No siempre fue fácil, en el antiguo Alcalá, la coparticipación del clero parroquial, encargado directamente de la cura de almas, con el clero beneficial, pues existían inclusa peculiaridades locales que parecen propiciar ciertos roces. Por ejemplo: “la presidencia en el coro y procesiones, y el gobierno de la Iglesia, ministros y campanas eran reconocidos como de los vicarios en los 13 pueblos del obispado, las bendiciones de las Candelas, Ceniza y Ramos y también con excepción de Alcalá, en que se reservaban a un Beneficiado y la de Ramos en Conil a un clérigo” [5]
“En 1795 se enfrentaron los curas de Alcalá contra el cuerpo de beneficiados de la misma población sobre pertenencia de primicias, que duró hasta 1798”[6]
En la diócesis, Vicario y Curas tuvieron “obligaciones bastante gravosas según el título 14 de las Constituciones Sinodales de 1591 debían encargarse de la administración de los santos sacramentos, la celebración de la misa parroquial, la visita de los enfermos de la localidad, el procurar que los fieles enviaran a misa a sus hijos, criados y esclavos, el cuidado de las doncellas pobres, viudas, huérfanas, enfermos y ancianos y la resolución de las disputas surgidas en el seno de la comunidad” (...) También debían informarse cuidadosamente de “otras personas que tienen la necesidad de socorro temporal o espiritual..., a los cuales procuren de ayudar con sus consejos, y con las buenas obras que pudiesen”[7]
Otra función propia de los Curas era la extensión de las actas sacramentales. Viera firma muchas en los Libros destinados por la Parroquia para el registro de Bautismos, Matrimonios, Defunciones, etc.; como se sabe, todas estas partidas eclesiásticas tienen, aún hoy, carácter declarado de actas notariales, que suplen o secundan la documentación civil. Completemos la sección rindiendo por estas consideraciones de fe, arte y cultura, un homenaje a nuestra Iglesia Parroquial. No sólo por su fundamental función religiosa, sino como espacio ofrecido a distintos actos culturales y sociales. Es memoria viva de la historia y de la tradición y nos impele, por su mera presencia, al deber de conservarla como un bien preciado. Preservar su fábrica, restaurar su belleza, ha de servir - después de garantizar el uso primordial sagrado.- para que su prestancia monumental dignifique un entorno y contribuya al recreo estético de los ciudadanos. Resalta hoy nuestro templo por el resultado de diversas gestiones en orden a sus mejoras materiales y artísticas, como las realizadas en 1984 ante el Ministerio de Obras Públicas por el entonces Delegado de Obras Públicas de la Junta de Andalucía, don José Luis Blanco, con la inversión por el Ministerio de 20.000.000 de pesetas, con 5 más del obispado, para reposición de los techos, obra fundamental que ha salvado al templo de su ruina.[8] Asimismo, la reciente recuperación y puesta en valor de imágenes, como la Virgen del Rosario, del insigne Martínez Montañés, empeño de excepción que se debe principalmente a la Delegada de Cultura, doña Josefa Caro Gamaza.
Valiéndose de rectos juicios de A. Morgado (que se fundamentan a su vez en los informes de los Visitadores eclesiásticos), se puede llegar a conclusiones globales respecto del estado moral e intelectual del clero en el siglo XVIII, y aún precisamente el de Alcalá de los Gazules en tiempos de Viera (él incluido). “Nos interesa hasta qué punto el modelo sacerdotal implantado a raíz de la Reforma Católica se cumplió en la Diócesis, y para ello analizaremos un caso concreto, el del clero de Alcalá”. [9]
Pues bien, según el mismo autor, el clero alcalaíno de las últimas décadas de la vida de D. Diego de Viera (y, en concreto, de 1793) estuvo en general a una excelente altura moral, notable en el cumplimiento de sus obligaciones y hasta dotado de muy buena capacidad intelectual. [10]
En estas excelentes conclusiones generales, pudo darse alguna excepción menos edificante -no probada-, pues “tampoco hay que decir que todos los clérigos de Alcalá fuesen un modelo de virtudes. Hay numerosos fallos que reprochar: el clero es indisciplinado, rústico y nada aplicado”. [11] pero, en cualquier caso -añade Morgado- el defecto más criticado es la falta de formación intelectual (aunque esta crítica se hace a un nivel general y sin llegar a particularizaciones) y, curiosamente, el exceso de celo de algunos eclesiásticos. [12]
Apurando el tema, el citado autor también ha tenido presente la información del Visitador Sr. Huarte sobre este clero alcalaíno de alrededor de 1793, en cuanto a la mejora intelectual y moral experimentada, inclinándose a “que ha habido una progresiva concienciación respecto a lo que debe ser un sacerdote modelo”. Y cita el ya conocido elogio individualizado que hace Huarte para el Obispo:
“D. Pedro López [de la Jara] y D. Sebastián [López] Becerra son excelentes mozos: el Becerra es de las genialidades más amables que puedan darse y el que fue a oponerse [opositar] a Guadix. D. Francisco Olivares [por Oliva] es un anciano de muy buena pasta y trabaja; D. Diego Ángel Viera fundador de las Beatas, es propiamente un ángel, D. Vicente de la Xara es muy bueno en virtud y doctrina; D. Juan Delgado, excelente niño en celo, aplicación y doctrina”.[13]
El valor de este testimonio cobra relieve con el comentario de Anión Solé:
“Los juicios más interesantes, ecuánimes y completos del clero parroquial del obispado son los del informe que hizo D. Cayetano M. de Huarte y Briviesca para el nuevo obispo D. Antonio Martínez de la Plaza comunicándole el caudal de experiencia acumulada en el ejercicio de su cargo de visitador” [14]
Nosotros podríamos alargar estas buenas expresiones con la mención de otros insignes compañeros de Viera, como D. Martín Cumplido y D. Lorenzo Villanueva, por lo menos. Descollar entre este conjunto de hombres tan selectos, hacerse incluso amar y admirar por ellos, es mérito de Diego de Viera. Ser propiamente un ángel para todos resulta elogio moral de los quilates mejores. Supone, en definitiva, el reconocimiento de la inocencia de carácter e incluso la santidad de vida de una persona.
NOTAS
[5] ANTÓN SOLÉ, Pablo; “La Iglesia gaditana en el siglo XVIII”; Cádiz 1994, página 306
[6] Archivo Diocesano. Pleitos entre clérigos seculares, nº 10. Cádiz. 15.6.1795: Antón, o. c. p 316
[7] Cita de las Constituciones Sinodales: Arturo Morgado García, El Clero gaditano a fines del antiguo régimen. Estudio de las Ordenes sacerdotales (1700-1834). Cádiz 1989, pág. 38. Y del mismo autor, El Estamento eclesiástico… págs. 33-33.
[8]Véase Diario de Cádiz, 20 de enero de 1984.
[9] MORGADO GARCÍA, Arturo; El clero gaditano a fines del Antiguo Régimen. Estudio de las Órdenes sacerdotales (1700-1834). Cádiz 1989, paginas 117-118.
[10] o. c., página 118.
[11] Archivo Diocesano de Cádiz, Secretaría, Legajo 507, Informes del visitador Huarte al Obispo Plaza... 1793, fol. 6
[12] O .cit., páginas 19-2O
[13]Archivo Diocesano de Cádiz, Secretaría, legajo 507, "Informe del visitador Huarte al obispo Plaza... 1793", fol. 5v. Arturo Morgado García, El Clero gaditano a fines del Antiguo Régimen. Estudio de las Ordene sacerdotales (1700-2834); Cádiz 1989, página 120.
[14] ADC. Visitas Pastorales, leg. 5C7: Informe de Huarte a Martinez de la Plazia para la visita general, año 1793. Pablo Antón Solé, La Iglesia gaditana en el siglo XVIII; Cádiz l994, pagina 318.
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