sábado, 21 de noviembre de 2015

Memoria de Puelles y Espinosa sobre el estado antipalúdico de Alcalá de los Gazules (IV)



f. Vegetales u otras materias orgánicas contenidas en los lugares pantanosos y en sus aguas, y condiciones de estas materias

      Las principales materias orgánicas que se descomponen en los ríos y charcas, consisten en hojas de distintos árboles, principalmente alcornoques, quejigos, álamos, sauces, acebuches, alisos y fresnos; troncos y raíces de estos, tarajes, zarzas, adelfas, carrascas y lentiscos; yerbas tan varias como diversas son las tierras del término, desde la acedera, helechos, llanten, caña arenaria y zarza mora de los terrenos altos, en lo general silíceos, hasta la lechuga virosa, la achicoria silvestre, la zulla, los cardos y los eneldos, de los arcillosos; sin que falten tampoco, la pimpinela, trébol y amapolas, de los calcáreos.

      Como consecuencia de esta amalgama de hojas, troncos y raíces, difícil es precisar cuáles son las materias orgánicas vegetales que constituyen la causa eficiente del paludismo, ni tan poco siendo todas consideradas como procreadoras o germinativas, cuál de ellas tiene esta facultad en grado más eminente; si bien nos inclinamos a creer que son más aptas para la producción de la malaria, los vegetales de la zona arcillosa, bien porque por lo general son plantas menos leñosas y más fáciles de entrar en putrefacción por ello mismo, o bien porque en este término, los terrenos más bajo son los menos favorecidos por manantiales que remueven el depósito de limo, más impermeables y sobre todo los mejores receptores de los detritus orgánicos de las tierras altas, que todas vienen acrecentando en estos parajes, el caudal de restos vegetales en descomposición. A los residuos de estos, hay que agregar los animales, no solo procedentes de los despojos de ellos, cuando mueren, sino que de continuo beben y se bañan en las aguas encharcadas. Es de notar la capa amarillo-verdosa que sobre la superficie de las aguas estancadas de los ríos se forman, por numerosas criptógamas y plantas parásitas que se entrelazan las ramas y raíces, formando una costra flotante poblada de mosquitos, que exhala un olor penetrante «sui géneris», que se hace intensísimo en las horas crepusculares.


g. Terrenos de cultivo abandonado. Su naturaleza y profundidad de la capa vegetal. Si hay terrenos húmedos, cubiertos por capas secas

      Hay, efectivamente, terrenos de cultivo abandonados, pues en 1855 se concedieron pedazos de tierra, con los nombres de suertes y rozas, que fueron roturadas con éxito asombroso para el cultivo en los primeros años mientras el «humus» o mantillo se conservaba en el suelo; pero como los terrenos concedidos eran en su mayoría pendientes, bien pronto los arrastres de las aguas convirtieron en eriales los desmontes, sin que un buen sistema de abono y bancales hubiese contenido el aniquilamiento, porque la ignorancia, la rutina y el coste del transporte de los estiércoles y sustancias minerales, se opusieron y se oponen a transformar artificialmente el suelo esquilmado. De ahí el abandono de las labores esperando en la lenta reproducción natural, la creación espontanea vegetal, que haga algún día, adecuadas a aquellas superficies, al fin ganadero, que en mal hora se abandonó por roturaciones arbitrarias y no sujetas a principio alguno de la ciencia agrícola. Llegó el día en que no se le ocultaba a algunos propietarios el inconveniente de seguir laboreando las rozas y suertes, toda vez que ellas, con sus calvicies vegetales y asomando el subsuelo calizo, yesoso o pedregoso, bien claro daban a entender el error padecido, con su pronta esterilidad; pero como estas parcelas estaban concedidas a censo enfitéutico y por lo tanto con la obligación de sembrarlas, bajo penas de caer en comiso, revertiendo a su pleno dominio el Municipio sus concesiones, era precios seguirlas labrando, aunque cada año fuesen mayores los daños para la tierra, y menores los rendimientos para el cultivador o censatario. Por fortuna, la redención de los censos, que merced a las facilidades que el Estado concede, se van generalizando, concluirán con este peligro; porque redimidos los gravámenes el dueño útil pasa a ser directo y consolidando la plenitud del dominio, pueda dejar sus terrenos, eriales, para que los agentes naturales, con su lenta e incesante labor, revistan de plantas, arbustos y árboles, tierras que fueron esplendidas y exuberantes de vegetación, y hoy son yermos y calveros.

      El terreno en las rozas es por lo general silíceo, calcáreo, silíceo-calcáreo y algunas veces silíceo-arcilloso; en las suertes, por lo general es arcilloso o arcilloso-arenoso. En las rozas, que se han descuajado o roturado, no queda capa vegetal alguna, porque situadas en pendientes de 40 y hasta 45 grados, el mantillo ha bajado a los arroyos, y de estos por los ríos, han ido a enriquecer las vegas, en donde ocurren inundaciones, o a perderse estérilmente en el mar.

       La capa vegetal de las suerte es también muy escasa, toda vez que se siembra cada dos años de gramíneas, que son plantas agostadoras, y en el año de descanso se deja de cría o sea a la producción espontánea de pastos o yerbas para los ganados; y alguna vez se utilizan para leguminosas, que constituyen un barbecho; porque sabido es que estas plantas, principalmente las habas, son reparadoras, devolviendo al suelo por sus raíces parte de aquellos elementos que el trigo, la cebada o el alpiste se llevaron en el año anterior; pero como no hay más abono que el excremento que los animales dejan a su paso en el año de manchón y como las cosechas de gramíneas se repiten a menudo, ocurre que la tierra carece del «humus», porque apenas creado es absorbido por los gérmenes que se siembran sin tregua ni descanso. Esto, que produce males irreparables a la agricultura ha disminuido algún tanto la perniciosidad y extensión del paludismo.

       Hay terrenos húmedos cubiertos por capas secas, que se llaman vulgarmente sequeros, propios para toda clase de cultivos, y que se encuentran por lo general en el pago de Pagana, en donde ocurren casi todos los años, inundaciones o desbordamientos del Barbate, cuyas aguas se estancan en el subsuelo pedregoso, refrescando las plantaciones, pero a veces con la constante repetición y la falta de drenaje de la superficie, se estancan y cubren el suelo, pudriendo los sembrados y originando el paludismo, en grande escala.


h. Longitud, latitud y altitud de los lugares pantanosos: Temperatura máxima, mínima y media anuales y de cada estación: Vientos reinantes: Humedad, días de lluvias y cantidad de agua llovida: Estudio químico y bacteriológico del aire

      La longitud, latitud y profundidad de las lagunas, charcas y albinas oscilan por regla general entre dos a veinte metros de longitud, de dos a diez metros de latitud, y de cincuenta centímetros a cuatro metros de profundidad.

        No se tienen hechas observaciones termométricas regulares y completas; pero se puede decir que en primavera y otoño, la temperatura máxima es de 28 grados y la mínima de 2 sobre cero centígrado; la media será pues, de 14 grados; en verano la máxima es 38 grados, la mínima 14, y la media 26; en invierno la máxima 20 grados, la mínima 2 bajo cero y la media 10 grados; y la máxima anual será 38 grados, la mínima 2 bajo cero y la media 18 centígrados.

       Los vientos reinantes son principalmente el Este o Levante, que reina casi todo el año, especialmente en primavera y verano, la más de las veces con carácter huracanado o de ciclón, hasta el punto que se puede orientar el pasajero extraviado en el término con solo fijarse, aun en tiempo sereno o de vientos contrarios, en la inclinación de los troncos y copas de los árboles y arbustos.

       Síguele en frecuencia el Norte, durante el invierno, final de otoño y comienzo de primavera. El Levante influye algo en el paludismo, transportando miasmas, pero en general es sano, pues circula de las montañas a la campiña, y actúa de policía sanitaria en la localidad, por distanciar los efluvios del Barbate, aunque en los campos del Oeste de los ríos sea vehículo de los gérmenes de la malaria. No sabemos que el Levante influya en la producción de otras enfermedades, pues procedente de África, circulando templado y agradable en el verano, cuando no es muy fuerte. Por desgracia, casi siempre es ciclónico y a parte de destruir las cosechas y arrancar los frutos de los arboles producen insomnios, cefalalgias y tal quebrantamiento general que contribuye, aún más que el calor, a la pereza, al mal humor y al desaliento. Se ha observado que influye en la agravación de las enfermedades crónicas.

       El Norte es muy frio y húmedo, helado por los ventisqueros y neveras de la Sierra de San Cristóbal (Grazalema) y Ronda; y origina pulmonías y afecciones catarrales del aparato respiratorio, pero no influye en el paludismo.

       Los terrenos del término son algo ávidos de humedad, con tendencias a retenerla en el Sur-Oeste (campiña, pago de Pagana y otros), saturándose fácilmente los buhedos y tierras bajas, que son precisamente las más laborables, perjudicando las cosechas en años lluviosos y causando infecciones maláricas extensas. Los días favorecidos por las lluvias oscilan de 80 a 100, siendo frecuentes en invierno y primavera, pocos en otoño y ninguno en verano.

       No se han hecho observaciones pluviométricas, por lo cual no puede apreciarse la cantidad de agua llovida. Tampoco se pueden practicar los estudios químicos y bacteriológicos al aire por falta de aparatos y laboratorio.


j. Estaciones o épocas del año en que se manifiestan los efectos del paludismo

        Las estaciones o épocas del año más adecuadas son el verano y los primeros meses de otoño, o sea el período comprendido desde Junio a Noviembre, salvo algunas primaveras u otoños secos, en cuyos casos se anticipan o retrasan las invasiones. En cambio no se padece la malaria en invierno, excepción de recaídas de los invadidos en estaciones anteriores.

m. Si se han observado manifestaciones palúdicas, como consecuencia de remociones de terrenos, desmontes, terraplenes o nuevas edificaciones

       Se han observado manifestaciones palúdicas en la remociones de terrenos que han pasado de incultos, a laboreo; en los trabajos de descuaje o arrancamientos de cepas o raíces realizadas para el carboneo; y finalmente en los movimientos de tierra verificado al construir las carreteras; de modo que evidentemente, no solo deben estar los gérmenes en la superficie de la tierra y de las aguas, sino que en las segundas y ulteriores capas de la corteza terrestre.


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