viernes, 26 de octubre de 2012

La crónica negra (I)


     Gabriel Almagro Montes de Oca

     Aunque no nos guste, la crónica negra también forma parte de la historia de nuestros pueblos; delitos de sangre, incendios, crímenes… han constituido la mayor parte de las veces las noticias que llevaban a las páginas de los periódicos nacionales el nombre de pequeños pueblos como Alcalá de los Gazules. 

     Sucesos que impactaron a propios y extraños, que hicieron correr ríos de tinta en su momento y que hoy, con la perspectiva que brinda el tiempo, traemos a este blog porque, como decíamos, también forman parte de nuestra historia. 


El crimen de El Jautor


     Comenzaremos la serie con el conocido como “Crimen de El Jautor”, un suceso acaecido en 1850 que, dos años más tarde, cuando se conocieron y juzgaron los hechos, ocupó las páginas de tribunales de los principales periódicos del país, lo que ha propiciado que en las hemerotecas se disponga de diferentes crónicas sobre el mismo. (1)

     Sin embargo el mejor relato lo encontramos el 30 de Septiembre de 1852 en la página 3 del madrileño periódico “La Esperanza”, que dice reproducir, como hace igualmente el “Heraldo de la mañana” del día después, la noticia publicada por “El Faro Nacional”, en los siguientes términos: 

“JUZGADO DE PRIMERA INSTANCIA DE MEDINA SIDONIA. 

—Malos tratamientos de un padre a su hija, — 

Homicidio oculto y descubierto después. 

     Poseídos del mas profundo dolor, y afectados por el negro cuadro qué ofrecen a nuestros ojos los crímenes extraños que en esta causa se revelan, vamos a trazar una reseña de sus sombrías páginas, sirviéndonos de la relación que hacen de ella algunos periódicos de Andalucía, y de los interesantes pormenores que nos ha remitido con fecha 24 del actual nuestro entendido y celoso corresponsal de Medina Sidonia. 

     Si en la multitud de crímenes que diariamente vienen a ennegrecer las columnas de El Faro Nacional, nuestro espíritu se estremece al ver la sangre de las victimas, y al contemplar la osadía y crueldad de sus sacrificadores, a quienes el furor o la venganza o los celos arrastran a la perpetración de tan infames atentados., en la presente causa se descubren, además de estos repugnantes objetos, otros que son tan horribles y sombríos, tan contrarios á la naturaleza y tan absurdos y monstruosos hasta en el terreno mismo de las mas desenfrenadas pasiones, que apenas concebirla la imaginación su posibilidad, si no se presentara delante de nuestros ojos una espantosa y aterradora realidad a darnos el desconsolador testimonio de su existencia. 

     En la causa a que consagramos esta crónica judicial, todo es sorprendente, todo es repugnante y horrible. El acusado es un padre que, en vez de ser el protector, el amparo, la solícita y amorosa providencia de sus hijos y familia, aparece, según el proceso, como su tirano y verdugo, hasta el punto de dar entrada en su corazón a una pasión monstruosa, fijando los ojos en su propia hija, cuya heroica virtud trata de vencer con inhumanas crueldades, después de haber empleado inútilmente los halagos y las seducciones. Cediendo a los impulsos de tan infame y bastarda pasión, y dando, según parece, entrada al furor, conviértese mas tarde en asesino de un indefenso joven que acudiera una noche a pedir hospitalidad en su choza; y no solo sacrifica a la víctima de un modo traidor, sino que hace servir a uno de sus hijos de instrumento para la ocultación del crimen, obligándole a enterrar el cadáver del joven sacrificado. 

Extracto de la noticia recogida en el periódico "El Faro Nacional"
en su edición del 30 de septiembre de 1852

     Si a la clase y naturaleza de los delitos que han dado margen a la formación del proceso, se añade el resultado que ofrecen las diligencias judiciales y el carácter singular y extraño que presentan algunas de las actuaciones del proceso, acaba de llenarse la medida del horror que infunden en el ánimo sus negras páginas. En esta causa se presentan como testigos de los hechos individuos de la propia familia del acusado. Sus mismos hijos, luchando entre dos elementos contrarios, la salvación o la muerte del autor de sus días, declaran en el proceso; y sus manifestaciones sobre los hechos domésticos que refieren contribuyen, tal vez, a formar las gradas del patíbulo para el acusado; viniendo a resultar, por una combinación de horribles y fatales circunstancias, que los que deben la vida al hombre desdichado que se ve bajo la acción severa de los tribunales, preparan acaso la muerte a este mismo hombre. Aquí luchan la verdad contra la compasión, la naturaleza contra la ley, la piedad contra la justicia, la religión, la santidad del juramento y la voz de la conciencia contra la misericordia, la gratitud y el respeto y amor filial. 

     Difícilmente se presentará en una causa un combate de afectos y pasiones semejante al que ofrece la de que nos ocupamos. 

     El público sabe la manera respetuosa y comedida como tratamos siempre estas delicadas materias cuando, en virtud del derecho que la ley nos concede, las traemos al campo de la publicidad, para manifestación solemne de la justicia, para desagravio de la sociedad ofendida, para saludable ejemplo y escarmiento de los que pudieran sentirse inclinados a delinquir en lo sucesivo, y para enseñanza elocuente de los que siguen la senda de la virtud. Lejos de nosotros la idea de agravar la suerte de los tratados como reos; pero este sentimiento de prudencia y justa consideración a los procesados no puede impedirnos "en casos solemnes y extraordinarios como el presente el que anatematicemos el delito y presentemos el crimen que de las páginas judiciales resulta, pintándolo a los ojos del público con todo su negro colorido , Si bien absteniéndonos siempre de emitir nuestro propio juicio sobre la responsabilidad de los acusados, que es el punto grave, la cuestión interesante y peligrosa del debate jurídico, y cuya resolución corresponde exclusivamente al tribunal de justicia. 

     Examinemos ligeramente la historia de los hechos, según aparece de los datos que tenemos a la vista, y que reputamos fidedignos. 

     En el término llamado de Jautor, inmediato a la villa de Alcalá de los Gazules, vivía un hombre de oficio cabrero, apellidado Martín Jiménez Espinosa, en compañía de su mujer Francisca Cortés y de ocho hijos. 

     Entre ellos existía una joven de quince años, llamada Francisca, cuya rara hermosura había excitado una infame pasión en el corazón de su mismo padre, poniendo en juego para lograr sus deseos los estímulos, ora de la lisonja y del engaño, ora de la promesa, ora de la autoridad, pero sin que pudiera hacer sucumbir la acrisolada virtud de la victima inocente de sus bastardos y degenerados instintos La tenaz resistencia de la joven encendió mas y mas la pasión del desnaturalizado ¡Padre, convirtiéndose aquella en ira y enojo, y haciendo sufrir a la hija dolorosos tormentos, y mortificándola hasta el extremo de que anduviera casi desnuda por espacio de dos meses delante de sus hermanos. 

    Sin fuerzas para resistir tan crueles tratamientos, huyó la joven de la choza donde vivía con su padre, y marchó a refugiarse a la caía de su tío Juan Estudillo, contrayendo, en el corto tiempo que estuvo en compañía de ente, relaciones amorosas con un joven conocido por Rafael Betanzos García; pero el opresor dé la Francisca la busca en el asilo de la casa de su tío y la conduce de nuevo a su antigua morada. 

     El día 24 de junio último preséntase Rafael Betanzos García en la choza de Jautor, deseoso de ver a su “amada" pero la presencia severa del padre turba la alegría de esta amorosa entrevista, en términos que Betanzos huye despavorido de aquel sitio. Irritado el padre por los celos, coge a su desventurada hija por los cabellos, y después de arrastrarla por el suelo empedrado, causándole varias heridas, la ata de manos y pies a uno de los peones de la choza, dejándola pendiente en el aire para mayor tormento, sin que conmovieran su corazón, ni los ayes, ni los lamentos, ni las súplicas de la victima. 


"El día 24 de junio último preséntase Rafael Betanzos García en la choza de Jautor..."

     Hallándose la joven en esta posición penosa, ocúrresele al padre tener que marchar a la inmediata villa de Alcalá, y llamando a su mujer, la dice : no quedarás para albóndiga si yo sé que quitas a tu hija de ese sitio. Sin embargo de esta terrible amenaza, la madre, en el momento en que su marido abandonó la choza, desató los cordeles de la víctima, y, ayudada de una hermana suya, bajó del suplicio a aquella ilustre heroína de la virtud, curándola de sus heridas. 

     Poco antes de la Vuelta del padre, la misma victima, temerosa del enojo de aquel, pide que la coloquen en el tormento y arrasados sus ojos en lágrimas, lágrimas, hace que la suspendan de nuevo en el espantoso peón. Regresa el padre de su viaje y hallando a la hija en el mismo sitio en que la dejara, se da por satisfecho de que se hayan cumplido sus órdenes. Tres días pasaron sin que se conmoviera el corazón de este hombre, privándola de toda clase de alimentos durante esto tiempo. La infeliz Joven hubiera perecido por la extenuación y por los dolores del tormento, si la angustiada madre, burlando alguna vez la vigilancia del marido, no hubiera aplicado con su boca, el pan y el agua a su pobre hija para que no pereciese. 

     Dilatándose los sufrimientos de la desdichada Francisca, quiso Dios hacer ver su justicia, pues la madre, no pudiendo presenciar por más tiempo aquel espectáculo desgarrador, aconsejó a su hijo José, de edad de veinte años, que pasase a Alcalá a referir al alcalde las escenas de dolor de que eran victimas los moradores de la choza. El alcalde no dio, sin embargo, importancia a las quejas de José, vindicando, como era natural, a la autoridad paterna de la especie de acusación que contra ella presentaba el hijo. Principia este a temer a vista de la conducta del alcalde, y corre en busca de su tío Juan Estudillo, quién le anuncia que su padre tiene ya noticia de sus pasos. La consternación turba el ánimo de José; se apodera de él una profunda melancolía, y cuando quiere ocultar un negro crimen, la violencia de la opresión lo arranca de su pecho. Informado Juan Estudillo del delito que le revela su sobrino, corre a participarlo al Alcalde de Alcalá, a pesar de la resistencia de José, que se opone a ser el delator de su padre hasta el punto de que, por salvarle, no dudaría presentarse él mismo teñido con la sangre de la víctima. He aquí la manera cómo se nos refiere la historia del delito revelado por él joven José a su tío Estudillo, y denunciado después por este al tribunal: 

     Serían como las oraciones del 24 de mayo de 1850, cuando Antonio del Río  joven de unos veinte años, se presentó a pedir hospitalidad en la choza de Espinosa, con quien había ejercido en otro tiempo el oficio de cabrero. Admitido en la choza, y habiéndose puesto a la mesa el Espinosa con su familia, convidaron a cenar al huésped, lo que rehusó este, por haberlo hecho en el camino. Antes de acostarse diole el Espinosa una estera para que se colocara en ella en medio do la choza. Dormido profundamente el Antonio del Río, el Espinosa no se desnudaba para acostarse como tenia de costumbre, dando lugar a que le reconviniera por ello su mujer, a la que respondió que no sabia lo que quería aquel hombre, a lo cual replicó la mujer que lo que quería era posada. Poco después, y cuando creyó a todos dormidos, levantose, no sin que lo oyera su sobresaltada hija, y atando a su huésped mientras dormía, le hizo salir fuera de la choza, colocando sobre sus hombros las alforjas y la manta y poniéndole el sombrero. Antonio del Río, azorado, pregunta al Espinosa qué iba a hacer con él, a lo cual replica este que tal vez querría robarle: insiste el huésped en vindicarse, diciendo que si es ladrón, que lo lleven a Alcalá. Salen ambos, por ultimo de la choza, y a los pocos momentos, en medio del silencio y de la soledad de la noche, se perpetra un crimen de homicidio, que, aunque oculto en aquellos mementos entre las sombras y la espesura de las Selvas, había de descubrirse mas tarde por la divina justicia. Consumada la muerte de Antonio del Río, y cuando todavía estaba teñido el asesino con la sangre de su victima, busca aquel a su hijo, que estaba al cuidado dé las cabras, y le manda traer las herramientas de cavar. Sigue el hijo obediente los pasos de su padre, y se aterra al ver el cuadro que se presenta a sus ojos; pero una terrible amenaza lo impone silencio. Allí abrieron ambos una sepultura, enterrando en ella el cadáver, con su sombrero, alforjas y manta. 

"Antonio del Río, joven de unos veinte años,
se presentó a pedir hospitalidad en la choza de Espinosa..."

     La mujer del Espinosa preguntó sencillamente a este por el joven Antonio del Río, pero Espinosa la mandó callar. 

     Tal es, en resumen, la historia del crimen a que se refiere el proceso, siendo de advertir que el cadáver de Antonio del Río ha sido, según se nos escribe extraído de su sepultura con todos los signos que indican, al parecer, su desastrosa muerte. 

     El acusado de este delito, Martín Jiménez Espinosa, parece que mantenía relaciones amorosas en Alcalá con una joven, a quien daba las utilidades de su casa, mientras su familia vivía en la indigencia. Impútasele además que se ocupaba en hurtos de haces de trigo, colmenas, caballerías, reses de cerda y otros objetos. El procesado tiene cuarenta y siete años de edad, y parece que los tormentos dé su hija, que antes hemos referido, han durado por espacio de tres años. 

     Señalado para la vista de esta causa el día 20 de este mes en el juzgado de primera instancia de Medina Sidonia, multitud de personas, atraídas por las circunstancias extraordinarias al crimen, llenaron el espacioso local de la Sala de ayuntamiento en que se celebró el acto, quedándose una gran parte fuera del salón por falta de sitio. 

     La lectura del proceso dio por resultado la tristísima historia que sustancialmente hemos referido, y que produjo una profunda impresión en el ánimo del público. 

     El ministerio fiscal hizo uso de la palabra, trazando la historia del delito, refiriendo todas sus circunstancias, y exponiendo a la consideración del tribunal todas las razones que presentan, a su juicio, al Jiménez Espinosa con el carácter de criminal y responsable del delito que se perseguía. 

     El discurso del fiscal fue grave y elevado, como pedía su ministerio. Su petición fue la de que se impusiera al acusado la pena de muerte en garrote. 

     Entró después a hacer uso de la palabra el licenciado D. Ildefonso Genér, defensor del acusado, quien pronunció un discurso tan notable, como era difícil y delicado el cargo que se le habla confiado. 

     Nuestro corresponsal nos asegura que, conmovido el defensor en los primeros momentos, adquirió muy en breve un vigor extraordinario, exponiendo, de una manera enérgica y elocuente, las circunstancias especiales de este proceso, en el que los actores principales y los testigos eran todos individuos de una misma familia. Examinando las declaraciones de los hijos contra su padre, manifestó que estas estaban en oposición con los sentimientos de veneración y de cariño que se deben al hombre que nos ha dado el ser, y que es para nosotros una especie de Dios en la tierra: dijo que era horrible el espectáculo que ofrecía el cadalso que trataba de alzarse, preparado para un hombre por su propia descendencia. Tratando después del heroísmo de la hija, dijo que este heroísmo se eclipsaba ante la conducta que había observado con el autor de sus días, añadiendo que no encontraba virtud donde no había obstáculos que vencer y tormentos que sufrir: y deduciendo, al parecer, el letrado de estas ideas que un deber sagrado, además del de la honestidad, obligaba a la hija a padecer en silencio antes que perjudicar con sus declaraciones a su mismo padre. 

     A propósito del homicidio de Antonio del Río, manifestó el abogado defensor que la culpabilidad lo mismo podía imputarse al Martín Espinosa que a su hijo, existiendo, a su parecer, para una y otra imputación iguales circunstancias y motivos. 

     El discurso del Sr. Gener fue sentido y esforzado, y sus palabras en el examen de tan grave proceso produjeron honda sensación en el ánimo del numeroso auditorio que llenaba el salón de la Audiencia. 

     Dictada sentencia por el señor juez de primera instancia, se ha impuesto al reo la pena de muerte en garrote. 


     Con referencia a un periódico de Cádiz del 25 de este mes, añadiremos (que, notificada la sentencia al procesado, la oyó con la mayor impasibilidad, y, sonriéndose, dio gracias al escribano; y que después ha permanecido con la misma sangre fría, sin oírsele palabra alguna ni de sentimiento ni de irritación.  Añade dicho periódico que el tribunal superior ha sentenciado al Espinosa a la pena de muerte: ignoramos si esto será exacto, o si será una equivocación; pues es difícil que en el espacio de tan pocos días se haya sustanciado y fallado el proceso en la superioridad. 

     Procuraremos tener al corriente a los lectores de El Faro Nacional del resultado de esta causa, que ofrece un drama jurídico tan aterrador y sombrío como los mas horribles que nos refiere la triste historia dé las pasiones y de los delirios humanos”

NOTAS

 (1) Varios son los periódicos que se hacen eco de este suceso, entre ellos:

- 26 de julio de 1852: La Esperanza. Año VIII nº 2377 pág. 2 

- 27 de julio de 1852: La España. Año V nº 1325 págs. 3 y 4

- 27 de julio de 1852: El Nuevo Observador.  págs. 3 y 4

- 29 de julio de 1852: El Faro Nacional. Año II nº 116 pág 17.

- 30 de julio de 1852: La Esperanza. Año VIII nº 2381 pág. 2

- 30 de septiembre de 1852: El Heraldo de la mañana

- 30 de septiembre de 1852: El Faro Nacional. Año II nº 132 págs. 13-16

- 1 de octubre de 1852: El Heraldo de Madrid.  nº 3169 pág. 4

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