sábado, 9 de mayo de 2020

Memorias de un alcalaíno prisionero en la Guerra del Rif (y VI)



"LUIS DE OTEYZA EN AYDIR 

Dos nuevos prisioneros 

      El día 11 de Junio nos comunicaron nuestros guardianes que Abd-el-Krim había marchado a Beni-Ulixech para recoger a dos aviadores que habían caído prisioneros. 

      Creímos, al pronto, que la noticia sería una de tantas fantasías de los moros, que continuamente nos daban informes y nos hacían relatos completamente desprovistos de fundamento; pero tanto insistieron en su afirmación, que al fin llegamos a aquel día con la zozobra en el ánimo de todos, pues temíamos para los dos aviadores, si es que efectivamente estaban prisioneros, los más atroces tormentos. 

      Dos días después, el 13 de Junio, al salir el infortunado médico Sr. Serrano para visitar a los soldados enfermos, encontró a los aviadores capitán García de la Peña y teniente Florencio, que llegaban con el intérprete Rueda y varios guardianes. 

     Al entrar en la casa de Abd-d-Krim fueron recibidos por el hermano Sidi Mehamed, el cual les colmó de atenciones, les dio esperanzas de un próximo rescate y ordenó que fueran colocados en una habitación aparte, otorgándoles un trato distinto que a los demás prisioneros. 

      Como pocos días antes había llegado un convoy, los manjares más suculentos, los mejores vinos, el mejor tabaco, era para los aviadores, a quienes, sin duda, pensaba Abd-el-Krim atraerse a su servicio. 

      Se hablaba de que el padre Revilla, con el Sr. Cerezo y otros señores, habían formado una Comisión para conseguir nuestro rescate, y Abd-el-Krim dio órdenes de que se mejorase el trato que recibíamos. El general Navarro y el coronel Araujo fueron trasladados a la casa donde estaban los aviadores, les enviaron asistentes y les permitieron pasear. 

      También gozábamos nosotros de mayor libertad, nos hacíamos nuestras comidas, hablábamos de nuestro próximo rescate, y, olvidando los tres meses de hambre que habíamos pasado, dábamos albergue a las más risueñas esperanzas. Así transcurrió el resto del mes de junio y el de Julio. Cada veinte días llegaba un convoy, nos repartían cuanto traía, podíamos comunicarnos con nuestras familias y nos considerábamos casi felices. 

La visita de Luis de Oteyza 

      A fines del mes de Julio oímos decir que tres señores trataban de desembarcar en la playa de Aydir para visitar a los prisioneros. Nuestros guardianes, a quienes interrogamos, nos dijeron que se había pedido un permiso para desembarcar en Aydir, y que Abd-el-Krim lo había concedido. 


      El día 1 de Agosto supimos que había llegado una gasolinera, y que de ella, a pesar del temporal que reinaba, había desembarcado algún paisano. La noticia nos llenó de estupor, pues aun contando con autorización de Abd-el-Krim, era empresa demasiado audaz aventurarse entre aquellos kabileños feroces y fanáticos, muchos de los cuales tenían sus familiares en el frente combatiendo contra los españoles. La vida del que desembarcara estaba pendiente de un hilo, y no bastaba la autoridad de Abd-el-Krim para garantizar su seguridad. 


     Dos días estuvimos sin saber nada nuevo. Al fin, el día 3 nuestros guardianes nos hicieron quitarnos los harapos que llevábamos puestos, nos facilitaron algunas ropas y nos condujeron al río, donde nos bañamos; nos dieron jabón, máquinas de cortar el pelo y de afeitar, y unos a otros nos hicimos el tocado. Media hora después, paseando por el patio de nuestra prisión, parecíamos un grupo de hospicianos. 


     Al cabo de poco tiempo fuimos sacados fuera de la casa, y formados en fila esperamos la visita, que entonces supimos que era la de Luís de Oteyza, director de LA LIRERTAD, a quien acompañaban los fotógrafos Alfonso y Díaz. 

Los oficiales españoles que se encuentran en poder de Abd-el-Krim en su campamento de Aydir

     Llegaron nuestros visitantes con el «Pajarito» y «Quijote». Oteyza nos fue saludando, y a mí me dio la triste noticia de la muerte de mi tío, el general Jiménez Pajarero. No es de rigor dar más detalles de la entrevista, puesto que Luis de Oteyza la relató a su regreso a España; pero bueno es consignar que aunque había rigurosas órdenes en contrario, algún prisionero pudo entregarles cartas para sus familias. 

     Después de la entrevista y de hacer Alfonso y Díaz algunas fotografías, marcharon los tres con el «Pajarito» a la casa de ' Abd-el-Krim, donde éste les esperaba. 


      Una noche de impaciencia. La cama para Luis de Oteyza, en la prisión 

      Desde aquel momento pensábamos con angustia en la suerte de nuestros compatriotas. Cualquier imprudencia, una palabra mal interpretada, la más insignificante pequeñez, les podría ser fatal. 

     A la mañana siguiente observarnos mayor animación en el poblado. Preguntamos a nuestros guardianes y nos dijeron: «Moros pensar que españoles que venir a visar prisioneros, quedar también por Aydir.» 


     Tan descontado teníamos ya que la audaz aventura de Luis de Oteyza terminaba en aumentar el número de nuestros compañeros de cautiverio, que llegamos a señalar las habitaciones que habían de compartir con nosotros, e hicimos sitio para arreglar un lecho, entre los nuestros, para Luis de Oteyza. 


      Por fin, al día siguiente, ya por la tarde, llegó a nuestros oídos el ruido de un motor y más tarde la gritería de los moros que estaban en el poblado. Preguntamos, y nuestros guardianes, sin ocultar la molestia que ello les causaba, nos dijeron que los tres españoles que nos habían visitado se habían embarcado para regresar a Melilla. 

—¿No les ha pasado nada? —preguntamos. 

—No pasar nada—nos replicaron. [13]




El teniente Arévalo y varios soldados 
mueren brutalmente apaleados 

El Gobierno suspende el envío de convoyes 

      Convencido el Gobierno de que la mayor parte de los convoyes que enviaba para nosotros sólo servían para que Abd-el Krim y sus familiares disfrutaran de todo y para proveer a la jarka de víveres y mantas, pues a la jarka fueron a parar las que nos enviaron para abrigarnos en el invierno, decidió suspender los convoyes y dejar al jefe rebelde la responsabilidad y el cuidado de nuestra alimentación. 


     No le faltaban a Abd-el-Krim los víveres; pero como su deseo era el de que llegara a España el eco de nuestros sufrimientos, para acelerar así el rescate y obtener mayores beneficios, nos sometió de nuevo al régimen de ayuno, no dándonos en todo el día más que un pedazo de pan de unos cien gramos de peso y una pequeña cantidad de garbanzos cocidos en agua, sin sal ni grasa alguna. 

      Reclamamos varias veces ante «Pajarito» para que variasen el régimen a que estábamos sometidos, y sólo conseguimos que alguna que otra vez nos dieran un puñado de higos, la mayoría de ellos podridos, que más nos excitaban el apetito que nos calmaban el hambre. También se nos negó toda clase de ropa, sabiendo nosotros que en casa de Abd-el-Krim tenían centenares de mudas de ropa blanca y gran número de uniformes. 

      Debido al hambre tan horrible que padecíamos todos los prisioneros, intentaron fugarse varios soldados de los cautivos en Aim-Kamara. Todos ellos fueron capturados y conducidos al patio de nuestra prisión, donde fueron condenados a recibir 125 palos cada uno. Aunque quisimos evitar la vista de aquel tormento salvaje, no pudimos lograrlo, y allí, casi delante de nosotros, fueron apaleados brutalmente los infelices. El teniente Arévalo se decidió a protestar en voz alta, y fue sacado también al patio, tendido en el suelo y, por orden de Amogar, le dieron unos 20 palos. 

      A los diez días, el oficial y los soldados habían dejado de existir, víctimas de la bárbara orden de Abd-el-Krim, que mandó que todo intento de fuga se castigara de aquel modo. 

Otra vez se habla de rescate 

      En los primeros días de Diciembre eran ya muchos los cautivos que habían perdido todo su vigor, especialmente los tenientes Florencio y Garigorta, cuyo estómago delicado les rechazaba ya aquel condumio, y su estado era cada día más alarmante. Pedimos que se les dieran algunas latas de leche condensada; pero no se accedió a nuestro ruego, alegando que no tenían. Sin embargo, mañana y tarde veíamos que a nuestros guardianes les daban tres latas de atún o bonito, tres de mermelada y seis botes de leche, sin que durante tres meses les faltara un solo día. Esto era para nosotros una prueba más del propósito de Abd-el-Krim de que muriera algún oficial de hambre para obligar así al rescate. 

     Uno de aquellos días, no recuerdo la fecha exactamente, se presentó «Pajarito» en la habitación del general y le dijo que había caído el Gobierno de España, que estaban en el Poder los liberales, que había sido nombrado alto comisario D. Miguel Villanueva y que había el decidido propósito de efectuar pronto el rescate, para lo cual en breve se esperaba a Idris-Ben-Said, que conferenciaría con él y que, una vez de acuerdo, vendría una Comisión, presidida por D. Horacio Echevarrieta, para ultimarlo todo y llevarse los prisioneros. 

     Cuando oímos de labios del general Navarro aquellas gratas impresiones, volvió a renacer en nosotros la confianza, el ansia de vivir para llegar, al fin, a vernos de nuevo entre nuestras familias, felicidad que muchas veces habíamos ya considerado imposible. 

La Nochebuena en el cautiverio 

      El día 23 de Diciembre vino a vernos «Pajarito» y nos ofreció enviarnos víveres y licores para que al siguiente día solemnizáramos nuestra Pascua. 

     Poco después de salir «Pajarito» de nuestra prisión, llegó un primo de Abd-el-Krim con una orden, escrita en español, que decía textualmente: 

     «Orden a los prisioneros: Todo prisionero que salga de noche, será inmediatamente fusilado.—El segundo jefe del Estado Mayor del Ejército rifeño, Abd-el-Selam.» 

     Aquella orden nos desconcertó, pues ignorábamos a qué podía obedecer, y aún vino a colmar nuestra confusión el saber, a la mañana siguiente—día de Nochebuena—, que el general Navarro y el sargento Vasallo habían sido encadenados juntos durante la noche. 

      Preguntamos a «Pajarito» la causa de aquella nueva inhumanidad y nos aseguró que obedecía a haberse descubierto un complot para llevarse por la fuerza al general Navarro. Luego he sabido que por entonces circularon en Melilla rumores de una intentona para rescatar por la fuerza al general. 

      Aquella noche cumplió «Pajarito» su promesa de enviarnos víveres para festejar la Nochebuena. Nos envió una lata de carne para cada uno, una botella de Rioja para cada cuatro y una botella de ojén para cada grupo que ocupaba una habitación. Unido esto a una ración extraordinaria que nos dieron nuestros guardianes, organizamos un banquete. Como nos faltaban los cigarros, se los pedimos también a «Pajarito», y fue tan espléndido, que nos envió tres cigarrillos para cada uno, que, sin duda, eran los únicos que le quedaban de tres cajas llenas de libras de Partagas que nos habían enviado en un convoy. 

     Aquella noche, disimulando la tristeza que a todos nos invadía, brindamos por nuestra próxima libertad, y charlamos, añorando la fiesta íntima y familiar que los años anteriores celebramos en las dulzuras del hogar. 

     Al siguiente día volvimos al régimen de los cien gramos de pan y de los garbanzos cocidos. [14]



Los últimos días de esclavitud 

Un modelo de administración 

      Había empezado ya el mes de Enero, y como mi estado de salud era sumamente delicado a consecuencia de la falta de alimentación y las torturas del hambre seguían haciéndome su víctima, solicité una entrevista con «Pajarito», a quien expuse mi situación y pedí una mejora en el trato que recibíamos. 

     Me replicó «Pajarito» que él, por su parte, no podía hacer nada más que lo que en otras circunstancias había hecho, como un extraordinario; pero que, aprovechando la estancia en Alhucemas de Idris-Ben-Said, le pidiera algún dinero con el cual podría adquirir víveres. Así lo hice, y como siempre que cualquier cautivo recurriera a Idris-Ben-Said, fui atendido. Le envié al «Pajarito» un vale de cincuenta pesetas, y el día 7 de Enero recibí una torta de pan que me enviaba y el recado de que el dinero me lo administraría él «honradamente». 

      Cuando recibimos el pan, Rey, Enrile y yo tuvimos un momento de alegría infantil. Esperábamos que con aquel medio podríamos atenuar los rigores de la esclavitud. A los tres días, la exigencia de nuestros estómagos me obligó a pedir más pan a «Pajarito». La contestación fue que si quería más pan tenía que pedir más dinero a Idris-Ben-Said. 

     De nuevo recurrí a Idris, cuya inagotable bondad jamás podremos los prisioneros alabar lo que se merece, y le rogué que le diera a «Pajarito» cien pesetas para que me enviara pan. 

     Varias veces pregunté a «Pajarito» si había recibido el dinero, y siempre recibí una contestación negativa, hasta que una vez libre pude comprobar que el día 15 de Enero recibió «Pajarito» las cien pesetas que yo había solicitado. 

      ¡Un modelo de excelente administración! 

La muerte del teniente Garaigorta 

      Con la falta de alimentación y las malas condiciones higiénicas en que vivíamos se agravó el teniente Garaigorta en términos tales, que temíamos todos un funesto desenlace. 

      El general Navarro trató de conseguir que el infeliz teniente fuera conducido a la isla de Alhucemas, donde seguramente hubiera obtenido su curación; pero sus ruegos fueron desoídos. 

      El infortunado oficial falleció tres días antes de nuestro rescate. 

Las gestiones del Sr. Echevarrieta 

      El día 22 recibió el general Navarro una carta de D. Horacio Echevarrieta, en la que le comunicaba que se había encargado de las gestiones para nuestro rescate y que confiaba en poner fin a nuestros sufrimientos en un plazo muy breve. 

      Aquel día interrogamos a «Pajarito», quien nos aseguró que todo estaba arreglado y que, efectivamente, el rescate era cosa de tres o cuatro días. 

      No podría describir aquellos momentos de alegría. ¡Por fin íbamos a recobrar la libertad! ¡Volveríamos al lado de nuestras familias! 

      A los dos días, una nueva carta del señor Echevarrieta vino a colmarnos de júbilo. Daba cuenta de que salía para Melilla a recoger a los prisioneros moros y que seguidamente vendría por nosotros. Aquel mismo día, nuestros guardianes nos dijeron que ya podíamos entrar y salir de las habitaciones y pasear por los patios, porque el rescate era ya seguro y estaba ultimado. De los convoyes últimamente desembarcados nos dieron algunos víveres y las cajas en que venían envíos particulares, y ello contribuyó a que la alegría fuese completa. 

      Los soldados cantaban, reían; los guardianes, tan bruscos antes, trocáronse amables y fraternizaron con los muchachos, repitiendo una y cien veces que todo estaba arreglado y que podían considerarse ya en libertad. 


Llegada de los barcos 

      Nadie durmió aquella noche, que aún no sabíamos que era la última de nuestro cautiverio. Ya de madrugada se acercó a mí uno de los guardianes y me dijo: 

—Pajarero, ahora mismo llega un barco «por vosotros». 

      Poco después el mismo guardián me anuncia que por la parte de Ceuta viene también otro buque. Sin ser de día totalmente nos abrieron las puertas de las habitaciones y nos empleamos en confeccionar un poco de café. 

     De día ya podemos contemplar la llegada de un tercer barco y vemos que uno de ellos es el «Antonio López». 

Tan grande era nuestra emoción, que aun cuando los guardianes nos aseguraban que el embarque sería muy temprano, casi no llegábamos a créenlo, y unos a otros nos preguntábamos. 

—¿Será posible que haya terminado para siempre la trágica pesadilla? 

Las operaciones de rescate 

      Llegó una orden de Abd-el-Krim diciendo que bajaran a la playa los paisanos y los soldados. Traté de marchar con ellos; pero los guardianes me lo impidieron, diciéndome: 

—Tú, no. Tú «estar» como oficial. 

      Mientras soldados y paisanos se alejaban en demanda de la soñada libertad, vino «Pajarito» a despedirse de nosotros. 

—Cuando estés una temporada con tu familia—me dijo—vuelve por aquí para comprar tierras y hacer una explotación. Este es un país civilizado y puedes venir aquí con la misma tranquilidad que si fueras a Francia e Inglaterra. 

      Como es natural le contesté afirmativamente y le ofrecí volver pronto, muy pronto... 


      A las once de la mañana marchamos a la playa, con gran lujo de guardianes, y en una pequeña colina próxima a la Aduana quedamos esperando la orden de embarque. 

     Tres horas hacía que esperábamos, cuando se nos ordenó avanzar hasta la playa. Allí nos dijo el sargento Vasallo que los moros, molestos porque se les entregaban pocos prisioneros, habían suspendido el embarque de soldados. Por fin logró el señor Echevarrieta arreglarlo y se reanudó el embarque. Reclamé nuevamente mi calidad de paisano y el Maalen me autorizó a embarcar. 

      De un salto me lancé al bote, que ya estaba lleno de soldados, y después de muchos trabajos para desatracar el bote, que tenía la quilla enterrada en la arena, nos separamos de la playa y transbordamos a una gasolinera que nos llevó hacia el «Antonio López». 

¡Estaba en libertad!! [15]

Llegada de los liberados al puerto de Alhucemas


A bordo del “Antonio López” 

Entre mis amigos 

      Al poner los pies en la cubierta del «Antonio López» caí entre los brazos del representante de la Compañía Colonizadora, de Rafael Fernández de Castro, que nunca me olvidó durante el tiempo de mi cautiverio, que me envió cuanto pude necesitar y que por cuantos medios tuvo a su alcance trató, aunque inútilmente, de rescatarme. 

     Con él, con el ingeniero industrial don Francisco de las Cuevas y con varios periodistas madrileños, tomé una copa de Jerez y unas galletas, para esperar la llegada del general y de los oficiales y cenar juntos. 

     No hago mención de lo ocurrido hasta llegar al rescate de todos los cautivos y de las atenciones que tuvieron para con nosotros los tripulantes del «Antonio López» porque con todo detalle lo relataron a su tiempo los corresponsales de los diarios madrileños. 


Mi gratitud 

      Para terminar estas deshilvanadas notas de mi cautiverio, quiero hacer constar mi gratitud eterna a Idris Ben Said, que trabajó incesantemente por nuestro rescate, que atendió todos nuestros requerimientos y nos envió todo cuanto le pedimos, pudiendo afirmarse que fue el protector, el único amparo que tuvimos los cautivos. 

     También he de hacer constar, por debido tributo a la justicia, que no todos nuestros guardianes fueron como el odiado Amogar y sus imitadores. Hubo uno, Sidi Josein, del cual guardaremos todos los cautivos un imborrable y grato recuerdo. Amable y afectuoso, siempre tuvo para nosotros frases de consuelo y jamás salió de sus labios un insulto, y era siempre el que llevaba nuestras quejas al hermano de Abd-el-Krim, que corrientemente las atendía. 


      Para todos ellos y para el Sr. Echevarrieta mi gratitud y mi recuerdo, que perdurará en mi alma; para todos los compañeros de cautiverio y para los héroes que, como el capitán médico Sr. Serrano, murieron en Aydir por defender y conservar la vida de los demás, mi admiración y mi respeto... 

FERNANDO JIMENEZ PAJARERO” [16]





EPILOGO

      Finalmente, fueron puestos en libertad 45 jefes y oficiales, además de 274 soldados y 38 civiles, entre los que se hallaba nuestro paisano, Fernando Jiménez Pajarero. 



     Antes de partir de Melilla, sus compañeros de la Compañía Colonizadora le obsequiaron con un banquete,[17] donde comunicó haber recibido un telegrama del Ayuntamiento alcalaíno, que le había nombrado hijo predilecto.[18] Es curiosa esta noticia, porque las actas de la época, no reflejan nada respecto a este nombramiento.



      La mañana del 1 de febrero llegó a Málaga en el Correo de Melilla, donde pudo reencontrarse con familiares, saliendo directamente para Cádiz, donde llegó por la tarde y donde le esperaban más familiares y el capitán aviador García Peña, compañero en el cautiverio.[19]

      A los pocos días de llegar a Cádiz, cayó enfermo “de algún cuidado, a consecuencia de las penalidades sufridas durante los dieciocho meses que permaneció prisionero de los beniurraguel en Aydir”[20]

     No sabemos si se repuso de su enfermedad en Cádiz o lo hizo en nuestra localidad, a donde vino a pasar unos días y fue recibido por los concejales que formaban la Comisión nombrada al efecto por el Ayuntamiento.

     Esta Historia se cierra con la rápida vuelta de Jiménez Pajarero a tierras africanas, pues en junio de ese mismo año ya se encontraba incorporado en su puesto de trabajo en Monte Arruit.[21]


NOTAS

[13] 1923 03 10 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V nº 1021 pag 2 sábado 

[14] 1923 03 21 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V nº 1030 pag 2 miércoles

[15]1923 03 23 - La Libertad. Año V Número 1032 pag 2

[16] 1923 03 25 - La Libertad (Madrid. 1919). Año V nº 1034 pag 2 domingo

[17]  Publicado en la página 2 de LA CORRESPONDENCIA DE ESPAÑA el 2 de febrero de 1923. Año LXXVI Número 23513 

[18] Primera página de LA ÉPOCA, de la edición del 2 de febrero. n.º 25.928, 

[19]  Así aparecía publicado en la edición del periódico EL SOL del día 2 de febrero de 1923 en su página 2. 

[20]  Edición del 8 de febrero de 1923 de La Libertad. Año V Número 995 pág. 1 

[21]  El 30 de junio de 1923, EL TELEGRAMA DEL RIF publica la noticia de que Fernando Jiménez Pajarero había encontrado el cadáver de un niño en una de las acequias de la Compañía. Año XXII Número 8009 pág. 1

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