sábado, 11 de noviembre de 2017

Juan Perales León, anarquista (I)



Juan Carlos Perales Pizarro 


        Le daba vida el recordar sus vivencias. Lo marcaron tanto que, a medida que el relato avanzaba, se revitalizaba como si de una medicina se tratara. Era tanto su afán por que conociéramos sus vivencias, que sacaba fuerzas donde apenas ya las había. Lo contó todo. Al menos, todo lo que su memoria fue guardando durante tantos años. Y era mucho. Lo escuché, lo grabé, lo transcribí y os lo presento, resumidamente, intentando trasmitir lo que él me contó durante esa fría navidad en que todas las tardes me senté con él, con el acompañamiento de la grabadora, y como fondo el cantar de los pájaros, canarios y jilgueros, a los que dedicaba las horas del día. Estaba ya muy enfermo. Día a día había ido perdiendo su guerra contra el cáncer. 

       Fue un referente del anarquismo y del antifascismo en la provincia. De hecho, en un programa de la Junta de Andalucía, Banco Audiovisual de la Memoria, fue grabado y su testimonio consta en el Archivo correspondiente de la Junta de Andalucía. También en esta grabación tuve la ocasión de acompañarle. Otro compañero, amigo, Sebastián Pino Panal, anarquista, fue también grabado dentro del mismo programa. Ambas, al igual que el resto de las realizadas en Andalucía, merecen la pena ser escuchadas. Quiero creer que están disponibles en la web correspondiente. 

      Fue un referente, igualmente y de manera extraordinaria, para la izquierda de Alcalá de los Gazules. Y no solo del conocido como «el Clan de Alcalá del PSOE», que sí lo fue. A veces, cuando se ha escrito sobre ello, se incide de manera especial en «el electricista» que tanto influyó en la formación y la futura militancia del grupo, minusvalorando, e incluso ignorando, el papel fundamental que jugaron otras personas, nuestros mayores, como el caso de Juan Perales. También, cómo no, otros, en todos los casos, represaliados del franquismo. 

       Sin él, la CNT en Alcalá nunca hubiera existido. Fue, creo, el único y el último anarquista. Su implicación en que funcionara fue extraordinaria. Siempre se quejó de que aquellos que en su día le acompañaron en CNT, y que después «le traicionaron» yéndose a otras formaciones políticas, nunca habían sido auténticos anarquistas y que no merecían estar en la organización. 

      El inicio de la investigación de la represión en Alcalá, en una parte muy importante, se debe a él. También a muchos otras personas, entre otras, claro, mis propios padres, represaliados y víctimas también. Pero fue mi tío Juan el que en su caja fuerte había guardado un listado de fusilados de Alcalá. Poco a poco con la ayuda de otros mayores y amigos represaliados habían ido elaborando esa lista, hasta ese momento desconocida, de los fusilados y desaparecidos de Alcalá. También tenía la otra lista, la de los verdugos y responsables de las barbaridades cometidas. Y algunas fotos. Y datos sueltos e inconexos de sus dos expedientes, de sus dos Consejos de Guerra. Tenía las fechas y los números de las causas. Siempre soñó con poder localizarlos. 

      Ahora, una vez abiertos los archivos y, en parte, el miedo ahuyentado, los expedientes militares van saliendo a la luz. Afortunadamente, también los de Juan Perales. Ojalá él hubiera podido verlos, leerlos, tocarlos... Era su sueño. Siempre lo dijo. Serán públicos como él lo deseaba, al igual que aquí publico sus memorias, como también él deseaba. 

      Tuvo ocasión de compartir y protagonizar el homenaje que en Alcalá se les rindió a los fusilados. Al menos ese reconocimiento y esa victoria se los llevó a la tumba. En algunas ocasiones, he pensado, que en su último viaje, no pudimos o no quisimos cumplir con sus deseos. Él era agnóstico, no creyente, ateo. Sin embargo, al igual que en todos los casos, su despedida se la hicimos «cristianamente». También había manifestado en multitud de ocasiones que quería que cuando muriera su féretro fuera cubierto con la bandera de la CNT. Tampoco aquí le hicimos del todo caso. La bandera que si le acompañó durante el velatorio, no cubrió su féretro, como era su deseo. 

      De su velatorio, conservo bonitos recuerdos. Alegres, aunque parezca contradictorio. Había muerto con la dignidad con la que había vivido toda su existencia. 

A sus hijos e hijas, nietos y nietas. 
Alcalá de los Gazules, marzo de 2013 





       "Cuando tenía cinco años, mi padre murió. Éramos tres hermanos, tu padre, una hermana que se llamaba Francisca y yo. Francisca murió aquí en la calle Real, en la puerta de la tienda de tu padre. Murió echando sangre. No sé de qué. Era muy jovencilla. Podría tener diez o doce años, quizás más. Mi padre era «arriero». Tenía sus burros, sus mulos, en fin, económicamente vivíamos bien. Murió a consecuencia de una epidemia de gripe. Vino de Jerez de un viaje de carbón, ya enfermo. Recuerdo que cuando empezó a quitarles los «jatos» a las bestias, unos vecinos míos que eran muchachillos mayores que yo, le ayudaron y entonces yo me subí en una silla y empecé a querer quitar cordeles y ayudarle también. Cayó enfermo en la cama. No recuerdo mucho sus facciones. No dejó fotografías de ninguna clase. Recuerdo el entierro. Los entierros de entonces eran vulgares, una caja forrada con tela negra baratucha. Uno al que le decían «Don Pépede», que era muy fuerte, y muy amigo suyo, quería llevar la caja él sólo en la cabeza. No quería que la llevara nadie más que él. A éste lo mató, años más tarde, un cuñado suyo en la calle Los Pozos. Me vistieron con un babi negro con unos botones muy brillantes, negros también. 

        Mi madre vendió las bestias, y al cabo de tiempo pusimos una tienda de comestibles en la calle Villabajo. Allí estaba la escuela de don Antonio Caballero. Luego, años después, vino la cosa mal, la tienda se perdió y nos quedamos en la ruina. No nos quedó nada. Mi madre trabajaba limpiando casas. Nosotros nos fuimos al campo a trabajar. Recuerdo que por la mañana tenía que estar con el ganado de las vacas, de los cochinos o lo que fuera. En invierno cuando caían las heladas se me ponían los pies chorreando. Pasaba mucho frío y esperaba con ganas a que saliera el sol para poner los piececillos y calentarme un poco. Volvía a la casa cada dos o tres días. Venía a vestirme, me daban media telera de pan y vuelta al campo. Cobraba muy poco. Además de guardar el ganado, hacías lo que te mandaran: ir por el agua, contar leña, en fin, las cosas que los chavalillos podían hacer. Me cansé del campo. Me metí de zapatero, de aprendiz de zapatero. Mi primer maestro se llamaba Juan Ramón. Después pasé a otra zapatería que le decían la de la gata. Tendría entonces unos 12 o 14 años. En el colegio yo aprendí a leer sin saber lo que era ortografía ni nada. Escribía algo y de cuentas sumar, restar y multiplicar, a dividir no llegué a aprender, aprendí luego. Tuvimos que marcharnos a Cádiz. Vivíamos en la calle Arbolí primero y luego en la Viña. En Alcalá se vivía muy mal. Éramos mi madre, tu padre y yo. Como mi madre estaba trabajando, a mí me daba de comer una familia, almorzaba con ellos y ya por la noche me iba a la casa y comía lo que mi madre hacía. En aquella época casi todas las comidas eran a base de pan, muchas cortezas y las sobras que te daban en las casas donde trabajabas. 

       Volvimos a Alcalá. Tampoco en Cádiz había muchas posibilidades. Me fui a trabajar de camarero con un tío de mi madre al que le decían Dominguito «El Conilato». Un hombre muy formal, muy serio. Dormía muy poco, casi siempre en la silla. Abría muy pronto y se acostaba muy tarde. Siempre estaba dando cabezadas en la silla, siempre. Era una taberna donde se concentraban las gentes ricas del pueblo, los que tenían fincas y ganados. Gente que por la mañana se tomaban sus copas de coñac y después le agregaban las copas de vino, del mejor que había. 

      Luego, tras el almuerzo, por la tarde volvían y se tomaban el café, que lo hacía muy bueno. Y nuevamente con las copas. Tenía una clientela selecta. 

       El 14 de Abril de 1931, joven como era, no tenía conocimientos de lo que eran las izquierdas, ni las derechas. Se proclama la República y sale una manifestación que pasa por la Alameda con la bandera republicana. Me salí del café y me uní a ella en un movimiento espontáneo. Empecé a dar vivas a la República imitando a los mayores. Recuerdo que siendo más chiquitillo, íbamos mucho a jugar al muladar «Quintana» y que por allí vivía un hombre, ya de edad, con barbas y era republicano. Le llamaban «el Tío Valverde». Sus barbas nos daban miedo. Recuerdo el entierro de este hombre. Murió en la República. Debió ser muy querido, porque le acompañó mucha gente. Después de la manifestación, no fui más a la taberna. No me atrevía ni a pasar por la Alameda. Se repartieron muchas banderitas de la República. El primer alcalde fue José Sandoval y nosotros los chiquillos nos pegábamos al que más mandaba. Creíamos que aquello era la salvación de los pobres. Se dio un mitin y un tal Pizarro habló. Recuerdo que decía que él se había criado sin tener conocimientos de nada y siempre con la pluma y el libro. Recuerdo ese pasaje de aquel mitin. 

       Se abrió un centro de la UGT. Todos los chiquillos por novedad íbamos allí. Yo no me pude apuntar porque todavía no tenía edad. Después se abrió otro centro que era de la CNT. Sí me admitieron. Allí se reunían, daban charlas, en fin. Las gentes que tenían más conocimiento eran las que organizaban todo. Yo lo que quería era trabajar, pero quizás porque no tenía edad no me daban trabajo. Junto a otro joven como yo, con trozos de picón, hicimos una pintada, en la calle de la «Salá», protestando. Nos rebelamos. Fue mi primera acción de rebeldía. 



      Una vez dentro de la CNT, empezaron a formarse los grupos de las Juventudes Libertarias. Se formaban para que fuéramos tomando conciencia de lo que era el anarquismo. Procurábamos meter dentro de los grupos a aquellos chavales que eran más selectos, que tenían mejores sentimientos, que buscaban algo superior. Ahí el que fuera borracho o fuera malo con la familia o con la novia o un metepatas, no podía entrar. No lo admitíamos. Cuando alguno quería entrar lo consultábamos entre nosotros. Nos llamaban «los aguiluchos de la FAI». Aquí, en Alcalá, había seis o siete grupos de las Juventudes Libertarias y en cada grupo había ocho jóvenes, casi todos trabajaban en el campo. Los que estaban mejor preparados eran los que estaban al frente, eran los que podían escribir y leer. Nuestra misión era prepararnos para la nueva sociedad. Leíamos muchos libros anarquistas, revistas. La CNT entonces era muy rica en cultura. Los hombres estaban muy bien preparados. Teníamos  nuestra biblioteca y a cada instante íbamos a correo a recoger libros. Llegaban muchos libros. Nos educábamos y nos formábamos. Ser revolucionario no era sólo pegar tiros, dar palos. Nos impregnábamos de lo que era el anarquismo puro. Aunque no pudiéramos llevarlo a la práctica, era lo que queríamos y por eso luchábamos. Nos parecía que éramos los mejores y los que mejores pensamientos teníamos. Aún lo sigo pensando igual. CNT era más mayoritaria y éramos más jóvenes porque en la UGT no había apenas jóvenes. El movimiento libertario tenía mucha fuerza en Alcalá, Medina, Casas Viejas, Los Barrios, Jerez, Paterna, Jimena. Teníamos contactos en todos los pueblos. De vez en cuando había huelgas. Consistía en salir a los cortijos con un palo para que los que estuvieran trabajando fueran a la huelga. Cuando regresábamos la Guardia Civil nos estaban esperando y nos mandaban a la cárcel. Nos encerraron muchas veces, cada vez que había huelga. Esto ocurría durante la República. Algunas veces nos pagaban. Recuerdo que una vez un guardia civil, Molina, le pegó una torta a tu padre en la Alameda. 

      Lo de Casas Viejas, lo viví muy de cerca. Teníamos noticias de que se iba a haber un intento de revolución. Pensamos que teníamos fuerzas suficientes para vencer. Creíamos que podíamos hacernos con el pueblo y Casas Viejas se adelantó al movimiento. Esperaban ver humo en Medina y hubo humo, pero no era la señal. Se levantó. Quedó sola, aislada. Desde Alcalá mandamos un enlace. Un chaval, Joselillo Malacara, no tenía bazo, corría como un galgo y nunca se cansaba. Este estuvo allí y cuando volvió nos dijo lo que pasaba. Mandaron a la Guardia Civil y las Fuerzas de Asalto. Dirigidas por el capitán Rojas, empezaron a tirar con hondas piedras envueltas en algodón y gasolina y la choza de Seisdedos salió ardiendo. Una de las hijas de Seisdedos que le decían la Libertaria se escapó por una de las ventanas. Creo que había una burra, y la burra fue la que aguantó los tiros. Allí dentro de la choza murió Seisdedos. «Casas Viejas en un gran día hizo su revolución, unos cuantos libertarios la anarquía implantó», era una canción muy bonita que se cantaba. Los sucesos se hicieron famosos y fueron conocidos por todo el mundo. 

      Ocurrió, pero en Alcalá, otro suceso que recuerdo bien. Se trabajaba en la carretera que va para Paterna. Había poco dinero para pagar y daban unos vales en su lugar. Servían para cambiarlos por alimentos en una tienda, que era como una casa particular. Pertenecía a Rodrigo Delgado, que luego fue alcalde aquí durante la República. Era muy conocido, buena persona. El alcalde de entonces era Antonio Gallego. La gente se cansó de los vales, porque a veces necesitaban productos que no había en esa tienda. Para protestar nos juntamos todos en la Alameda para hacer una petición al alcalde. La respuesta del alcalde de la República no fue la esperada y la gente se amotinó. Había allí un montón de adoquines pegando a la baranda de la Alameda y empezaron a tirarlos contra el ayuntamiento. La Guardia Civil llegó para reprimir la protesta. Y la gente salió huyendo. Yo me metí en la posada. Subí la escalera y me escondí debajo de la cama para que no me vieran. Salí de allí sobre las dos o las tres de la madrugada. 

  
Fuentes

Archivo del Tribunal Militar Sevilla. Sumarísimo 42.113. Legajo 611 nº 19.852.

Testimonios Juan Perales León. 2003.

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