



      En el mes de Noviembre del mismo año quedan paralizadas las obras. 

      Esto nos hizo vivir una situación extremadamente crítica, pues nos cogió todo el invierno con las cubiertas quitadas, creando una grave situación de peligro. Fue entonces cuando pusimos el movimiento todos los recursos de presión posibles. Varias notas de alarma aparecieron en la prensa; podemos destacar entre otras, la del Diario de Cádiz, de fecha 9 de Julio de 1989. 

      Hay que reseñar también el esfuerzo realizado por el Alcalde, Luis Romero, que llevó a cabo durante este tiempo un verdadero bombardeo de telegramas y llamadas telefónicas a la empresa constructora y a la Delegación Provincial de Cultura, pidiendo la reanudación de dichas obras. 

      A finales del verano de 1989 y aprovechando la estancia en El Puerto de Santa María, para clausurar unas jornadas de turismo, del entonces Presidente de la Junta, José Rodríguez de la Borbolla, acudimos a entrevistarnos: el Alcalde, Luis Romero, encabezando una Delegación Municipal, y yo mismo en representación de la Parroquia. 

       En dicha entrevista, el Alcalde planteó al presidente la gravedad de la situación y expuso la postura municipal de encargarse directamente el Ayuntamiento de la contratación de una nueva empresa y asumir los gastos que ello pudiera conllevar; pero no se estaba dispuesto a que las cosas siguieran como estaban. 

      La respuesta del Presidente fue clara: «En 24 horas se soluciona el problema». Efectivamente, el día después, técnicos de la Delegación Provincial de Cultura se personan en la Parroquia y hacen una evaluación de los trabajos realizados y de los que son precisos acometer. 

      Las obras se van a realizar por vía de emergencia y no sólo abarcarán la terminación de la techumbre, sino el saneamiento exterior e interior de los muros, gravemente deteriorados por la paralización de las tareas. 



      Hay que añadir también que ese mismo día de la entrevista, por la mañana, y con motivo de la inauguración de la Escuela Taller «El Alcornocal», tuve un encuentro con el Sr. Ministro de Trabajo, Manuel Chaves, que presidía dicho acto, le expuse la situación, le hice entrega de un documento sobre datos históricos-artísticos de la Parroquia y le rogué mediara ante la Junta, para que se reanudaran dichas obras. Sé que lo hizo. 

       El 11 de Noviembre de 1989, aparece una nota en la prensa en la que se dice que la Junta ordena el reinicio de la restauración, que los trabajos se adjudicarán a la empresa «TEXSA», bajo la dirección de los arquitectos Juan M. Gil Fernández y Carlos Sánchez Morate; y que el presupuesto total librado de la primera fase es de 16.640.000 pesetas, y de 18.080.000 pesetas la segunda. Casi inmediatamente comienzan las obras. También se llevan a cabo trabajos de protección de altares y objetos de valor, para preservarlos de posibles deterioros. Todo sigue a buen ritmo. 



      Hay que destacar varios hechos relacionados con la restauración de la Iglesia Mayor Parroquial: en primer lugar, el expediente incoado declarando «Bien de Interés Cultural» a la Iglesia de San Jorge en Septiembre de 1989; y la negociación entre el Ayuntamiento y el Beaterio, a través del Obispado, para canjear la edificación adosada al Templo, por otra vivienda, y llevar a cabo trabajos de ampliación de la Plaza Alta y la liberación de la fachada de la Iglesia. 

      También tenemos que destacar la restauración de la portada de San Juan, a cargo de la Escuela Taller de la Expo 92, cuya gestión hay que agradecer a Juan J. Ruiz Márquez. 



      No podemos dejar atrás el tema de la instalación del alumbrado eléctrico, obra de la Empresa Pedro Montes de Oca, con un presupuesto de dos millones de pesetas, de los cuales la mitad ha sido costeada por la Caja de Ahorros de Cádiz y esperemos que dicha entidad abone la otra mitad, que aún queda pendiente de pago. 

      Nos queda el día grande, el de la Inauguración; y aun cuando quedan pendientes algunas pequeñas cosas por hacer, confiamos en que con la ayuda del pueblo se llevarán a cabo. 

      También me consta, que la Delegación Provincial de Cultura tiene anotadas tres importantes obras por realizar, una vez hecha la apertura al culto de la Iglesia: la restauración de la portada de San Jorge, el campanario y el órgano. 

      Pero el día en que la Iglesia Parroquial abra sus puertas al pueblo, nos llenaremos de incontenible gozo al ver nuestro principal monumento, en la cima del bello monte de Alcalá, como faro de la fe de sus habitantes, y guía de un pueblo, plagado de bellezas naturales e históricas.



sábado, 7 de diciembre de 2019

Las calles de Alcalá y sus nombres. Evolución histórica (IV)




LAS MONJAS 

      La historia de la calle Las Monjas es muy peculiar, puesto que con este nombre se conoce a la que en tiempos pasados llegó a ser tres calles distintas. El primer tramo, desde la Plaza Alta hasta el recodo que desemboca en la calle Villegas, se llamó hasta la reforma del callejero en 1884 calle de los Toros.[64] Este nombre seguramente hacía alusión a que por dicha calle discurría el recorrido de la suelta de toros que desde tiempo inmemorial se hacía en la fiesta del Corpus y el día del Patrón San Jorge. A partir de ese año pasó a denominarse Pedro Mirabal "antes de los Toros, que llega hasta la de Villegas”[65] en memoria del obispo alcalaíno.



      El resto de la calle hasta entroncar con Sánchez Aguayo sí que se llamó Las Monjas, desde la fundación del Convento de Santa Clara. Posteriormente, el 10 de agosto de 1907, la actual calle se dividió en tres, cambiando su nombre el trozo denominado de Pedro Mirabal por el de Manuel María Espinosa,[66] en recuerdo del alcalde alcalaíno bajo el mandato del cual se consiguió el título de Ciudad, el nombramiento de la Virgen de los Santos como Patrona, la unión por carretera con Medina o la traída de aguas de los Regajales. El resto de la calle se dividió en dos, tomando el tramo desde el enlace con calle Villegas hasta el edificio del Pósito el nombre que había tenido el tramo primero, Pedro Mirabal (nuevo baile de nombres) El resto de la calle siguió denominándose de Las Monjas: 

“El Sr Presidente propuso que la calle que hoy se denomina Pedro Mirabal se titule en adelante Manuel Mª Espinosa continuando con este nombre por la de las Monjas hasta la esquina de la casa que fue Pósito público; y desde este sitio hasta la de Sánchez Aguayo con el de Pedro Mirabal.” [67]

      No es cierto, como se publicó en su día, que el nombre de Manuel M.ª Espinosa durara poco por impopular[68] puesto que en 1935 aún aparece tal nombre en documentos oficiales.[69]


LOS POZOS 

      La calle Los Pozos es probablemente una de las que más cambios ha sufrido a lo largo de la Historia. 

       Desde al menos el siglo XVI fue conocida como Calzada o Camino de los Pozos, conservando esta denominación hasta que el 4 de octubre de 1877 los regidores alcalaínos acuerdan sustituir su nombre por el de Calle Montes de Oca: 

“El Ayuntamiento haciéndose eco de este vecindario y en justo agradecimiento a D. Pedro Montes de Oca por haber surtido a su costa de aguas potables a esta Población acordó; Que para perpetuar este hecho que tantos beneficios ha producido, se varíe el nombre de Calle de los Pozos en Montes de Oca, declarándolo hijo adoptivo de este pueblo y benemérito.”[70]

      Más de una década después, en 1890, al conceder el Consejo de Ministros concedió a Cádiz la construcción de cruceros, el 13 de marzo de dicho año, la Corporación decidió rotular esta calle con el nombre de Sagasta

“Esta concesión, ha sido un gran jubilo para todos los habitantes de este pueblo, lo cual ha hecho que en el día de hoy se reúna la Corporación Municipal, acordando: dar las mas cumplidas gracias a nuestros representantes en ambas Cámaras, como a todos los que hayan contribuido a tan feliz resultado, y muy especialmente al dignísimo Excmo. Sor. Presidente del consejo de Ministros Don Práxedes Mateo Sagasta, el que con su apoyo a la idea, todo lo ha conseguido: Y para demostrarle nuestra lealtad, agradecimiento e incondicional adhesión, también se acuerda variar el nombre de una de las principales Calles de esta población, sustituyéndole con el apellido de tan ilustre patricio.” [71]

       Pasado medio siglo, y recién instaurada la dictadura de Primo de Rivera, el 1 de diciembre de 1923, se aprueba sustituirlo por el de Capitán Cadalso

“…a propuesta del concejal Don Gaspar Ramírez Rodríguez se acuerda también por unanimidad cambiar el nombre de la calle Sagasta por el de “Capitán Cadalso” en conmemoración del heroico español de este apellido.”[72] Suponemos que este nombre se puso en honor del militar y escritor gaditano José Cadalso y Vázquez. 

        Trancurrida más de una década, dentro del bienio conservador de la Segunda República, el 5 de diciembre de 1935, como agradecimiento al diputado que había conseguido una cuantiosa subvención del Estado para el abastecimiento de agua potable, acordó rotular la actual calle de los Pozos con el nombre de Diputado García Atance

“Conoce la Corporación de un escrito de D. José Gutiérrez Suarez su fecha 30 de Noviembre último al que se da lectura y que a petición del Sr. Sandoval se copia en este acta literalmente diciendo como sigue. 

A la Ilustre Comisión Gestora del Ayuntamiento de Alcalá de los Gazules.- José Gutiérrez Suarez, Gestor representante de la C.D.A. que fue de este Ilustre Ayuntamiento y perteneciente a la Comisión nombrada para gestionar la subvención del Estado para el abastecimiento de aguas potables de esta Ciudad, tiene el honor de exponer:- Que siendo ya una realidad inmediata los anhelos de este pueblo en lo referente al abastecimiento de aguas expresado, por cuanto la Junta Nacional contra el Paro ha acordado conceder a este municipio 315,655 pesetas para los referidos trabajos, no debemos dejar pasar la ocasión de demostrar nuestra gratitud hacia quienes han cooperado eficientemente en labor tan benemérita.- El exponente, que ha podido observar las angustias de este pueblo, especialmente en las épocas estivales, viendo el desfile de las pobres mujeres obreras acarreando cántaro a cántaro un agua escasa y cara, teniendo que dejar abandonados en sus hogares a sus pequeños hijitos o llevarlos a rastras o en brazo sino querían dejarlos en el abandono y el peligro; que ha visto a estas mismas mujeres cargadas con grandes bultos de ropas sucias y con la panera, para poder lavar en el rio o en los lavaderos públicos, no puede menos de sentir henchido su pecho de gratitud hacia quienes, con su buena voluntad y con visión exacta de los problemas de los pueblos , han de impedir siga exhibiéndose en una Ciudad rica y culta ese cuadro de miseria y de tristeza.- No sólo se consigue con esas obras llevar pan a muchos hogares obreros, solucionando una grande y honda crisis de trabajo sino que también se consigue la gran mejora social de dotar de agua abundante a esos mismos hogares, resolviendo el también hondo e importante problema de la sanidad e higienización.- Debe Alcalá de los gazules demostrar de forma perenne y ostensible su agradecimiento a todos los que han cooperado en esta magna obra y por ello me permito hacer a esa Ilustre Corporación la proposición siguiente.- 1º Que se exteriorice la gratitud del pueblo de Alcalá de los Gazules hacia cuantos han contribuido a la solución de este grave problema del paro obrero y de la falta de sanidad e higiene, por acuerdo que a ese fin tome la corporación.- 2º Que esa misma Ilustre Corporación, teniendo en cuenta que Don Manuel García Atance ha sido alma principal de tan jubilosa resolución se haya conseguido, prestando en todo momento su valiosísimo apoyo, como la Comisión pro-agua pudo comprobar desde un principio, acuerde nombrar a tan digno Diputado por esta provincia hijo adoptivo y con su nombre se rotule la calle de los Pozos o Sagasta, colocando frente al Ayuntamiento en dicha calle una inscripción que diga: Calle del Diputado García Atance.- Suplica a esa Ilustre Corporación acuerde como se pide, por ser así procedente y de justicia, si queremos demostrar que esta Ciudad merece el lema con que se honra de Muy Noble Leal e Ilustre.- Viva V. S. muchos años.- Alcalá de los Gazules 30 de Noviembre de 1935.- José Gutiérrez.- (Rubricado) 

Usa de la palabra el Sr. Sandoval y propone se acuerde la propuesta del Sr. Gutiérrez Suarez en todas sus partes de absoluta conformidad con la misma y la Corporación por unanimidad asi lo acuerda, en su consecuencia se participe la gratitud del pueblo y Ayuntamiento de Alcalá de los Gazules a cuantos han contribuido a la solución del asunto de que se trata, se nombra hijo adoptivo de esta Ciudad a don Manuel García Atance y que se rotule la calle de los Pozos o Sagasta con la inscripción que diga <<Calle del diputado García Atance>>.”[73]

      Pero la historia de este nombre fue muy breve puesto que apenas un par de meses después, tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones generales de 1936, concretamente en la sesión del 29 de febrero, se acordó su cambio por el del día de la celebración de dichas elecciones: “A petición del mismo Sr. Ortega de la Corte se acuerda por unanimidad sustituir el nombre de la calle diputado García Atance por el de <<16 de febrero>>” [74] 

       Este nombre también duraría bien poco, ya que, en plena guerra civil, el 17 de octubre de 1936, borrando todo rastro republicano de las calles alcalaínas, la Corporación acordó sustituir este nombre por el de  General Franco

“Sobre rotulación de varias calles, se acuerda… que la calle Sagasta se denomine <<General Franco>>…” [75]

       Posteriormente, el 17 de junio de 1937 se traspasó este nombre para la Alameda (nuevo baile de nombres) pasando la calle los Pozos a denominarse General Mola

“…que asimismo se titule calle del General Mola a la que actualmente se llama del General Franco…” [76]

       Como sucedió con otras calles, al llegar la democracia, esta calle recuperó su nombre original. 




NOTAS

[64] AMAG. Legajo 212. Padrón habitantes 1884-1928. Rectificación padrón 1883 

[65] AMAG. Legajo 183. Padrón habitantes 1889 

[66] Ib. Libro 14 folio 18 vto. y 19. 

[67] AMAG. Libro de actas de sesiones del Ayto. Pleno. Libro 14 folio 22 vto. Sesión del 10 de agosto de 1907 

[68] RAMOS ROMERO Marcos; Historia de los Pueblos de la Provincia de Cádiz. Alcalá de los Gazules. Diputación de Cádiz 1983. Pág. 300. 

[69] AMAG. Legajo 196. Padrón habitantes 1935. Aparecen en el distrito de la Plaza Alta, las calles Pedro Mirabal y Manuel M.ª Espinosa. 

[70] AMAG. Libro de actas de sesiones del Ayto. Pleno. Legajo 41 Año 1877 Libro 2. Sin foliar 

[71]AMAG. Actas Cabildo 1889-1890 Libro 3. Folio 75 vto. Y 76. 

[72] Ib. Libro de actas de sesiones del Ayto. Pleno. Libro 25 folio 129. 

[73] Ib. Libro 30 folio 96 vto. - 97 vto. 

El rótulo de la calle se hizo sobre una piedra de mármol por la que se pagó 7,40 ptas. a Manuel Torres Mateo por su porte y acarreo. (Libro 30 folio 122 vto. Sesión del 25 de enero de 1936) 

[74] Ib. Libro 30 folio 140 vto. 

[75] Ib. Libro 31 folio 76. 

[76] AMAG. Libro de actas de sesiones del Ayto. Pleno. Libro 32 folio 83 vto.

sábado, 23 de noviembre de 2019

El Molino del Corchadillo



Ismael Almagro Montes de Oca 

      De sobra son conocidos los nombres y ubicación de los molinos que existieron antiguamente en la ribera de Patriste. Sin embargo, existieron otros junto al rio Barbate que han quedado más o menos en el anonimato. 

     Si damos un paseo partiendo desde el Prado por el carril del Barbate, el antiguo camino hacia Medina, dejando atrás la depuradora, nos encontramos una parcela con una cancela en la que puede leerse: “MOLINO HARINERO EL CORCHADILLO AÑO 1680” 

      Mucho me temo que el dueño de dicho terreno va a tener que cambiar la fecha, porque allí existió dicho molino mucho tiempo antes, mencionándose en documentos de casi siglo y medio antes. 

      En la sesión del cabildo alcalaíno celebrada el lunes 2 de febrero de 1545, un vecino pide un solar para hacer una casa y en la descripción que se hace del lugar, se menciona al molino del Corchadillo, coincidiendo la ubicación, pues lo sitúa en el camino de Medina por debajo de la ladera de la Mancebía: 

“md de solar 

En este cabildo se vido una petiçon q dio Juº myguel bezino dsta villa suplicando q sus mds le fagan md (merced) d un solar en el barrio nuevo desta villa entre los caminos q van de la puerta d la villa a medina y al molino dl corchadillo a las espaldas d la mancebía pa fz (hacer) una casa e vista por sus mds dixeron q (…) fisyeron md al dho Juan myguel dl solar (…) p q faga una casa con q la faga dentro del dho año d buena obra de albañeria cubierta d teja… 

Et después de lo suso dho en tres días dl dho mes de febrero e año suso dho el dho señor Alcayde e alces myor (alcaldes mayores) en presencia d my el dho esc (escribano) señalo al dho Juan myguel q allí estaba presente el dho solar a las espaldas d la mancebía en lo bajo d la ladera dlla entre los dhos dos caminos y en (pies?) donde una palma gorda q esta vera dl camino q va a medina y de allí va fasta una piedra d molino q esta sacada allí contra de doce varas d cumplido y buelbe rasa arriba otras doce varas por ambas ps (partes) en quadra y qda dentro en el dho solar una piedra arenisca grande en la pedrea d adonde sacan piedra p labrar casas…”[1]

SUBRAYADO: "al molino del corchadillo"


NOTAS

[1] AMAG. Actas Cabildo 1543-1546 Legajo 1 folio 207 vto.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Memorias de un alcalaíno prisionero en la Guerra del Rif (IV)



"Cuatro días en la cárcel de Nador 

El castigo de Dios 

      Visitáronnos en nuestro calabozo moros tan significados como Sidi-Teba y el kaid La-Trús, y éste último nos dijo con gran solemnidad y un aíre severo que la catástrofe de que eran víctimas los españoles, podía considerarse obra de Dios, y de los hombres, porque ya hacía bastante tiempo que en un morabo suyo habla producido gran expectación el anuncio de que en breve plazo las aguas del rio Kert arrastrarían mucha sangre. 

     Un sentimiento de dignidad nos hizo protestar contra tales palabras, y a ellas respondimos protestando enérgicamente, y le dijimos que era imposible que Dios castigase a los que les habían hecho tanto bien. Echamos, asimismo, en cara a nuestros visitantes las matanzas horribles que se efectuaran y los formidables incendios registrados, sin que ellos hicieran nada por evitar las unas y los otros. 

Colonización a la española 

     A estos reproches contestó el moro La-Trús con las siguientes palabras: «Ustedes forman un poblado, y, en lugar de poner primero la escuela, habéis puesto las tabernas y casas de trato, y, además, mandáis a la Policía tenientes que estar niños, y eso no ser bien.» 

     Sin comentarios expongo muchos hechos y muchas cosas oídas por mí, y sí de ellas no hago crítica es precisamente porque la fuerza abrumadora de la lógica, la sabía enseñanza de la experiencia tienen bastante elocuencia para que yo insista sobre la realidad. 

El trato de los moros 

      Nuestro carcelero llamó a un moro armado y se sentó a la puerta, bien provisto de un sable, aunque advirtiendo al guardián que se nos sirviera inmediatamente cuanto té y café pidiéramos. Tuvo también la gentileza de enviarnos «tres somieres» pero como no les acompañaban colchones ni mantas, y nuestros trajes eran, por motivo de la estación, ligerísimos, el descanso era más bien mortificación, porque los muelles del «sommier» se nos quedaban como dibujados en el cuerpo. 

      Para comer nos trajeron un gran plato de carne de borrego, manjar que nunca fue de mi predilección, y que, por no agradarme, me quedé sin comer, limitándome, para engañar el hambre, con mojar pan en la salsa. 

Lo que ocurrió con los Regulares 

     Por la tarde fue a saludarnos el sargento de Regulares Fasi, y gracias a él pudimos enterarnos de muchos e importantes extremos, contándonos, entre otras muchas cosas, cómo a los Regulares se les había hecho entregar el armamento, formándolas, desarmándoles y diciéndoles que volviesen por la mañana, al propio tiempo que la oficialidad marchaba a Melilla. Añadió el sargento que los Regulares, al quitarles las armas, preguntaban, asombrados: «¿Qué pasar? ¿No tener confianza en nosotros?» Los oficiales contestaban: «Sí, sí; pero volver mañana», y, mientras tanto, prendían fuego al depósito de municiones y preparaban su marcha a la plaza. 

     Además de éstas, en aquella tarde menudearon las visitas. Aquello era un hervidero de moros conocidos, que nos traían frutas, o tabaco, o ropas, siendo muchos los que nos invitaban a tomar el té; pero ninguno, ninguno, por desgracia, podía sacarnos de allí, salvarnos de tan cruel trance. 

Un bando de Abd-el-Krim 

     Comentando nuestra situación, pensando en la manera de salir de ella estábamos, cuando llegó a nuestros oídos un bando de Abd-el-Krim, del famoso caudillo beniurriaguel que, tras la victoria, adoptaba procedimientos y actitudes de general en jefe. 

     Decía en su bando Abd-el-Krim que los moros que quemasen casas, rompiesen puertas, levantasen vías o estropeasen carreteras, serían inexorablemente fusilados; pero cuando este mandato, tan justo y conforme a las modernas leyes de la guerra, se leía en el zoco de Nador, ya no quedaba piedra sobre piedra, las casas estaban incendiadas y derruidas, puertas y ventanas habían sido hechas astillas, la vía férrea ofrecía el triste espectáculo de los ríeles levantados y los puentes destruidos, las carreteras de trecho en trecho presentaban cortaduras que dificultaban el tránsito u obstáculos que lo imposibilitaban. 


Fusilamiento de dos moros 

      Añadía el bando que dos moros que se peleasen serian pasados por las armas, y en este punto si hemos de reconocer que se cumplió la orden del cabecilla de la rebeldía, y dos kabileños que riñeron cayeron al suelo acribillados a balazos, para escarmiento de muchos y ejemplaridad para todos. 

La fantasía kabileña. La revolución imaginada 

      Entre los muchos moros que nos visitaban había unos cuantos tan aficionados a dejar volar la fantasía y dar rienda suelta a la imaginación, que estuvieron a punto de enloquecernos con sus estupendos relatos, en los que daban los más absurdos detalles de una revolución triunfante en España. Y aquellos jarkeños contaban con la mayor seriedad la fuga de los reyes a Inglaterra, los trágicos acaecimientos en las calles de Madrid, que costaran la vida a la mayoría de los ministros que por aquel entonces regían los destinos de España, las sublevaciones del Ejército, haciendo causa común con el pueblo, los motines, el hambre, muchedumbres ametralladas, todos los horrores, en suma, consiguientes a un alzamiento revolucionario. 

      Nosotros decíamos a quienes propalaban tales noticias que todo ello era falso, que España estaba perfectamente organizada y preparada para que un simple contratiempo colonial trastornase su vida; pero los rebeldes insistían en sus manifestaciones; afirmaban que ya lo sabían en todo Marruecos, y, para dar más fuerza a su relato, para convencernos, volvían al día siguiente con otro moro de prestigio, que confirmaba lo anteriormente dicho y aun aumentaba el horror de la situación con nuevas y más tremebundas noticias. 

      Fácilmente se imaginará quien estas Memorias leyere nuestra angustia y ansiedad lejos de la patria, entre enemigos, con sospecha de graves sucesos, con el porvenir preñado de peligros y contrariedades, 

La singular conducta de un morito 

      Varias veces al día, con mayor asiduidad que los otros muchos moros que nos visitaban, venía a vernos un muchacho, trompeta de Regulares, muy conocido del teniente Dalias. Este morito, cuya adhesión a nosotros fue absoluta en los cuatro días que allí estuvimos, nos confesó que los rebeldes le habían obligado a tirar con un cañón que habían emplazado en las Tetas de Nador contra los españoles que guarnecían el Atalayón. 

      Y el muchacho todas las mañanas llegaba en una loca carrera, nos dejaba pan, higos, tabaco y alguna ropa, y en seguida, a todo correr, se lanzaba cuesta arriba para disparar el famoso cañón, que, meses más tarde, según luego supe, habían de reconquistar los bravos Regulares de Ceuta con su valiente teniente coronel Mola. 

Una espera de siete horas 

      Tres días llevábamos en el calabozo de Nador cuando Sidi-Teba nos hizo conducir a la habitación que ocupaban los tenientes Troncoso, Maroto, Vivancos e Ibarrondo, y cuando todos estuvimos reunidos nos dijo que el objeto no era otro que el de que escribiésemos a Melilla. 

      Muy satisfechos, nos sentamos dispuestos a ello, pues el moro salió de la habitación diciendo: «Ahora traeré papel y pluma». Con la impaciencia del caso aguardamos la llegada del recado de escribir; pero, a las siete horas, lo que llegaba era el recado de regresar a nuestro cuarto, en espera de mejor ocasión para corresponder con Melilla. 

     No quiero hablar de mi desesperación, porque, desgraciadamente, es un tema que habría de repetir con harta frecuencia; lo que sí he de consignar es que quien quizá se daba más exacta cuenta de la realidad era yo. 

Ahí me las den todas 

     Los cuatro días que permanecimos en Nador oíamos unos gritos y lamentaciones tan tremendos que a todas horas nos temíamos ver entrar a los bárbaros kabileños y hacer en nosotros una carnicería, no bastando el que nuestro guardián, para infundirnos ánimos, nos dijese: «Estar tranquilos; es que hebreos comer paliza». Por las mañanas, cuando el judío encargado de barrer nuestra habitación entraba, le mirábamos compasivos, por si era él quien recibía aquellas «felpas» que nos sobrecogían de espanto. 

La carta de Civantos. Hacia Aydir 

      El día 25 de Agosto recibimos una carta del coronel Civantos, dirigida a su hijo, y que decía: «Mañana sal de ésa con los que te acompañan y seréis conducidos a Aydir, donde dentro y después de unos días estarán todos en sus hogares.» 

      Esta carta tan terminante, tan categórica, dio lugar a grandes y muy variados comentarios; pero a todos puso punto la presencia kaid La-Trús y su declaración de que había recibido noticias de Abd-el-Krim, y que, en virtud de ellas, era preciso prepararse para salir todos al siguiente día camino de Aydir. 

      Cuando el kaid La-Trús se marchó hubo un momento de hondísima emoción, de solemne silencio. Aquella noche del día 25 nadie durmió de alegría. [6]

Nador durante la reconquista española



CAMINO DE AYDIR 

Los preparativos de marcha 

      Muy de mañana fuimos llamados, ya que despiertos estábamos todos, y cuando salimos a la puerta de la prisión vimos que junto a ella nos aguardaban Kadur Amar, el hermano de Mizzian, algunos otros moros notables y toda la jarka dando gritos y con inequívocas señales de júbilo. 

       Los moros nos dijeron que se habían pasado la noche buscando caballerías para que hiciéramos el viaje cómoda y rápidamente; pero que no encontraron sino dos mulos que destinaban a los dos oficiales, uno de ellos el teniente Dalias, enfermos. Cuando vimos los mulos no sabíamos echarnos a reír o cerrar en llanto, porque los animalitos, más que de mulos, tenían pinta de sardinas. La consideración del mal estado de salud de nuestros dos compañeros nos hizo resignarnos a aceptar los bichos, que más nos sirvieron de molestia y cuidado que de comodidad y descanso. 

Compañía inesperada 

        Un ofrecimiento, inmediatamente recogido, nos consoló de la falta de medios de transporte. Fue la oferta que nos acompañasen en nuestro viaje a Aydir cuatro soldados de los muchas que en Nador había prisioneros, y nosotros, que de buenísima gana hubiésemos aceptado la compañía de todos nuestros desventurados compatriotas, dijimos que sí con la mejor voluntad y alegría. 

       Abrióse una puerta de la iglesia, que estaba próxima a nuestro encierro, y salieron, locos de contento, saltando de gozo, cuatro soldados, a los que saludamos con el cariño y efusión propios de gente de la misma raza a quienes hermana el dolor y la desgracia. 

        A cada uno de nosotras nos dieron un pan, y nos despedimos de aquella gentuza, entre la cual pasáramos las largas, las inacabables horas de cuatro días angustiosos. 

       Los moros, por su parte, nos despidieron con las eternas y engorrosas fórmulas de la cortesía musulmana, mientras que los jarkeños atronaban el espacio con sus alaridos y tiros al aire. 

       Era el motivo de nuestro contento pensar que íbamos hacia la libertad. Regocijaba a los rebeldes la idea de que enviaban a Abd-el-Krim una nueva expedición de prisioneros. 

Duelo de artillería 

       Apenas echamos a andar, en marcha a Aydir, presenciamos, y el espectáculo duró una larga parte de nuestra excursión, el duelo de artillería entablado entre la pieza emplazada en las Tetas de Nador por los moros y las baterías que los españoles montaran en el Atalayón y con las cuales batían a los rebeldes. 

       ¡A cuántas amargas consideraciones dio lugar aquella pugna a cañonazos! Pensamos en seguida en la extraña y paradójica conducta del trompetilla de Regulares, que apenas dejaba en nuestro poder alimentos y ropa marchaba presuroso a disparar balas de cañón contra los soldados de España. Pensamos en el abandono en que Nador y Zeluán y Monte Arruit y tantas otras posiciones estaban, hallándose a tan escasa distancia del Atalayón, de Mar Chica y de Melilla. Pensamos en la indiferencia con que España, es decir, España, no; los de arriba, los que mandan, veían morir a millares de soldados sin prestarles socorro, sin salir, en un torrente de valor y de dignidad, a auxiliarles. 

Los cañones del Atalayón nos bombardean 

       Con tan dolorosas cavilaciones marchábamos por la carretera los tenientes Dalias, Troncoso, Vivancos, Ibarrondo, Civantos, el alférez de Caballería Maroto, el intérprete Rueda y yo. Formando grupo nos acompañaban los cuatro soldados. Ojo avizor y muy prevenidos nos daban escolta y custodia tres kabileños armados hasta los dientes. 

        Al llegar a la altura del cementerio rompió el fuego contra nosotros la batería del Atalayón, haciendo primero cuatro disparos largos, después recibimos otra descarga, a nuestra retaguardia, explotando los proyectiles y haciéndonos correr, obligados por nuestros guardianes. Seguidamente cayó otra descarga tan cerca de nosotros, que si estallan los proyectiles quedan destrozados los oficiales heridos y algunos más que con ellos íbamos. 

        Fueron aquellos momentos de verdadera prueba para nosotros, que nos veíamos perseguidos a balazos por nuestros mismos compatriotas y temiendo muy justificadamente que la muerte nos viniera de ellos y no de nuestros enemigos. Nunca como entonces deseábamos que tuviesen mala puntería los artilleros españoles, ni jamás celebramos con mayor alegría la mala calidad de los explosivos que cuando los proyectiles caían a larga distancia de nosotros o se hundían en tierra sin estallar. 

Descanso en Segangan. El porqué del bombardeo 

        Cuando llegamos a la estación de Segangan nos dieron un descanso y media cebolla para recuperar fuerzas. 

       Aprovechando el descanso, y con motivo de los comentarios a que diera lugar bombardeo de que estuvimos a punto de ser víctimas, nos contaron los soldados por qué nos tiraban tantos y tan furiosos cañonazos las baterías del Atalayón. 

       Era la razón que los moros tenían entre los prisioneros que guardaban en la iglesia de Nador ocho o diez soldados de Artillería, a quienes los rebeldes obligaban disparar el cañón de las Tetas de Nador contra el Atalayón y Sidí Hamet, hecho que, al ser conocido por los españoles, les indignó de tal suerte, que resolvieron cañonear con la mayor violencia a quien estimaban traidores a la patria. 

       Tanto era el fuego y de tal suerte se afinaba la puntería, que al ver los moros las frecuentes bajas que sufrían, acordaron vestir con chilabas a los artilleros para ver si de este modo cesaba o se aplacaba algo el encono de las posiciones españolas. 



La crueldad mora. Enfermos y heridos fusilados 

        También nos contaron los soldados que eran unos cien los que estaban prisioneros en Nador, y que entre ellos, y desde hacía bastante tiempo, había muchos heridos y enfermos. Lleno de horror escuché de labios de los pobres soldados cómo los salvajes kabileños, viendo tanto desgraciado cómo sufría, exclamaron: 

-¡A ver! ¡Estos marchar para enfermería! 

       Y esta orden, que algunos sin ventura creyeron verdadera e inspirada en la piedad, se cumplió conduciéndolas a la playa y fusilándolos allí, sin compasión, martirizándolos cruelmente, demostrando con su barbarie los sanguinarios instintos que les caracterizan y su invencible afán de rapiña. 

Las matanzas de Segangan. De tal palo, tal astilla 

       Con el ánimo deprimido, pero siempre alentando alguna esperanza, seguimos a Segangan, que está muy lejos de la estación, y lo encontramos desierto, pero con el suelo lleno de cadáveres, que ponían espanto en el ánimo mejor templado. 

        A la salida del pueblo hallamos un grupo de moros con chilabas blancas, en las que unas banderitas españolas bordadas pregonaban bien a las claras que eran niños a quienes daba España educación en las escuelas indígenas; y aquellos chicuelos, en cuyo corazón ya anidaba el odio, nos llenaron de improperios y nos apedrearon rabiosamente, con el instinto de chacal que de sus padres les viniera, olvidando ingratamente los favores recibidos. Fue precisa la intervención enérgica de nuestros guardianes para que la manada de lobeznos huyera sin causarnos mayor daño que el que recibiéramos en el alma con su infame conducta. ¡De tal palo, tal astilla! 

La marcha hacia el Kert 

       Lentamente, abrasados por un sol que calcinaba las piedras, agotados por el cansancio, sudando a mares porque no corría el aire, proseguimos nuestro camino hacia el Kert. ¡Qué marcha la de aquella pobre caravana de hombres, agobiados de dolorosos recuerdos, enfermos algunos, tristes todos, aunque los más procurásemos disimular para no restarles ánimos a los otros! 

       En nuestra peregrinación, mejor podría decir en nuestro calvario, nos detuvimos para ver pasar a una española prisionera y herida, que llevaban dos moras a Nador y a la que al día siguiente enviaron a Melilla.

      Este encuentro causó la natural emoción y el hecho produjo los comentarios naturales, siendo para muchos un feliz augurio que reavivó la fe en el porvenir. 

        Frente a Ras Medua encontramos un agua riquísima, y allí nos permitieron los moros que nos conducían gozar las delicias de un breve descanso y darnos un hartazgo de agua. Golosamente, con fruición, igual que quien saborea un manjar delicadísimo, bebimos aquella agua, que al refrescar nuestras gargantas, al correr por nuestro rostro y bañar nuestras manos, parecía darnos nueva vida, alientos para seguir sufriendo, ánimos para continuar luchando con el Destino. 

Unos moros aprovechados quieren comprar a Civantos 

       Cuando a los moros les convino se reanudó la caminata, y, a poco de ello, topamos con dos kabileños, montados en sendos mulos, a quienes la presencia del teniente Civantos causó un extraordinario y no disimulado contento. 

       Entre los jinetes y nuestros guardianes comenzó una charla diaria, en la que los primeros propusieron a quienes nos daban escolta la venta de Civantos en 1500 pesetas. 

        El teniente Civantos, que habla algo el chelja se estaba enterando, lo mismo que Rueda, el intérprete, de aquella conversación, tan interesante para él. La discusión, lejos de decaer, se hacía más sostenida, y momento hubo en que yo temí que los moros, a cuya custodia íbamos, accedieran a las proposiciones de los kabileños, que llegaron a ofrecerles 500 pesetas más. 

        Mientras entre unos y otros se celebraban estos tratos, los prisioneros creíamos morirnos de calor y de sed, porque el sol nos quemaba implacable y la falta de agua era para nosotros mortificación insufrible. 

Las aguas del río maldito y la sangre española 

       Por último, y aún cuando los compradores aumentaban considerablemente el precio, recibieron la más rotunda negativa, y así, víctimas de las inclemencias del sol africano y creyéndonos morir de sed, con la rabia y el dolor de vernos entre aquellos salvajes, a merced de su codicia o de su bárbara y cruel condición, así, llegamos hasta el Kert, donde, en un descanso a la sombra de unos árboles, saciamos el ansia de agua que teníamos, sin reparar en la pésima calidad de aquellas malditas aguas. 

      Las fieras que nos vigilaban, no contentos con vernos sufrir físicamente, tuvieron La bárbara satisfacción de decirnos, cuando bebíamos las aguas del Kert: 

—¡Beber; beber mucho! ¡Aún tener sangre de tus hermanos! [7]

Río Kert



LA TRISTE CAMINATA 

Los tormentos del cansancio y la sed 

       Continuamos la marcha hacia el zoco de Bu-Hermana, teniendo que atravesar en nuestro camino una inacabable serie de e enormes barrancos, y sin encontrar una sola gota de agua que nos pudiera servir para engañar la sed devoradora que padecíamos. 

       Lo penoso de la caminata, nuestra fatiga física, el sol que nos martirizaba, la preocupación, todo hacía insoportable aquel andar y andar. 

      Nuestros guardianes, cuando les interrogábamos, nos decían : «Faltar poco para encontrar agua, faltar poco para encontrar agua, aligerar.» Y, efectivamente, a las seis y media llegamos a Bu-Hermana, sin haber comido nada ni bebido una triste gota de líquido. 

      En Bu-Hermana había una gran guardia, que nos recibió con grandes gritos de alegría, y después de satisfacer nuestra sed, nos proporcionaron descanso. Un moro conocido del teniente Vivancos nos invitó a tomar el té. Todo esto nos hizo creer que aquello sería el final de la jornada y que nos darían alojamiento en alguna de las muchas casas que habla alrededor; pero con gran sorpresa nuestra, recibimos de los guardianes la orden de continuar, alegando que allí se habían negado a facilitarnos albergue, aunque la realidad era que los moros que nos escoltaban estaban como gallo en corral ajeno y que les producían verdadero pánico los Beni-Said. 

      Reanudada la marcha, ésta se hizo penosísima, porque en el rato que habíamos descansado se nos enfriaron los pies, y ello daba lugar a que cuando echamos a andar, fuese haciendo las más grotescas y lamentables contorsiones. Pero, como toda reflexión era inútil con aquellos bárbaros, continuamos el camino, entre barrancos, hasta llegar a una casa donde los moros que nos escoltaban comenzaron a discutir, aprovechando nosotros su disputa para indicarles que teníamos hambre. Preocupados los moros con su controversia, nos dijeron podíamos comer, y siguieron charlando acaloradamente. 

       La gente de la casa se enfadó; pero, a pesar de ello, los morillos nos trajeron cuchillos y escobas y empezó un banquete de higos chumbos como no creo que se repita en el mundo, por la enorme Cantidad de higos que nos comimos. 

       Lo que no logramos fue que nos dieran alojamiento, ni siquiera agua, y de nuevo se reanudó la caravana, hasta que ya anochecido, llegamos a un barranco, y nos dijeron: «Aquí es». 

      Nos tiramos, más bien que nos sentamos, en el suelo, dando gracias a Dios de que, al fin, podíamos descansar; pero otra vez salieron los guardianes y gritaron: «Más arriba». 

       ¡Aquello fue horroroso! Ayudándonos los unos a los otros, pudimos llegar al alojamiento indicado; pero ¡en qué situación! Rotos, destrozados, con las gargantas secas, con una fatiga espantosa, sin alma para nada. 

       Todo el mundo se había negado a darnos hospitalidad, y precisamente al que nos alojó le habían matado un hermano suyo en el Zoco-el-Had. 

       Se nos asignó una habitación pequeñita y en ella instalamos, primero, a los enfermos, y después, cada uno de nosotros buscó el mejor y más gustoso acomodo. 

       Allí nos dieron de comer, consistiendo el menú en un pan y un huevo duro, cosas ambas que, a pesar del banquete de higos chumbos, desaparecieron como por ensalmo. 

      La guardia se acostó en la puerta, y nosotros, después de hacer los comentarios de rigor, nos dormimos a pierna suelta, descansando bastante bien de las fatigas de aquel día tan trabajoso. 

      Muy temprano, serían las tres de la madrugada, nos levantan y nos dan la orden de marcha. 

      ¡Qué amanecer más triste! 

       Todos nosotros rogamos a nuestros conductores que, por cuanto quisieran, nos buscasen unas caballerías, pues nos era de todo punto imposible continuar andando en el estado en que nos hallábamos. 

      Los kabileños, tras de muchas súplicas, accedieron a buscar medios de locomoción; pero fuese porque no pusieran un verdadero empeño o porque, en realidad, no hubiese cabalgaduras, el hecho es que las gestiones resultaron estériles y que nadie nos quiso alquilar ni un miserable borriquillo. 

      Y volvimos a la marcha, esperando sólo que nos sacase de aquella dificultad la misericordia divina, ya que la humana había desaparecido de tan crueles tierras. 

      Lenta y trabajosamente seguimos atravesando las posiciones de Beni-Said, sorprendiéndonos mucho el que toldas ellas estuviesen intactas, el que los bárbaros kabíleños no destruyeran la obra de los españoles. 

       Nuestro paso cada vez era más premioso y nuestro cansancio más grande. En cambio, los guardianes con quienes caminábamos no hacían otra cosa que darnos prisa, porque querían llegar aquella misma noche a Annual. 

      Arrastrándonos, más que andando, bajamos al llano, y allí nos detuvimos en casa de un moro amigo de quienes nos escoltaban. En aquella casa comimos pan e higos chumbos, y a fuerza de muchos ruegos logramos que nos alquilaran unos borricos, haciéndoles valer a seis duros, a cobrar en la plaza. 

      Una alegría inmensa nos produjo sólo el pensar que el macizo montañoso que ante nuestros ojos se alzaba íbamos a atravesarlo montados en caballerías, dando así descanso a nuestros pobres cuerpos, que ya estaban destrozados por la terrible caminata. [8]



Las crueldades del asesino Amogar 

Se nos quitan abrigos y relojes 

      El mes de Noviembre se presentó bastante feo, porque, además de no entregarnos con seguridad el correo, aislándonos de nuestras familias, desapareciendo con ello el grandísimo consuelo que para nosotros representaba el tener noticias de España, se dijo, recuerdo bien la fecha, el día 10, que se nos iba a quitar los relojes y las prendas de abrigo. 

      Tan monstruoso nos pareció esto, que muchos no dieron crédito a tales rumores; pero el día 12, a las nueve de la noche, se presentó el gran bandido de Amogar seguido de los demás forajidos que constituían la guardia, y exigió que le fuesen entregados todos los capotes y mantas de los oficiales. 

      Semejante enormidad, tan salvaje violación de las leyes de la guerra y de la humanidad, dio lugar a que la escena fuese en extremo desagradable y violenta, ya que no estábamos acostumbrados a que se nos hiciera víctimas de malos tratos, Hubo al principio alguna resistencia; pero en vista de la actitud de la guardia, que tenía orden de arrancarnos a viva fuerza la capotes si no los dábamos de buen grado, nos hizo resignarnos a entregarlos, bien convencidos de que nada bueno podíamos esperar de un jefe como Abd-el-Krim, que mandaba aquello y que en la tienda de la guardia aguardaba impaciente y curioso que sus secuaces cumpliesen tan infame misión. 

      A los cuatro días fue la escena aún más odiosa, porque nuestro cruel secuestrador dio orden de quitar todos los relojes que poseían los prisioneros, penetrando violentamente en la tienda de campaña y habitaciones donde estábamos tranquila y tristemente viendo cómo transcurrían las horas de nuestro cautiverio, y como aquellos salvajes sabían que los oficiales tenían reloj, a ellos se dirigieron. Algunos militares entregaron la alhaja de buena voluntad, pero la mayoría escondió los relojes, asegurando haberlos enviado a la isla. 

      De nada les valió esta estratagema, porque nuestros carceleros, envalentonados con lo que ocurriera cuando se nos quitaron los capotes, perdieron toda noción de respeto y exigieron, con fusil montado en mano, la entrega de los relojes. 

       Rabiosos, indignados, los prisioneros iban dando aquellos aparatos con que parecían, más que medir el tiempo pasado, calcular el que faltaba para la libertad. Algunos que guardaban en sus tapas retratos de amor, imágenes queridas, se despedían de aquello con indecible dolor. 

El reloj del capitán Salto 

      El capitán Salto, que verdaderamente había enviado con Sidi Idris Baen el reloj a su casa, negaba, como era natural, que lo tuviese, y aunque llegaron a apuntarle con los fusiles, él sostuvo su negativa con tal firmeza, que la guardia, convencida de la verdad, se fue a la tienda donde estaba su digno jefe para darle cuenta de lo ocurrido. 

      Inmediatamente entró Amogar con los guardianes en donde se hallaba Salto, y, con muy malos modos, exclamó; «Salto, el reloj». «No lo tengo», contestó el capitán; y Amogar, con su cara de asesino que tan odiosa nos era a todos y que tantas veces la vimos contraída por las más bajas y salvajes pasiones, le dijo al militar; «Tú tener que morir». 

      A la mañana siguiente recibimos la orden de que en las tiendas de campaña no puede quedar nadie; todo el mundo tiene que dormir en las habitaciones, y así lo hicimos, quedando hacinados en aquellos cuartos, de escasa capacidad, de ninguna ventilación y en los que toda incomodidad, falta de higiene y porquería tenían asiento. Allí dormimos aquella noche bien ajenos a que tales lugares iban a ser en lo sucesivo nuestra prisión. 

Encerrados con mis candados. En peligro de asfixia 

     Amogar, el maldito Amogar, me pide prestadas los candados que yo tengo en la caja de víveres y ropa, y esos candados sirvieron para encerrarnos durante dieciocho meses, que nos parecieron eternos. 

      Cuando llegó la noche, todos creímos que la puerta quedaría, como siempre, abierta; pero, lejos de ocurrir así, permaneció herméticamente cerrada. 

      ¡No saben mis lectores lo que es eso! 

      Los primeros días pensábamos morir asfixia, pues nuestros pulmones, acostumbrados a respirar al aíre libre, no resistían un ambiente como aquél, en que le falta de ventilación, el hacinamiento de tantos hombres, hacían que a las doce de la noche la atmósfera pareciera sólida, el calor nos ahogaba, nos faltaba el aire, una mortal angustia se apoderaba de nosotros. 

      ¡Qué ajenos estábamos de pensar que este suplicio iba a durar meses y meses y que a estas torturas se habían de sumar otras más terribles y dolorosas! 

Un asesinato de Amogar 

      Sin novedad mayor transcurrieron los días hasta el 22, en que eran las once de la mañana y aún no se nos había abierto la puerta de nuestro encierro. De pronto se acercó un soldado y, muy rápido, nos dijo: «Anoche Amogar asesinó al capitán Salto». 

      No hay palabras con que pintar la emoción tan intensa que todos experimentamos, el dolor que nos produjo el crimen aquel tan feroz, tan injustificado, tan propio de gentes sin honor y sin sentimientos humanos. 

      Cuando nos abrieron la puerta y nos agrupamos en el patio, el general Navarro le preguntó a Amogar: «¿Dónde está el capitán Salto?» 

     Y aquella fiera incapaz de otra cosa que no sea el asesinato, el robo o la violencia, contestó al barón de Casa-Davalillos: «Anoche lo saqué del cuarto para hablar con él, quiso escaparse y tuve que matarle». 

      Fue un momento de tragedia. Todos estábamos espantados de lo que oíamos. Nuestros corazones parecían quererse escapar del pecho. Para contener nuestra rabia, nuestros deseos de venganza, fue preciso todo el horrible convencimiento de que nada podíamos, inermes, contra aquellas fieras armadas y prevenidas a todo evento. 

      D. Felipe Navarro, nuestro general, preguntó por Abd-el-Krim, y Amogar, el cruel, le contestó que desde el día antes estaba en el Guelaya. 

En trance de ser fusilados 

      Nos hicieron formar, pasándonos lista; nos colocaron muy agrupados sobre un ángulo del patio, y era tal el lujo de kabileños que allí había con fusiles y en sus rostros, muy principalmente en el de Amogar, se advertía tan siniestra expresión, que cuando me pasaron lista a mí y crucé por delante del general, que estaba fuera de fila, oí al barón de Caso-Davalillos que decía: «Así, muy agrupados, para terminar más pronto». 

¡Qué momento tan solemne! ¡Qué instantes tan decisivos y crueles! 

     Desde que pasó lista el último hasta que nos dijeron que podíamos hacer el almuerzo, todos pensábamos que aquellos minutos eran los últimos de nuestra vida, que íbamos a ser fusilados, que con nosotros se iban a repetir las espantosas matanzas de Nador, Zeluán, Segangan, Monte Arruit... 

¡Verdaderos cautivos! 

      A partir de entonces, de aquel día horrible del 22 de Noviembre, se acabaron todas las consideraciones, ya no éramos prisioneros de guerra, habíamos perdido la condición de vencidos, a quienes el triunfador custodia respetuosamente; éramos cautivos, los cautivos de unos crueles salvajes. 

      Y amontonados en malolientes y sucias habitaciones permanecíamos horas y horas, hasta que a las once de la mañana nos abrían, para volver a encerrarnos a las tres de la tarde, y en ese espacio de tiempo teníamos que hacer el almuerzo, y comer, y respirar, y dar al cuerpo todas aquellas expansiones y cuidados que tantas horas y respetos precisan. 

FERNANDO JIMENEZ PAJARERO"[9]

Vista parcial de Axdir

NOTAS

[6] 1923 02 18 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V nº 1004 pag 2 

[7] 1923 02 21 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V nº 1006 pag 2 

[8] 1923 02 23 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V nº 1008 pag 2 

[9]1923 02 28 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V  pag 2

Las fotografías no se corresponden con el artículo publicado en dicho periódico. Proceden de:

- Revista Mundo Gráfico.
-ABC
- http://altorres.synology.me/guerras/1921_annual/02_10_arruit.htm