sábado, 28 de septiembre de 2019

El movimiento obrero en Alcalá de los Gazules en el último tercio del Siglo XIX (y IV)



     Asimismo, desde el mes de febrero, se prepara un banquete conmemorativo para celebrar el aniversario de la Commune de París [50] celebrándose el 18 de marzo:

      “un acto grandioso y solemne ha tenido lugar entre los socialistas alcalaínos, grandioso por su importancia histórica, y solemne por la forma en que se ha llevado a cabo el aniversario de la proclamación de la Commune de Paris. El 18 del presente mes quedará eternamente grabado en la memoria de los trabajadores de esta población, que reunidos en apretado haz han solemnizado el acontecimiento de más transcendencia en los anales de la historia del Proletariado.

      A las seis de la tarde estaban reunidos en la Escuela Regeneración todos los individuos de la Agrupación de nuestro Partido. ¡Con qué satisfacción veíamos congregados a los veteranos obreros que ha largo tiempo luchan por el triunfo de la Revolución social! ¡Con qué alegría escuchábamos aquellas sinceras palabras de los sencillos hijos del trabajo! ¡Qué júbilo tan grande se veía retratado en los tostados rostros de los esclavos del terruño y del arado!

      Terminada la modestísima comida, se levantó a brindar el compañero Gregorio Tamallos, en éstos o parecidos términos: <<Hoy nos reunimos aquí para conmemorar la más grande y más santa de las epopeyas, el triunfo de la Commune de Paris. La Commune fue el grito de guerra lanzado por el Proletariado parisien contra la burguesía, y su triunfo, si bien pasajero, fue la aurora de la emancipación social. Rindamos un cariñoso recuerdo a sus defensores, y trabajemos por que se acerque el venturoso día en que a la faz del mundo podamos tremolar victoriosa la roja enseña de la Revolución social.>>

      A continuación usó la palabra nuestro compañero Juan Olmedo, quien dedicó un recuerdo a los que sucumbieron víctimas del plomo de la burguesía republicana, porque <<para los socialistas –dijo- no hay fronteras, y no debemos, por tanto, ver en ellos más que a honrados hijos del trabajo, a hermanos nuestros, que preferían morir antes que vivir sujetos a la esclavitud del salario.>>

      Pronunciaron brindis también los compañeros Gil, Mateo y Moreno, encaminados todos a enaltecer el hecho que se conmemoraba y a encarecer la necesidad de trabajar por la próxima emancipación del Proletariado.

     Resumió los brindis nuestro compañero Diego Valle Regife, presidente del Comité, en un extenso discurso que, como todos, fue calurosamente aplaudido. <<La gloriosa fecha del 18 de marzo de 1871 – dijo – es el lazo que une a los trabajadores de todo el mundo. Los trabajadores parisienses luchaban por la causa del Proletariado de todos los países. ¿Y sabéis por qué? Porque la causa de los débiles no tiene más que una bandera, no tiene más que un sentimiento, no tiene más que un impulso, y por eso al luchar los obreros de Paris luchaban los obreros de todos los países, y al triunfar ellos triunfaba el mundo trabajador…>>

     El compañero Valle Rejife terminó con un viva a la Revolución social, que fue contestado por todos los asistentes.

      He aquí, queridos compañeros, lo que ha sido la conmemoración de la Commune en Alcalá; orden, sensatez y entusiasmo han demostrado los trabajadores en esta ocasión. Los burgueses de esta localidad creyeron que nuestro banquete sería un desorden y un barullo completos, pero se han llevado solemne chasco.

      En resumen, estamos satisfechos de nuestra obra, y creemos, sin temor de equivocarnos, que pronto tendremos una fuerte organización en esta ciudad.” [51]

       Como hemos visto, el banquete se celebra en el local de la escuela, en la que por cierto, a primeros del mes de marzo, recibían enseñanza 42 alumnos.[52]


      Pero no todo son noticias positivas para los obreros en estos primeros meses de año, pues debido a las fuertes lluvias del invierno, apenas han podido trabajar algunos días, haciéndose insostenible la situación a partir del 26 de marzo, fecha en que, agobiados por el hambre de sus familias, nombran una comisión que se presenta ante el alcalde pidiendo socorro:

     “Bajo la presión de la más terrible y desesperante de las situaciones tomo la pluma para daros cuenta de la horrible crisis por que estamos pasando los trabajadores de esta localidad.

      La masa general de esta ciudad es agrícola, y su situación, aun en la época de la recolección en que los jornales adquieren una pequeña alza, es aflictiva, pudiendo decirse que todo el año vegeta en la miseria. Y si esto sucede en épocas normales, podéis figuraros la situación a que se verán reducidos estos pobres braceros después de un invierno de lluvias en el que no han conseguido trabajar una semana completa; y cuando con la venida de la primavera esperaban poder trabajar con más regularidad, se encuentran con que las lluvias continúan, hasta el punto de que a la fecha llevan quince días seguidos de paro.

        En situación tan triste, teniendo que luchar con el aterrador fantasma del hambre, decidieron el día 26 del pasado marzo nombrar una Comisión que en nombre de los trabajadores alcalaínos expusiera a la primera autoridad local la miseria a que se hallaban reducidos por la carencia de trabajo. Cumplió esta Comisión su encargo cerca de dicha autoridad, y ésta contestó que sentía lo que el pueblo sufría, pero que por el pronto no tenía facultades para hacer nada, y que se pondría de acuerdo con la Corporación municipal y oficiaría al gobernador.

      Acudieron nuevamente el 27 en numerosa manifestación y dijeron a las autoridades que no se resignaban a morirse de hambre y que ésta no la saciaban con promesas nunca cumplidas. Al mismo tiempo numerosos grupos recorrían las calles en actitud hostil, manifestando en sus semblantes la fiebre que el hambre les producía. Sin embargo de esto, también pasó el día sin que las autoridades resolviesen nada.” [53]

      Al día siguiente, la Comisión se presenta en la Escuela Regeneración para que la agrupación del Partido socialista interceda ante las autoridades. Diego Valle, es consciente de que su intervención de nada valdrá, teniendo en cuenta el enfrentamiento de febrero con el Alcalde, Antonio Sánchez González “pero que sin embrago, cumpliendo con su deber, haría lo que deseaban, a cuyo efecto, redactó un oficio que una Comisión del mismo entregaba a las diez de la mañana a la primera autoridad, la cual dijo que no había un céntimo, pero que aunque fuera saltando por la ley municipal socorrería al pueblo con lo que se encontrara, y en efecto, a las cuatro de la tarde más de 300 trabajadores recibían de manos del presidente del Municipio la cantidad de 50 céntimos de peseta, con la cual tenían que acallar el hambre suya y la de sus familias.

      El 29 se repitió el mismo fenómeno: "más de 400 hijos del trabajo recibían los consabidos 50 céntimos”

      Conviene aquí aclarar que existe cierta contradicción con lo que recogen las actas del ayuntamiento, pues si bien es cierto que la comisión se presenta ante el alcalde, éste no celebra sesión ordinaria hasta el día 29, fecha en que da cuenta al resto de la Corporación, acordándose en la reunión dar una limosna de 50 céntimos a cada jornalero por día, del fondo de Consumos con carácter de reintegro y pedir ayuda al gobernador civil.[54]

      “Los días 30 y 31 fueron de dieta: el alcalde dijo que no tenia un céntimo y que esperaba ordenes del gobernador.

      La desesperación del pueblo no conoció límites; grupos numerosos de obreros recorrían las calles, manifestando en su actitud el descontento que reinaba. Llegó la noche, y entonces pudimos ver con profundo sentimiento que nuestros queridos compañeros pedían de puerta en puerta un pedazo de pan con que acallar el hambre de sus hijos. ¡Qué cuadro tan desconsolador! ¡Más de 200 obreros implorando la caridad pública!

      A las doce de la mañana del día 4 el pueblo hambriento aguardaba en la plaza de las Casas Consistoriales la llegada de la burguesía y sus representantes, pero no se presentó ninguno porque todos estaban satisfechos. A las tres de la tarde nuevo reparto de otros 25 céntimos, que algunos obreros, indignados, se negaron a tomar.”

      El Comité de la Agrupación socialista decide abrir una suscripción popular el día 29 y reparte entre los obreros las 21,75 ptas. que habían recaudado el 18 de marzo para los gastos del banquete. [55]

      Para hacernos una idea de la dimensión de la calamidad, baste decir que el ayuntamiento gastó en socorrer a los jornaleros entre el día 29 de marzo y el 4 de abril la cantidad de 2998 ptas. [56]

      A partir de aquí, no se tiene más noticia de la Agrupación socialista de Alcalá. Santiago Castillo da por hecho que debió desaparecer en junio porque ya no hay más comunicaciones con el periódico El Socialista y porque además, no envían representante al primer Congreso Nacional del PSOE celebrado en agosto. Sin embargo, creemos que en realidad no se trató de una disolución sino de un decaimiento de la actividad, motivado por dos motivos principales: el primero, la falta de fondos, tanto de la Agrupación como de los propios obreros asociados, acuciados, como hemos visto por la falta de trabajo. Y segundo, que el alma mater del proyecto, Diego Valle, se traslada temporalmente a trabajar a Jerez, donde encontramos suscrito a un D. V. R. en noviembre, con la suscripción a El Socialista pagada hasta febrero de 1889.[57] Es preciso señalar que el 30 de marzo Diego Valle pide saldar la deuda que tiene con dicho semanario, lo que nos inclina a pensar que ya tenía planeado su traslado.[58]

       A pesar de todo esto, la agrupación no se extingue por voluntad propia, continuando aún en activo más de un año, pues el 21 de septiembre de 1889, por causas que no hemos podido averiguar, es declarada ilegal, dictando el juez municipal orden de busca y captura de 27 individuos pertenecientes a dicha asociación ilícita.[59]

Oficio del juez municipal ordenando el 21 de septiembre de 1889
 la busca y captura de 27 individuos


      Gracias a la petición de certificación de bienes que realiza el juez los días 11 y 12 de octubre, conocemos los nombres de casi todos ellos:

Francisco Torres Domínguez
Diego Valle Regife
Juan Olmedo Tinajero
Gaspar Pérez Vergara
Ildefonso Forniel Sobrado
Diego Narváez Mateos
Diego Corrales Rivera
Francisco Sanjuan Gómez
Juan Moreno Lago
Ildefonso Costilla Sánchez
Cayetano Rodríguez Domínguez
Antonio Barbero Sánchez
Manuel Sánchez Mateos
Fernando Barea Mangana
Diego Pérez Cid
José Diañes Revidiego
José Salmerón Martínez
Gregorio Tamayo Pérez
José Vera Ortega
Domingo Caballero Suarez
Ángel Sánchez Moreno
José Romero Gómez
Diego Cid Ortega
Juan Prieto Costilla.[60]


Registro de entrada  nº 1923 con fecha 12 de octubre. Relación de individuos

      Como podemos comprobar, en esta lista figuran prácticamente todos los integrantes de los distintos Comités conocidos de la Agrupación. Aparece además el que fuera presidente de la sociedad anarquista anterior, Cayetano Rodríguez Domínguez, que, aunque no figurase en dichas directivas, es lógico pensar que también fuese afiliado y es buscado por ser miembro destacado.

      Paralelamente a los informes de bienes, el juez pide otros sobre la conducta observada por los perseguidos, señalándose por parte de la alcaldía que todos son de buena conducta [61] y el mismo día 12 interesa se averigüe el paradero de varios de ellos.

     Curiosamente, el 13 de octubre parte desde Alcalá hacia el puerto de Cádiz un grupo formado por numerosas familias con objeto de embarcar al día siguiente en el vapor Giava rumbo a Argentina donde pensaban fundar la población Nueva Alcalá.[62] Este viaje había sido largamente planeado, pues nos consta la tramitación de pasaportes y petición de documentos de algunos de los que emigraron con varios meses de antelación.[63]

      Uno de los que viajará en este grupo es Cayetano Rodríguez, que con toda su familia se establecerá, como la inmensa mayoría de estos emigrantes alcalaínos, en la localidad de Resistencia, en el Chaco argentino. Y otro es Diego Valle, del cual ya lo suponían los propios compañeros de El Socialista en 1897, al reclamarle una deuda que tenía como corresponsal. El primero, seguramente ya había planeado su marcha, puesto que lo hace con toda su familia [64] y debían contar con todos los permisos pertinentes. Sin embargo, de Diego Valle, que posiblemente no tenía pensado emigrar, al verse en busca y captura, sospechamos que se hizo pasar por su hermano Eduardo, quien sí iba a embarcarse rumbo a Argentina, pues sabemos que le fue enviado al ayuntamiento el pasaporte el 12 de noviembre de 1888 para pasar a dicho país,[65] pero nunca llegó a embarcar, pues siguió viviendo en Alcalá, llegando incluso a ser 2º secretario de otra sociedad obrera de principios del siglo XX. Debemos apostillar que Eduardo era tres años menor que su hermano Diego y que ambos, solteros, vivían en 1887 en el callejón de Granara, actual callejón Historiador Sánchez del Arco, junto a su madre viuda Antonia Regiffe Alvarez. [66]

Registro de entrada donde consta la remisión del pasaporte de Eduardo Valle Regife para pasar a Buenos Aires

      Localizamos a un Diego del Valle (apellido original de su padre) residiendo en 1895 en la localidad argentina de Paraná, de nacionalidad española,  cuyo año de nacimiento coincide con el del alcalaíno y del que además se da la circunstancia de que, en todos los censos estudiados de aquella región, de nadie se rellena el casillero sobre la religión que profesan, excepto en el caso de Diego, en que se especifica que es Libre Pensador, lo que nos hace pensar que se trata de la misma persona.

Partida de bautismo de Diego Valle. Subrayado. "Abuelos Paternos Pedro del Valle..."

      Seguramente, en el grupo que emigró, figuraban más anarquistas y socialistas, que vieron truncados sus sueños de conseguir la emancipación social de los jornaleros y que, cansados de persecuciones y encarcelaciones, optaron por buscar un futuro mejor lejos de su tierra.


NOTAS

[50] El socialista. Año III nº 103 pág. 2. 24 de febrero

[51] El Socialista. Año III nº 109 págs. 3 y 4. 6 de abril de 1888.

En el número del 17 de febrero se invita a los obreros a tomar parte del banquete, inscribiéndose en el local de la Escuela Regeneración en la c/ Los Pozos nº 135, abonando 1,25 ptas.

[52] Ib. Año III nº 105 pág. 4. Edición del 9 de marzo

[53] Ib. Año III nº 111 pág. 3. Carta fechada el Alcalá el 9 de abril publicada el día 20 de dicho mes.

[54]  AMAG. Actas de Sesiones del Ayto. pleno. 1887-1889. Libro 2 folios 74 vto. y 75. Sesión del 29 de marzo.

[55] El Socialista. Año III nº 111 pág. 3.

[56] AMAG. Actas sesiones Ayto. pleno. Libro 2. Pág. 75 vto. Sesión del 5 de abril de 1888

[57] El Socialista. Año III nº 143 pág. 4. 30 de noviembre.

[58] Ib. Año III nº 108 pág. 4. Edición del 30 de marzo.

[59] AMAG. Correspondencia y comunicaciones. Legajo 81.

[60] AMAG. Libro registro de entradas de documentos. Legajo 65 “Borrador nº 1 del Registro de Entrada de comunicaciones que empieza el 1º de Abril de 1888”.

[61] Ib.

[62] AMAG. Libro registro salida documentos. Legajo 61. 1886-91

[63] El Liberal. Año X nº 2775 pág. 2. Martes 15 octubre 1889.

[64] Véase http://historiadealcaladelosgazules.blogspot.com/2012/10/emigrantes-alcalainos-argentina-en-1889.html

[65] AMAG. Libro registro de entradas de documentos. Legajo 65. Caso de las partidas de bautismo de Agustín del Rio Campo, remitida desde Benaocaz el 1 de julio de 1889 y de María Carles Fernández, desde Algar, el día 3 o del pasaporte militar del soldado Juan Benítez Barroso para pasar a Buenos Aires remitido el 16 de mayo.

[66] Ib. Padrón de habitantes 1887. Libro 172. En el padrón se recoge que Diego era agricultor, mientras que Eduardo ejercía de sacristán.


sábado, 21 de septiembre de 2019

Memorias de un alcalaíno prisionero en la Guerra del Rif (II)



"El asedio de Zeluán 

El optimismo de los primeros días y la realidad 

     Como un peligro que se aleja, vimos marchar a los Regulares; como un sedante para nuestra fatiga y un estímulo para el ánimo, harto deprimido y pesimista, fue el aliento que a todos nos dio el capitán de la Policía indígena Carrasco con sus enérgicas medidas. 

     Momento hubo en que la vista de nuestra bandera, flameando gallardamente al viento, nos hizo pensar en un porvenir de victoria, en un mañana de revancha, en el rápido y eficaz auxilio de las tropas que por otras zonas más tranquilas cumplían pacíficamente la misión de protectorado que el Tratado de Algeciras asignara a España en Marruecos. Pero la realidad se impuso, y unas cuantas horas de reflexión bastaron para convencernos, yo tardé bien poco, de la gravedad de la situación. 

     En Zeluán, como en tantos otros sitios, como en casi todas las posiciones españolas, se advertía el mayor desorden, la imprevisión más absoluta, una completa desorganización, porque, al paso que se contaba con abundancia de algunos elementos, quizá hasta con exceso, en cambio, otros escaseaban de un modo alarmante o faltaban totalmente, como ocurría con el agua, que nuestros soldados habían de ir a buscar en muchos sitios a varios kilómetros de distancia y en lugares y condiciones funestas para su vida. 

     Y ésta fue en Zeluán la primera dificultad, que pudo salvarse el día 25, en que se hizo la aguada, a costa de grandes bajas. 



Los pusilánimes. El pozo sin agua 

     En esa misma fecha logramos organizar las fuerzas de Infantería y Artillería que allí se refugiaran, y que unas veces se escondían en los hornos de Intendencia o en los almacenes, y otras aprovechaban el menor descuido para desaparecer de los parapetos, buscando en la huida a través de aquella tierra ingrata y salvaje la salvación de sus existencias. 

     Montando los servicios, organizando la resistencia, pasamos las largas horas del día 25, y, al amanecer el 26, para evitar que unas gotas de agua nos costasen ríos de sangre, se pensó sustituir el servicio de aguada en el exterior merced a un pozo de profundidad de 25 a 30 metros dentro de la posición. 

     Con el mayor entusiasmo nos lanzamos a la empresa y en ella invertimos gran cantidad de tiempo y de esfuerzo, sin que el éxito recompensara nuestro trabajo, por falta de herramientas en la Alcazaba y porque de aquel pozo no salió ni una gota de agua. 

      Tristes y abrumados contemplamos el agujero allí abierto, pensando que el refrescar nuestras bocas y condimentar el alimento nos había de costar terribles luchas y víctimas sin cuento. 

Saludo regio y felicitación del caudillo. Punible abandono 

      En este estado de ánimo, con tan crueles pensamientos, veíamos el porvenir, cuando el telégrafo nos transmitió un despacho del general Berenguer enviando un saludo del rey y su felicitación por la heroica resistencia que hacía la guarnición de Zeluán a las embestidas de los rebeldes kabileños, que en el poblado, en las huertas, en los caminos que a la Alcazaba conducen aguardaban ansiosos el momento de saquear la posición y satisfacer así sus sentimientos de odio y sus afanes de rapiña y bandolerismo. 

      Muy agradecida fue la regia salutación y las felicitaciones del alto comisario y general en jefe; pero más en su punto hubiéramos juzgado y mayor fuera nuestro agradecimiento si, como era su deber, nos hubiese auxiliado. 

     Para todos constituía un asombro, nadie se explicaba el desamparo en que se nos tenía, a pocos kilómetros de Melilla y escasísima distancia de Mar Chica, a un puñado de españoles. Y ese abandono nos hacía pensar en una tragedia de mayores proporciones de las que hasta entonces revistiera el desastre. 

     Era comprensible la derrota de una columna a 150 kilómetros de la plaza; podía explicarse la caída de las posiciones avanzadas, pero nadie acertaba el porqué del derrumbamiento de toda una Comandancia general, que en ello sólo cabía fundar el desamparo en que nos tenía el general D. Dámaso Berenguer. 

Los hombres-pájaros. Galletas y cartuchos 

      Llenos de zozobra, angustiosamente atentos a todo, vimos con emoción profunda que el mismo día 26 volaban sobre la Alcazaba dos aeroplanos militares. Puede decirse que todos estábamos pendientes de los vuelos de ambos aviones. 

     Después de describir varios giros, los aparatos dejaron caer dos sacos: uno con cartuchería, que dio en tierra fuera de la Alcazaba, y del que seguramente se apoderaron los moros, y otro con galletas, que, aunque tampoco cayó en la posición, se pudo recoger. 

     Perseguidos a tiros por los rebeldes, desaparecieron los aeroplanos, repitiendo la hazaña otro aparato, al día siguiente y con mayor tino, pues los dos sacos que lanzo desde las alturas cayeron en la posición. No fue la fortuna como la puntería, porque el saco de las galletas se convirtió en harina, y el de la cartuchería quedó inservible del golpe. 

     No era la visita por los aires lo suficiente para inspirarnos tranquilidad ni los socorros que desde las nubes recibíamos de mayor importancia que una gota de agua en el mar; pero aun así y todo, no nos amargaba como lo que por telégrafo nos llegaba. 

     Y así transcurrían los días: desesperadamente, largamente. . 

La tragedia de la aguada. -Rastro de cadáveres 

      Unos, aquéllos que lo exigía imperiosa la necesidad, se hacía la aguada, y al ir los soldados con los recipientes, sufrían la acometida de los moros, que los fusilaban con bárbara saña, a mansalva. Y de la aguada a la posición una hilera de cadáveres marcaba como un siniestro rastro el calvario a que nos condenaba la impotencia, la indiferencia o la falta de decisión de unos hombres a quienes la nación confiara el cuidado de tantos intereses, de tantas vidas, del honor de España. 

     Otros días permanecíamos en la posición, vigilando desde los parapetos lo que en el exterior pasaba. 

Cadáveres en las cunetas del camino hacia el poblado

El socorro que no llega. Ordenes contradictorias. 

     Sin cesar, con palabras de angustia, salían de Zeluán las demandas de auxilio, y el socorro no llegaba, y a un día de zozobra sucedía otro de espanto, y a unas horas de anhelante espera seguían largos intervalos de desesperación y desaliento. 

     Fatal, inexorable, veíamos aproximarse el momento de la caída, y en este temor nos confirmó un radiograma de Melilla que decía: «Habiendo llegado esa guarnición al máximo de su heroísmo, traten capitulación con el kaid Ben Chelal, único moro que me merece confianza.» 

     Este despacho, en que Berenguer nos ordenaba la capitulación, sin intentar antes socorrernos, produjo la consiguiente consternación, y todos pensamos con horror en los peligros y las represalias que suponían una rendición a enemigo tan feroz y vengativo como el kabileño. 

     Hubo un punto de estupor. Nadie se atrevía a declarar su pensamiento. En los audaces se advertía el desencanto, el miedo en los tímidos, la duda en todos. 

     A este radiograma siguió otro, diciendo que no nos moviéramos de la posición, porque el general Sanjurjo, el laureado, el bravo general, venía en nuestro auxilio. 

     Aquel despacho nos llenó de júbilo, y como por ensalmo desaparecieron los pesimismos, y una santa y sana esperanza ensanchó nuestros pechos y fortificó hasta las más débiles voluntades. 

     Todos los gemelos atalayaron el horizonte creyendo ver en las lejanías la columna de socorro. En los parapetos, y aun a riesgo de cazar al vuelo un balazo del enemigo, había siempre gente que miraba afanosa. 

     Pero pasó aquel día, y los soldados libertadores no llegaban, y como aquél vinieron otros de inútil espera, de ansiedad que se iba haciendo insoportable, y el asedio continuaba implacable, costando vidas, restando ánimos, destruyendo la fe en el porvenir. 

     Y lo que llegó fue la orden por telégrafo de que nos replegásemos sobre la Restinga. 

La obra del Alto Mando. Hambre y sed 

      Con estos telegramas tan contradictorios no conseguía el Alto Mando más que una cosa: desconcertarnos, aumentar nuestra perplejidad, hacernos caer en la desesperación. 

      Nadie sabía a qué carta quedarse; todos comprendíamos que en Melilla era extraordinario el desbarajuste, y la moral de las tropas sufría grandemente ante noticias y mandatos tan contrarios y faltos de sentido práctico. 

     A medida que avanzaba el tiempo, la situación adquiría aterradores caracteres de gravedad. 

     Se carecía de todo: de agua y de víveres. 

     Hacer la aguada era desangrar la guarnición sin satisfacer las más perentorias necesidades. 

    Los víveres pronto se acabaron, porque aun cuando al principio había abundancia de ellos, su mala administración hizo que rápidamente se concluyesen. 

     Había, cuando se comenzó la resistencia, gran número de vacas, cabras, borregos y cerdos, y harina, aunque en menor proporción; pero la falta de una buena policía de subsistencias hacía que cuando un soldado quería comer, sin consultar a Dios ni al diablo, matase una vaca, al paso que otro prefería dar muerte a una cabra o el de más allá sacrificaba un cerdo, desperdiciando la mayor parte de su carne. Con esto se consiguió lo natural, que se acabasen los alimentos como por ensalmo, que dos días antes de la capitulación a los horrores de la sed se sumaran las alucinantes torturas del hambre. 

El emisario de Ben Chelal. La deslealtad rifeña 

      El día 2 de Agosto se presentó ante la Alcazaba un emisario de Ben Chelal, poniéndose al habla con el capitán Carrasco, que designó como parlamentarios a los tenientes Dalias y Fernández y al intérprete Rueda. 

     Al enterarme yo de esas negociaciones, solicité del capitán Carrasco autorización para unirme a los comisionados y hablar también con Ben Chelal, de quien era antiguo amigo y de quien esperaba obtener mayores ventajas si intervenía con nuestros emisarios en la capitulación. 

     Profunda extrañeza le produjo a Ben Chelal mi presencia en la Comisión, y al conferenciar con los tenientes Dalias y Fernández le declararon éstos la firme resolución del capitán Carrasco mientras para ello no estuviese de acuerdo con el general Navarro, a cuyo fin era menester que el teniente Dalias marchase a Monte Arruit para entrevistarse con el barón de Casa-Davalillo. 

      Mientras se debatía este importante punto y nuestros oficiales sostenían con energía el criterio de Carrasco, uno de los tenientes Fernández, que sabía a la perfección el chelia, prestó atención a lo que unos moros hablaban y se enteró de que el propósito de los kabileños era el de matar al oficial emisario, diciendole Ben Chelal en aquel momento que se marchase. 

      Incidentalmente, y para hacerle la debida justicia, he de manifestar que el teniente Fernández, al frente de la Policía indígena, no descansó un solo momento y que su conducta, como militar y como patriota, fue en todo instante ejemplar. 

El moro traidor. Cómo desarmamos a los indígenas 

      La noche antes de la rendición, el veterinario militar D. Tomás López, estantío de servicio en el parapeto, vio que uno de los catorce o quince policías Indígenas que habían quedado en la Alcazaba tiraba los cartuchos fuera, sin duda con el propósito de que el enemigo recogiese las municiones. 

     Sin perder momento, justamente alarmado, el veterinario López dio conocimiento del hecho al capitán Carrasco y al teniente Fernández. 

     Con la mayor cautela fui llamado a la Casa de Teléfonos, donde Fernández me rogó que fuese porque necesitaba de mis servicios para desarmar y prender a los policías indígenas, cuya conducta, ya antes sospechosa, no dejaba a la sazón la menor duda. 

      Uno a uno fueron llamados los catorce o quince moros, y conforme iban entrando, el intérprete Rueda y yo los desarmábamos, amarrándolos sólida y convenientemente. 

El fusilamiento de un indígena. En acecho 

      Al que arrojó los cartuchos se le tomó declaración, y no obstante sus reiteradas y fingidas protestas de amistad hacia España, fue condenado a muerte y fusilado en el acto, pues suponíamos que los demás policías harían lo mismo que él, y además de no tener tiempo que perder, era preciso un ejemplar escarmiento. 

     Después del fusilamiento del traidor indígena, que fue un acto de verdadera emoción y que yo jamás olvidaré, quedamos con la tranquilidad de que antes carecíamos, ya que los moros refugiados con nosotros en la Alcazaba eran cien veces más peligrosos que los que, fuera, en las huertas de Zeluán, en los barrancos vecinos, en la carretera, en las casas del poblado indígena, aguardaban impacientes el asalto o la rendición para caer sobre la Alcazaba como sanguinarios chacales, como terribles aves de rapiña. [2]



Mientras se capitula 

El ejemplo de los buenos 

     Como triste compensación de tanta miseria a relatar, igual que lenitivo a la dolorosa narración de vencimientos, claudicaciones, vergüenzas y cobardías, he de hacer constar, enalteciéndola como se merece, la conducta que en aquellos memorables y trágicos días observaron algunos oficiales y soldados a quienes sorprendiera la catástrofe marroquí. 

      Levanta el corazón el recuerdo del comportamiento de hombres como los tenientes Troncoso, Dalias y Miralles, para quienes el sitio del peligro era puesto de honor, al que jamás faltaban, y la adversidad, el yunque donde se forjaba a golpes la voluntad y el patriotismo, el valor y la abnegación: enorgullece pensar que, como aquellos héroes, el teniente de la Policía indígena Fernández, y Tomás López, veterinario militar, de quienes ya he hablado con elogio, lejos de huir el peligro y de buscar en la inacción descanso al cuerpo y al ánimo, trabajasen sin reposo y con serena alegría. 

La bravura de Fernández. El encargo de un héroe 

      Yo no podré olvidar en mi vida cómo el bravo Fernández, antes de ser desarmados, protegía con sus sospechosos indígenas el convoy enviado al Aeródromo y el ardimiento que puso en la defensa de la Alcazaba, insensible a la fatiga y al sueño; y los ojos se me llenan de lágrimas cuando recuerdo que tan heroico oficial, seguro de que la rendición sería para él la muerte inevitable, me abrazaba fuertemente la noche antes de caer la Alcazaba y me decía con espantosa calma, pero con firme y triste acento: «Fernando, sí te salvas, ve y habla con mi mujer y mi hija y diles que moriré pensando en ellas>>. 

      Así, con tan crueles presentimientos, con tan espantoso porvenir, luchaban los buenos, los hombres, los que cayeron víctimas de la fatalidad y de la ajena inepcia, con el pensamiento fijo en los seres queridos, pero atentos siempre al honor y al deber, que es en la desgracia donde se aquilatan y demuestran. 

El espíritu militar de un veterinario. La trágica aguada 

    Y Tomás López, que, por su profesión de veterinario, no tenía mando de tropas, ni aun era dable suponerle un gran espíritu militar, y mucho menos le eran exigibles heroicidades que no supieron realizar tantos profesionales del valor y el honor bélico, todos los días pedía ir voluntario a la aguada, sin reparar en el riesgo cierto que ello suponía, pensando siempre, en una exaltación de altruismo, cómo protegerla para que los soldados sin ventura padecieran menos bajas. 

      Por esto, cuando los moros se apoderaron del cementerio y lo aspilleraron, fusilando así a mansalva a quienes hacían la aguada, Tomás López pidió ir voluntario, con quince soldados de Alcántara, los gloriosos caballeros de Alcántara, y algunos infantes, y en una formidable y resueltísima carga se apoderó del cementerio, donde se parapetó el heroico grupo de españoles y permitió que la aguada se hiciera tranquilamente, en lugar de costar el enorme número de bajas de otras veces. 

Cementerio de Zeluán

      Igual hazaña y con idéntica fortuna realizó al siguiente día, y cuando a la jornada después los moros buscaron un sitio desde el cual nos hacían fuego sin ser vistos, Tomás López, en cuyo corazón no tuvo jamás entrada el miedo ni se albergó el egoísmo, continuó pidiendo ir con su fusil en busca del agua, que tan cara costaba a los sitiados de Zeluán. 

La brava tropa del teniente Zurita 

      El día 27 de Julio (y aquí está muy en su punto advertir al lector que en este relato no siempre guardo un riguroso orden cronológico, sino que voy consignando los hechos conforme acuden a mi recuerdo, a veces tan en tropel que por fuerza se embarullan un tanto al pugnar por salir), el día 27 de Julio, repito, vimos llegar en dirección de Monte Arruit una sección de Infantería, que, sin perder el contacto un soldado con otro y llevando al frente un oficial, venía tiroteándose con el enemigo hasta entrar en la Alcazaba, lo que efectuó con la misma precisión y tranquilidad que sí se moviese en un campo de maniobras. 

      La conducta de aquel militar y de aquellos soldados nos entusiasmó a todos, y todos acudimos presurosos a felicitarles, encontrándonos con que el jefe de la fuerza era el teniente Zurba, del regimiento de San Fernando. 

      Después de los parabienes y las enhorabuenas, nos contó el teniente Zurita que venía de Kandussi, relatándonos muy al por menor lo que allí ocurriera, el espanto que de todos se apoderase, el horror de la desbandada. Con serena firmeza explicó cómo él, con su sección, marchó tranquila y ordenadamente a Arruit, donde fue recibido a tiro limpio, defendiéndose con la mayor energía y sin que un solo de los soldados perdiese la serenidad. Así continuaron Zurita y sus soldados la retirada hacia Zeluán, marcha trágica, que honra por igual al jefe y a los subordinados, porque, hostilizados sin cesar, aquellos hombres no se dejaron dominar por el miedo ni perdieron un solo instante la reflexión, y a las agresiones de los rebeldes contestaban con certeros disparos y la granizada de balas que sobre ellos caía no les hizo correr, sino que varonilmente, en marcha que no apresuró la cobardía, avanzaban, avanzaban serenos, fuertes, bravos como espartanos. 

A conferenciar con Navarro 

      Una vez con el kaid Ben Chelal, por orden de éste, marché a Arruit con unos cuantos de sus familiares, acompañado del intérprete Rueda y el teniente Civantos, pues el teniente Dalias ya había manchado delante, a caballo, con los kaides Ben Chelal, Abd-el-Selam de Beni Tuzin, y otros jefes de M’Talza que le acompañaban, para conferenciar con el general Navarro y darle cuenta de las peticiones de los moros para la evacuación de Monte Arruit y la Alcazaba de Zeluán. 

       Nosotros, que montados en mulos íbamos a Arruit con la preocupación y tristes pensamientos que el lector puede suponer, vimos a nuestra llegada cómo el teniente Dalias bajaba precipitadamente a caballo de la posición española. 

Traidora acometida 

      Engañados los moros por la tranquilidad que en la plaza reinaba con motivo de la conferencia, creyéronse que los defensores estaban descuidados e intentaron un asalto a la posición; pero la traidora acometida fue rechazada con tal energía, que les costó más de cuarenta muertos y de setenta heridos. 

      Este revés causó gran indignación a la jarka, que no podía imaginarse que cada cual estuviese en su puesto, y para vengar aquel mal paso prorrumpió en un bárbaro griterío y se propuso hacer con nosotros unas cuantas atrocidades. 

      Fue preciso para evitarlo toda la autoridad y la actitud enérgica y resuelta de Ben-Chelal y de otros cuantos kaides, porque los kabileños, sedientos de venganza, no pensando en otra cosa que en el desquite; enfurecidos porque con la plaza sin rendir se retrasaban el pillaje y la matanza, querían calmar su impaciencia quitándonos la vida y martirizándonos cruelmente. Pero la protección de Ben-Chelal fue decisiva y aquella noche la pudimos pasar tranquilamente. 

Concertando la rendición 

       Dalias subió a hablar con el general Navarro, advirtiéndole que él no tenía confianza en la jarka. Después de escuchar el barón de Casa Davalillos las observaciones del teniente Dalias, le dijo el general que tenía órdenes de evacuar Monte Arruit, y atendiendo a estas instrucciones, le expuso en qué condiciones entregaría él la posición. 

      Volvió Dalias, y al día siguiente siguió con las gestiones Rueda, el intérprete, pero sin llegar a un acuerdo, porque al paso que los jefes moros transigían con todo, aquella manada de lobos y chacales que contra España se rebelaban y sitiaban las posiciones, lo único que quería era sangre y saqueo 

     A medida que pasaban los días, conforme transcurría el tiempo, las circunstancias se agravaban alarmantemente, la catástrofe aumentaba en proporciones aterradoras. 

      La autoridad de los jefes, no siempre muy firme, era insuficiente para sostener tantísimas malas pasiones, tan desordenado apetito de venganza y de robo como se albergaba en las almas sin piedad de unas gentes salvajes y enloquecidas por una inesperada victoria. 

Bárbara matanza de soldados. La conducta de Ben-Chelal 

     Uno de los días que estábamos en Arruit, al asomarme a la puerta de la casa donde me albergaba, vi llegar un grupo de unos 250 soldados. El aspecto de aquellos hombres era desconsolador, y más que seres vivos parecían cadáveres por su demacración y por su postrado ánimo. Hambrientos, consumidos por la fiebre, muertos de sed, pues llevaban muchos días sin probar el agua, habían salido de Monte Arruit al amanecer para beber en la aguada, fiados, tal vez, en que ya iniciadas las conferencias para evacuar las posiciones y entregarlas a los moros, éstos no se opondrían a que ellos buscasen en la aguada consuelo y frescura para sus abrasadas fauces. 

      De repente, en un súbito y como acordado movimiento, los moros que por allí estaban sentados al sol, al verlos llegar montaron a caballo, y a tiros, con las gumías, a garrotazos, acometieron a aquel puñado de espectros, y tal matanza hicieron, que sólo uno pudo salvarse de la degollina. 

      Ben-Chelal fue el único que, indignado, se opuso a la matanza, dando gritos para que los moros no hicieran fuego, profiriendo amenazas, zarandeando a los que encontraba a su paso; pero todo fue inútil, y sus órdenes, desoídas por aquellos salvajes, de nada sirvieron. 

El «Madre mía» de los soldados hace reír a los moros 

      Los que aquel cuadro de horror presenciábamos quedamos aterrados; parecía que nos faltaba la vida, que la angustia y el dolor y la rabia nos iban a tomar, y en un rincón nos tiramos, llorando de ira; pensando con espanto en el porvenir que nos aguardaba, en la suerte que les esperaba a cuantos españoles resistían, ya a la desesperada, en Monte Arruit y en Zeluán y en tantos otros sitios. 

      De mi pena, del estupor en que me sumieran las escenas sangrentas que acababa de presenciar, vino a sacarme el cherif Abd-el-Kader de Gueznaya, quien, por mediación del intérprete, me preguntó qué significado tenía la frase «¡Madre mía!» 

      Confieso que al pronto no me di cuenta del alcance de la pregunta y no acertaba a contestarla; pero un momento de reflexión me hizo caer en la cuenta y entonces expliqué al cherif Abd-el-Kader de Gueznaya, nuestro encarnizado enemigo, que cuando un español se encuentra lejos de su hogar y sufre penas o dolores corporales, siempre se acuerda de lo más santo y de lo más querido que hay para él, y ese recuerdo, esa invocación, la simboliza en un grito de amor, en que al mismo tiempo que clama por la que le diese el ser, pide piedad y consuelo; por eso, en tales momentos, se dice: «¡Madre mía!» 



      Al enterarse los moros de mi explicación, soltaron una carcajada. Cuando les pregunté, por mediación de Rueda, el motivo de su curiosidad y la razón de su risa, supe que habían notado cómo todos los soldados, al morir, decían: «¡Madre mía!» 

FERNANDO JIMENEZ PAJARERO"[3]

NOTAS

[2] 1923 02 09 - La Libertad (Madrid. 1919). Edición del 29 de febrero de 1923. Página 1 

[3] Edición del 13 de febrero de  La Libertad.  Año V nº 999 pag 1

Las fotografías no se corresponden con el artículo publicado en dicho periódico. Proceden de:

- Revista Mundo Gráfico.
-ABC
- http://altorres.synology.me/guerras/1921_annual/02_10_arruit.htm

sábado, 7 de septiembre de 2019

Breves apuntes sobre el robo en el Santuario en 1894



Ismael Almagro Montes de Oca 



      En septiembre de 2014, en este mismo blog, desentrañamos el robo que se produjo en el Santuario en 1894 (http://historiadealcaladelosgazules.blogspot.com/2014/09/el-robo-en-el-santuario-en-1894-ii.html) quedando esclarecido prácticamente en su totalidad, quizás a falta de conocer la sentencia que se dictó contra los autores. 

      Volvemos hoy sobre el tema para ofrecer algunas pequeñas informaciones que hemos encontrado desde entonces y que sirven para completar el puzzle de los acontecimientos. 

      Como quedó explicado, el robo de las alhajas y de las andas de la Virgen de los Santos se produjo en la madrugada del 24 de agosto de aquel año y nada más conocerse en el pueblo, el alcalde envió comunicaciones a las fuerzas del orden alertando del suceso. Así, el mismo día, el jefe de la Guardia civil del puesto del Castaño, el cabo Francisco Escoto Benítez, se da por enterado: 

“A las 5 de la tarde de hoy, he recibido la atenta comon (comunicación) de V. S. fecha de este día, relativa ha haber sido robado en la noche anterior el Santuario de la Virgen de los Santos en ese término; quedando en practicar activas y eficaces diligencias para el rescate de las prendas y alhajas y captura de sus autores.” 

      Asimismo, el alcalde también envía telegramas a sus homónimos de poblaciones vecinas dando cuenta del robo, recibiéndose la contestación de algunos de ellos al cabo de varios días lamentando lo infructuoso de las investigaciones realizadas en los diferentes términos municipales. El alcalde de Algeciras comunicó el día 28 lo siguiente: 

“No han dado resultado alguno las diligencias practicadas por los agentes de mi autoridad para la busca y ocupación de los efectos robados a la Virgen de los Santos de esa Ciudad.” 

      Por su parte, el día 30 se recibía contestación del alcalde de Jerez en los mismos términos que el anterior: 

“A pesar de las activas diligencias que se han practicado, no ha sido posible averiguar el paradero de las alhajas ropas y andas de plata que fueron robadas el 24 de este mes, y que pertenecían a la Virgen de los Santos que se venera en esa población; ni ha podido venirse en conocimiento de las personas que cometieran el delito. 

Lo digo a V S contestando su telegrama fechado el 24 de este mes.” 

      Ya en el mes siguiente, tras la detención de los autores, desde el ayuntamiento alcalaíno se escribió a la Dirección General de la Guardia civil, solicitando algún tipo de recompensa para los guardias civiles que llevaron a cabo la investigación por el celo demostrado. Sin embargo, el día 26 se recibió contestación de dicho Organismo supeditando dicho premio a conseguir encontrar los efectos robados: 

“En contestación a su escrito nº 316, fecha 17 del actual, en que me recomienda para una recompensa al 2º Teniente Jefe de la Linea Don Francisco Romero Macias y fuerza a sus ordenes por el servicio que han prestado en el descubrimiento y captura de los autores del robo perpetrado en la Ermita de los Santos, he de manifestarle, que tan pronto se termine el servicio que está pendiente hasta el rescate de las alhajas robadas, serán consultados dicho Oficial y fuerza que mas se han distinguido en la practica de él para la recompensa que en su caso merezcan. 

Dios gue a V. muchos años 

Madrid 26 de Abril 1894” 

      Otro dato curioso es que el propio alcalde de Alcalá tuvo que comparecer ante el Juez instructor para declarar: 

“En carta orden del Sor Juez Instructor, de fecha siete del que cursa y procedente de sumario por robo de alhajas en la Ermita de los Santos se manda se cite a comparecencia ante el expresado Juzgado tan luego como sus atenciones lo permitan al Sor Alcalde Don Antonio Pastor a fin de ser oído en el dicho sumario. 

Lo que tengo el honor de participar a V. S. sirviéndose acusar recibo de la presente dándose por citado en forma. 

Dios gue a V S ms 
Alcalá de los Gazules 
13 de Mayo de 1894” 

      Y para terminar con estos breves apuntes, conocíamos que se organizó una corrida de toros el 20 de septiembre de 1896 para costear las nuevas andas. Ahora debemos añadir que esta corrida no fue la única, ya que apenas tres meses después del robo, se celebró otra con el mismo fin. No tenemos noticias directas sobre dicho espectáculo, pero sí a través de la autorización que dio el gobernador civil de la provincia el 5 de junio: 

“Visto su oficio de fecha 2 del actual en el que pide permiso para que el Domingo 10 del actual pueda celebrarse en esa población una becerrada en la que se lidiarán y matarán cuatro novillos, destinándose los productos del espectáculo para allegar recursos conque comprar unas andas a la Santísima Virgen de los Santos en sustitución de las que le fueron robadas; he acordado concederle la autorización que se solicita, debiendo VS. Por su parte adoptar cuantas precauciones sean necesarias para la mejor conservación del orden publico y prohibir tomen parte en la lidia personas que no tengan facultades para ello en evitación de sensibles desgracias que pudieran ocurrir.”