sábado, 4 de marzo de 2017

San Juan de Ribera y sus vínculos con Alcalá de los Gazules (II)





       En 1566 se ordenó la dispersión de los conversos y en 1609 fueron los moriscos definitivamente expulsados. Claro está que en esta convivencia podríamos encontrar su huella en construcciones como la mansión que nos ocupa en su estructura fundamental de Convento aún visible, realizada hacia 1570, y tanto más probable por cuanto existe otras edificaciones más tardías donde consta aquella intervención. En el antiguo compás estaban las almenas y la doble escalinata de rojo ladrillo, material reiterado en todo el ancho pavimento de la explanada, ya a nivel del desaparecido templo. Aquí, como en las tradicionales cubiertas de tejas moriscas y en las bases del mirador que sería la torre -de clara reminiscencia o factura mozárabe-, existen serias influencias. La arquería del claustro o galería porticada de arcos rebajados sobre pilares y escalera en ángulo tampoco carece de cierto sabor anterior al XVII.

       Pero volvamos a nuestro Duque, del que cabe decir que, fruto de amores ilícitos, le nació un hijo, que Dios reservaba a su mayor gloria para probar que es grande en sus Santos.

      Por obra de su fe, el prócer aceptó al niño y le dio su apellido y calor de amantísimo padre. No hemos de extrañarnos ni de rebuscar en lo lamentable de la época. Lo que nos acerca a Dios no es un angelismo imposible, sino la búsqueda constante del bien en la navegación por los surcos de la vida, rectificando en alerta el rumbo y la brújula.


      San Juan de Ribera nació en Sevilla, en la casa de su madre, dama de la familia Pinelo. Es la casa llamada del Abad Mayor; en la calle Abades (señalada hoy con el número 6). Nace en 1532; hallándose su partida de bautismo en el archivo de la Parroquia del Sagrario de la Santa iglesia (7)

       “Por haber fallecido pronto doña Teresa de los Pinelos, el niño crecía sin el amor de madre” (8). Pero se hizo cargo de vigilar su crianza, de acuerdo con el padre ausente, su tía camal doña María Enríquez de Ribera, marquesa de Villanueva del Fresno. Ella lo entrega durante varios años a una familia cristiana, deuda de los Duques y vecina de Alcalá, probablemente la de un García Trujillo -linaje notorio-, quién aparecerá como temprano ayo del adolescente.

       Un antiguo biógrafo de San Juan registraba expresamente esta venida alcalaína. En 1683, el valenciano Busquets, después de fundamentar el abolengo Ribera entroncando con Reyes y Santos de Galicia consigna: “De tan generosa estirpe salió a la luz del mundo nuestro Don Juan de Ribera, en la Insigne Ciudad de Sevilla, en el mes de marzo del año 1532, aunque le debió a Alcalá el tierno alimento de su infancia” (9). Que un autor anónimo refrenda en 1757: “nació de estirpe nobilísima en la Ciudad de Sevilla nuestro Héroe Juan, aunque el tierno alimento de su infancia lo recibió en Alcalá de los Gazules” (10).

       Autores modernos se han hecho eco de esta presencia infantil de Juan de Ribera, aportando a veces algún matiz basado en la tradición o en la consideración de circunstancias interesantes. En 1912 es el también biógrafo Cubí quién afirma: “Trasladado el niño D. Juan para su lactancia al palacio que el duque, su padre, poseía en Alcalá de los Gazules, se educó allí cristianamente” (11).

      En 1960 se publican también en la Prensa, de manera anónima, varias noticias alcalaínas acerca de Juan de Ribera, en vísperas de su canonización (12). Afirmase concretamente que pasó en ésta los primeros años de su vida en la casa palacio hoy solar de la calle de la Carrera y Sánchez-Aguayo.

      Vino aquí según cuentan las crónicas a restablecerse a la casa solariega de sus padres, respirando estos purísimos aires. También dicen las crónicas que volvió a la ciudad allá por el año 1558, ya ordenado de clérigo...

       De todo lo anterior se deduce que algo educó nuestro pueblo, en su primera infancia, a este jovencito prometedor. Tal vez las nociones de letras más elementales, aprendidas en su casa misma, bajo la dirección de su maestro o profesor. Los había entonces en el pueblo, naturalmente, como el que se cita Preceptor de gramática llamado Sebastián Sánchez, que aparece en 1541, con su mujer doña Luisa Delgada, padrinos de un bautismo (13).

       Cabe esa enseñanza hacerla simultánea, o complementaria, con lecciones en el extinto Convento de Santo Domingo, entonces lleno de vitalidad. Que era fundación y patronato de su Casa y estirpe Ribera y fue mandado construir por su tío don Francisco Enríquez de Ribera, dotado a poco de sus comienzos en los principios del siglo XVI con los Maestros más relevantes en el pueblo, por formación y espíritu, tanto de Gramática y Humanidades como de verdadera piedad. Tuvo siempre este Convento dominicano clases para externos, por instituto fundacional, y no sólo de índole primaria, sino de Filosofía y Teología; por un tiempo fue, incluso, Estudio General.


       Con Huerga, cabe decir que tal presencia del niño don Juan entre los dominicos no es dato inconcuso (14), aunque hermosamente incitante. Desde luego el Convento, primero Vicariato, fue Priorato desde 1526, y estaba ya en actuación plena en los años treinta y tantos del siglo XVI en que San Juan de Ribera estuvo en Alcalá. Afirmar un género de asistencia escolar es aserto prudente y casi seguro, atendiendo a los adjuntos expresados.

       La idea de nobleza obliga pudo oírla aquel pequeño alumno allí mismo, pues está tomada de Boecio -que se juzga traducido por Aguayo cuando dirigía la construcción del Convento (el mismo Aguayo), años antes-: “Y si alguna cosa buena tiene la nobleza en si, pienso yo ser esto sólo: poner en necesidad a los de noble linaje que se esfuercen a seguir la virtud de sus pasados” (15).

       No es superfluo reproducir estos párrafos de Huerga acerca de los que llama “estudios menores o conventuales: los conventos de dominicos son, por propia constitución, casas de estudio. De ahí que no falte nunca en ellos el lector o profesor conventual. En casi todos se impartían también clases a los clérigos del lugar, y aún a los seglares que no disponían de recursos para ir a los centros de fama y pago, o sencillamente aprovechaban la oportunidad de aprender... El servicio que los dominicos brindaron a la cultura andaluza es admirable e incuestionable” (16).

      Conviene decir que el otro Convento de frailes en Alcalá, el de Mínimos de San Francisco de Paula, es de fundación muy posterior, aunque también estableciera profesor de letras. Según recoge el protocolo del Convento de Mínimos, fue condición impuesta en 1585 por Alonso Cárdeno, su fundador, “que este Convento havría de mantener siempre un Maestro que enseñase gramática a los hijos de esta dicha Villa de valde fuese o no Religioso y para Dote de esta quanta obligación determinadamente señalaba la referida mitad de vienes semoventes” (17).

      Pero, sigamos con la niñez y adolescencia de «nuestro» San Juan de Ribera. Según la describen los hagiógrafos, “desde los primeros alumbramientos de la luz natural más parecía un varón consumado en la prudencia, que muchacho intrépido. Tal era el gusto que empezaba a percibir de las cosas espirituales, que no se agradaba de los pueriles entretenimientos, y menospreciaba el fausto con que le brindaba el mundo y la opulencia paterna. Trataba sólo de vivir recogido, de ser obediente, de no responder con tono orgulloso, de vestir humildemente, de portarse con todos afable, cortés y cariñoso. Tenía sus delicias en recibir a menudo con una devoción edificante los sacramentos, en visitar iglesias, en estar en la Misa arrodillado, y en escuchar atento la palabra de Dios. Componía Altaritos en su aposento con varias imágenes de Christo Señor Nuestro, de su Santísima Madre, y Santos de su particular devoción; mas todo esto sin perjudicar al estudio, en el que aprovechó tanto con su ingenio perspicaz, que a los diez años estaba tan consumado en la Retórica, que a no reparar el Duque su Padre en edad tan delicada, le hubiera concedido la licencia, que con el parecer de Ayo y Maestro le pedía para pasar al Estudio de ciencias mayores a la célebre Universidad de Salamanca” (18).

Relicario con motivo de su canonización en 1960
       Tal cuadro puede parecer demasiado encomiástico, pero refleja todos los datos conocidos del proceso canónico (19) y coincide con algunas manifestaciones del propio Santo verdaderamente ejemplares.

       Como la expresada en su testamento de 5 de febrero de 1602 (20), “y con ser verdad que yo he sido siempre aficionado a las sagradas letras y obediente a mi padre” (...).

       Pero más dulce quizá es la preciosa declaración de amor mariano, suscrita el 8 de enero de 1574, que nos transporta y evoca a lo mejor de su vida de niño en Alcalá, ya que dejó escrito: “desde nuestra niñez, avemos sido y somos mui devotos de la purísima Concepción de la siempre Virgen y Madre de Dios” (21).

       Este concepcionismo lo respiraba de un ambiente profundamente impregnado de devoción a María Santísima, trasvasada entre nosotros a esa Virgen de los Santos de aquella piadosa Alcalá, reinante en su ermita. Que el niño bienaventurado hubo de visitar en jornada de gozo, ya que la imagen era honrada en su Santuario desde mucho tiempo antes (22), acogedora para todos.

       Aparte de las lecciones de letras y números más fundamentales, se iba graduando en humanidad y espíritu religioso, sellado amorosamente por la Providencia.

       Sus biógrafos antiguos recogieron piadosos aspectos de su infancia, sintetizados por otros escritores modernos: “Tenía consagrado su corazón a Dios, con una donación completa, absoluta y para siempre. De nada valieron las proposiciones paternas para que aceptara el ducado de Alcalá. Su confesor y cuantos le trataron de pequeño conocieron su inocencia bautismal. Todos coinciden en afirmar que hasta de las faltas veniales se guardaba el Santo. Su alma, eminentemente eucarística, centraba su espiritualidad en el sacrificio de la Misa y en la Sagrada Comunión” (González Moreno). Recordemos aquel texto biográfico: “a los diez años estaba tan consumado en la Retórica que, a no reparar el Duque su padre en su edad tan delicada, le hubiera concedido la licencia que con el parecer de Ayo y Maestro le pedía para pasar al Estudio de ciencias mayores a la célebre Universidad de Salamanca”.

   

NOTAS

(7) Libro II. Folio 19. Véase. Servando Arboli y Faraudo, La Eucaristía y la Inmaculada; Sevilla, 1895. Página 39.

(8) Ramón Robres Lluch, San Juan de Ribera. Patriarca de Antioquía. Arzobispo y Virrey de Valencia. 1532-1611. Un obispo según el ideal de Trento; Barcelona, 1960.

(9) Jacinto Busquets Matoses, Idea ejemplar de prelados..., Juan de Ribera; Valencia 1683, páginas 3-5.

(10) F.R.P.A.C.R. Compendio histórico de la vida y virtudes del B. Juan de Ribera. Obispo de Badajoz, Arzobispo de Valencia, su Virrey y Capitán General, y Patriarca de Antioquía: Valencia 1757, cap. I.

(11) Manuel Cubí. Vida del Beato Don Juan de Ribera; Barcelona 1912, página 15.

(12) Véase La Información del Lunes, Cádiz, 7 de Marzo de 1960. Suelto sin firma.

(13) Archivo Parroquial de San Jorge. Acta de 8 de octubre de 1541, entre las sueltas que se copiaron antes de la serie regular de los Libros sacramentales.

(14) Álvaro Huerga, O.P., Los dominicos en Andalucía; Madrid 1992. página 256.

(15) Severino Boecio. De consolatiane philosophiae, libro III, prosa VI.

(16) Álvaro Huerga, O.P. op. cit. página 126.

(17) Protocolo... del Convento de Mínimos de Alcalá de los Gazules, que acaba en 1797. Se halla manuscrito, en un tomo: Archivo Histórico Provincial de Cádiz. Fondo procedente de Hacienda, signatura número I.

(18) F.R.P.A.C.R., Compendio... op. cit. página 2.

(19) En el Proceso lo afirmaba Francisco López de Mendoza, que lo sabía por el obispo Espinosa, auxiliar que fue del Patriarca: Summ. 2. páginas 8-9; véase Ramón Robres Lluch, San Juan de Ribera. Patriarca de Antioquía. Arzobispo y Virrey de Valencia, 1532-1611. Un obispo según el ideal de Trento; Barcelona 1960, página 13.

(20) Lo cita así Menéndez Pelayo: “Está trasladado de una copia de letra del tiempo: cuatro hojas en folio, numeradas 463, 465, 467 y 469. Las intermedias están en blanco (Biblioteca de Salazar, manuscrito 82. Escrituras t. 67; Corona de Aragón, Biblioteca de la Real Academia de la Historia, estante 6°, grada 1”.

(21) En la «Aprobación de la Confraternidad de la Inmaculada Concepción del Convento de San Francisco en Valencia», citado por Pedro de Alva y Astorga, Armamentarium Seraphicum et Regestum Universale tarado tuendo lnmaculateae Conceptionis: Madrid 1649. columna 672.

(22) Véase Fernando Toscano de Puelles. La Antigüedad del Culto a Nuestra Señora de los Santos; en Apuntes históricos y de nuestro patrimonio. Edición Municipal. Cádiz. 1987. páginas 4-5.

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