sábado, 23 de enero de 2016

La Escuela rural: de los maestros de campo a las escuelas unitarias (I)



Artículo publicado en la Revista de Apuntes Históricos 2013

José Luis Blanco Romero 


1.-PRESENTACIÓN. 

       La idea de escribir este artículo sobre la educación rural en los campos de Alcalá, surgió al tener conocimiento de la página Web (www.maestrosdecampo.detarifa.net), elaborada por Beatriz Díaz, en la que se recoge información sobre los maestros rurales que ha habido en el término municipal de Tarifa. Es una iniciativa muy interesante, que ha logrado rescatar la memoria histórica de la enseñanza en esta localidad, en la que comparecen los protagonistas directos: maestros, alumnos y todas aquellas personas que han tenido a bien participar aportando su información y su testimonio. 

      Animo a todos los interesados a visitar la página, de la que podrán extraer una visión documentada de lo que fue el trabajo de estos enseñantes y de la importancia que ha tenido en la mejora de la calidad de vida de la población que disfrutó de sus servicios. Invito a los jóvenes historiadores alcalaínos a que trasladen esta notable experiencia a nuestro pueblo, abriendo un portal informático, una página Web o cualquier otra fórmula similar de las que nos permiten las nuevas tecnologías, para recoger una parte sustancial de nuestra memoria, mediante la participación desinteresada de todo el que quiera aportar su visión o su experiencia, especialmente de quienes la vivieron, antes de que el tiempo inexorable las borre para siempre. 

      Estas breves páginas no pretenden ser un documento con rigor histórico, que habría que escribir acudiendo a los archivos oficiales y trabajando con la paciencia y el rigor de los que este documento carece. Nuestra modesta intención es la de rescatar el recuerdo emocionado de quienes las lean y sobre todo llevar a cabo un pequeño homenaje a los maestros y maestras, que tanto hicieron por todos nosotros, los que, sin su difícil y sacrificado trabajo, habríamos sido condenados al analfabetismo y a la ignorancia. 

      Quiero residenciar ese sincero y profundo reconocimiento, especialmente en toda una generación de jóvenes maestras, en su mayoría forasteras (canarias, castellanas y extremeñas), pero también de otros pueblos de la provincia y del mismo Alcalá, que aceptaron con voluntad de hierro comenzar su magisterio en las condiciones más difíciles y adversas, en destinos imposibles y en circunstancias dramáticas, sufriendo la inadaptación y el desarraigo de su tierra y sus gentes, para ayudar a muchos alcalaínos a labrarse un futuro mejor del que tenían asignado. 

2.-LA MAGIA DEL MUNDO RURAL. 

       En el bosque animado, donde vivían multitud de criaturas a la buena de Dios, reinaba el hombre de campo, ocupado en el cultivo de la tierra, el manejo de las ganaderías y los trabajos forestales. En aquellos tiempos el turismo no se había inventado aún y los forasteros ocasionales eran recibidos entre la curiosidad y la desconfianza de los nativos, interesados por la novedad de la visita y escaldados por el repetido timo de los cantamañanas, que llegaban ofreciendo un mundo en colores y se marchaban a hurtadillas una vez perpetrado el engaño. 

      El comercio estaba en manos de los recovecos que recorrían los campos ofreciendo sus mercancías y practicando el trueque; una tira bordada por una docena de huevos, paquetes de café a cambio de los pavos de navidad, azúcar y tabaco por tres corderos lechales y dos chivos de cabra payoya. Intercambio de recursos naturales y mercancías de primera necesidad, con las cuentas a ojo o anotadas en papel de estraza, como el que se usaba para envolver las sardinas arenques, para aplastarlas entre el marco y la puerta. Artículos de primera necesidad, de los que no daba la tierra, para completar la despensa de la matanza, la caza y el huerto. Había donde elegir, en un variado surtido de mercancías habituales y también se podía comprar por encargo, si se tenia la posibilidad y la paciencia de esperar la próxima visita del tendero ambulante, una profesión que encamaron como nadie la familia de los Inarejo (Perea). 

     Era un mundo de gañanes y pastores, de cabreros y segadores, de vaqueros de retinto y remontistas de potros salvajes. Una época en la que te hacían hombre desde niño, en cuanto picabas el anzuelo de emular a los mayores con la yunta y el arado, con la escopeta y el calabozo. Así, engatusado con la prisa de ser mayor, de emular a los padres, a los abuelos, con el único objetivo de ser como ellos, ni más ni menos, ni menos ni más, las nuevas generaciones transitaban los oficios y tareas de la tierra y del hogar, conforme a una clasificación preestablecida inalterable, en la que para el varón reinaba la fuerza la experiencia, la edad y los cayos de las manos endurecidas por la continua briega, con y contra la naturaleza salvaje hasta domesticarla. 

    Una sociedad sencilla, primaria, ancestral, con valores trascendentes y coherencia razonable. Un mundo de vecinos, propietarios y jornaleros, de grandes señores y de siervos. Todos amarrados a la tierra, los más trabajando a diario por la subsistencia como jornaleros de sol a sol; los menos, ejerciendo los privilegios que les legó la herencia; los demás, sosteniendo y engordando un pequeño patrimonio levantado con sangre sudor y lágrimas. 

     Una pequeña-gran sociedad que habitaba chozas de piedra y barro, de brezo y castañuela, casas forradas de cemento y cal, cortijos a dos aguas con patios y estancias, todos agrupados en pagos, núcleos dispersos y aldeas en los que se vive la solidaridad de amasar el pan y acarrear la leña, de castrar las colmenas y hacer la matanza, de combatir el fuego y organizar batidas contra las alimañas. 

     Un universo pequeño en el que predomina, prácticamente en exclusiva, la transmisión oral del conocimiento real y del mundo mágico, plagado de creencias y supersticiones, en un sincretismo de dioses buenos y espíritus malignos, que asustan y reconfortan, que auxilian en las penalidades y exigen la represión de los instintos. Una escuela de la vida casi ajena al papel impreso, representado por los almanaques ilustrados con bodegones de naturaleza muerta, relacionados con las cacerías (conejos, perdices, escopetas y cananas observadas por galgos o podencos) y con mujeres morenas pintadas por Romero de Torres, mientras posaban ataviadas con trajes típicos o entallados de alta costura, en actitud ausente o atareadas en el acicalamiento personal. 

      La cultura oral de los abuelos y las abuelas, en las noches cenadas de invierno junto al fogarín y en la puerta de la casa, al fresquito del relente veraniego, con relatos fantásticamente verídicos de caballos que surcan los caminos en tropel, arrastrando pesadas cadenas, de gallinas doradas y relucientes con su carnada de pollitos, que se apuestan en las esquinas como estandartes de plácidas catástrofes, con robos, raptos y obscuros asesinatos,cuyos autores arrastran sus culpas como fantasmas a los que se les niega el sosiego de la muerte. 

     Esos calendarios eternos, pasados de fechas, que permanecían petrificados por el tiempo, el polvo y el hollín de la chimenea, compartiendo espacio en las paredes con las fotos de la boda de los abuelos. En el centro, en un lugar preferente el cuadro de La Virgen y El Niño Jesús, cuajado de estampitas de cuando las comuniones de los retoños, incrustadas entre el cristal y el marco de madera, a modo de retablo barroco de divinidades, posando en actitud serena o consumidos por la pena y un coro de angelitos rosados y rollizos, con la leyenda de “gloria a Dios en las alturas”. 

     En los grandes cortijos, junto a los antepasados benefactores, los trofeos de caza inundan las paredes con un bosque de cuernos, dejando constancia de la precisión entre el ojo y la bala, junto a la foto panorámica de las reses alineadas en el patio, dando fe de la masacre de ciervos y jabalíes 

     Los escasos papeles, confinados bajo llave en los arcones de madera Y metal, forrados de tela por dentro, en donde se guardaban las escrituras de la casa y el libro de familia, las cartas de amor y la cartilla militar, la lencería fina y los encajes del ajuar, el reloj con su cadena para amarrar al ojal del chaleco y los pendientes de oro recuperados de la casa de empeño. 

      Casas vacías de libros, de cuadernos, de papeles, que más tarde comenzarían a recibir las primeras remesas de la letra impresa de la mano de El Capitán Trueno, Jabato, el Guerrero del Antifaz, el TBO y las novelas del oeste de Marcial Lafuente y Key Luger. Años más tarde, la sequía se transformó en la inundación de las letras, con el derroche de la enciclopedia ilustrada, la historia universal y los atlas de geografía de España y el Mundo, comprados por metros para rellenar las estanterías del mueble bar. 


3.-LOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS. 

     En una sociedad como la andaluza, huérfana de la revolución industrial y de la burguesía emprendedora, tan dependiente del sector agrario y con una distribución de la tierra en la que han predominado los grandes latifundios, el analfabetismo y la ignorancia han sido una lacra permanente, sólo superada muy recientemente mediante las escuelas rurales, las campañas de alfabetización y los centros para mayores que se implantaron a partir de la transición a la democracia en España. 

     El acceso de la población a la educación era muy limitado, reservado a aquellos que disponían de recursos económicos y tenían interés por el conocimiento, porque incluso muchas familias, que por patrimonio podían habérselo permitido, renunciaron a los estudios, para seguir la tradición familiar de trabajar en la gestión de la finca o disfrutar plácidamente en la ciudad de las rentas anuales que ésta generaba. Mientras que para los jornaleros siempre ha sido un lujo inalcanzable, para algunos propietarios era un esfuerzo innecesario. Sólo la clase media de comerciantes y funcionarios ha valorado siempre la importancia que la educación tenía para el futuro de sus hijos. 

      Hasta tiempos muy recientes el esfuerzo de las administraciones públicas en materia educativa ha sido muy limitado en las ciudades, escaso en los pueblos y prácticamente inexistente en el hábitat rural disperso. El vacío ha sido cubierto en gran medida por la Iglesia, a través de las diferentes congregaciones religiosas y de una forma más limitada a través de iniciativas de la sociedad civil, entre las que habría que destacar la "Institución Libre de Enseñanza", las "Sociedades de Amigos del País", las "Misiones Pedagógicas" y las "Casas del Pueblo", que en un tiempo fueron escuelas a disposición de los jornaleros. 

      Don Fernando Toscano de Puelles, nos sitúa la fundación del Beaterio de Jesús, María y José, en su libro sobre la biografía del "sacerdote beneficiado de San Jorge" Diego Ángel de Viera, el 12 de abril de 1788. El mismo autor en su libro "Las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia en Alcalá de los Gazules", editado por la Asociación de Antiguos Alumnos, cita "al menos tres centros docentes específicamente católicos: el primero, un Colegio de Segunda Enseñanza denominado San José, activo desde 1879; el segundo, una Escuela de Adultos gratuita, inaugurada en la fiesta de San Jorge de 1885 y la Escuela Popular gratuita para niños creada por los sacerdotes de Alcalá en 1918". 


     En las difíciles relaciones del poder establecido con la cultura, los maestros y los educadores en general han sufrido la desconfianza, el desapego y hasta la persecución de los gobernantes. Estas circunstancias fueron especialmente dramáticas tras el golpe de estado que se produjo contra la República en 1936, como ha documentado de forma muy pormenorizada José A. Pettenghi Lachambre en su libro "La Escuela Derrotada'' (Quorum Editores), en la que hace un "estudio del proceso depurador al que fueron sometidos los maestros y maestras nacionales con destino en las escuelas de Cádiz y su provincia, como consecuencia de la Guerra Civil Española". 

     De acuerdo con lo que escribe el profesor Petenghi en su libro antes mencionado, en Alcalá sólo hubo un maestro depurado: Don José María Limón Carrasco, que sufrió una sanción de dos años de empleo y sueldo. Por otra parte, don Joaquín García Jiménez, que estuvo exiliado en. Inglaterra hasta su muerte. Aunque daban clases particulares fuera del sistema escolar, no pertenecía oficialmente al cuerpo de maestros. 

      Como consta en el libro "Alcalá de los Gazules", escrito por Marcos Ramos Romero y editado por la Diputación Provincial dentro de su colección "Historia de los Pueblos de la Provincia de Cádiz", los antecedentes y gérmenes del sistema público-privado de enseñanza en Alcalá de los Gazules, junto con el Beaterio, pasan por: la escuela pública, ubicada en la calle Ildefonso Romero, en la que daban clase los hermanos Fernández, la ubicada en la calle Real dirigida por D. Manuel Marchante, con la ayuda del maestro D. José Limón, la escuela nacional de la calle San Francisco, con D: Francisco Martos, la Academia de San Francisco Javier de D. Antonio Barroso, el colegio público ubicado en el edificio del antiguo Cabildo en el que enseñaron Jorge Muñoz, Pepe Coca y Francisco Almagro, el Colegio Juan Armario de la calle Los Pozos, inaugurado en 1954, El Convento (SAFA) en marcha desde el 17 de enero de 1955. Posteriormente se añadieron a la oferta educativa local en el curso 1969-70 el Colegio Libre Adoptado Sainz de Andino y el Centro de Adultos en 1984. En 1998 el Colegio Juan Armario se trasladó a las nuevas instalaciones de San Antonio. 




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