sábado, 5 de octubre de 2019

Francisca Pizarro Torres (1910-1989) (y II)




       En la cárcel de la Línea, enseguida mi abuela se dio cuenta que no estaban allí ni su suegra ni su cuñado Juan y cuando preguntó por ellos, le dijeron que habían sido trasladados a la plaza de toros. Le explicaron que allí iban todos los que serían fusilados. 

      Me imagino con el terror que mi abuela Francisca recogería esta noticia y su desesperación, se agravaría aún más, cuando unos días después sería a ella misma con su hijita todavía enferma las que serían trasladadas hasta allí. Las llevaron a la plaza de toros. Cuando llegó hasta allí vio como todos los prisioneros estaban sentados y hacinados en el suelo. Enseguida vio a su suegra y cuñado que se abrazaron llorando sin comprender aún por qué la habían detenido a ella también. 

      Mi abuela recordaba con verdadero pánico como constantemente iban llamándolos por el nombre y apellidos, algunas veces era para interrogarlos y otras para fusilarlos. A mi abuela la volvieron a interrogar allí sobre el paradero de su marido y ella volvió a decirles lo mismo. Cuando mi abuela les preguntó qué sería de su hija cuando la mataran a ella. Le dijeron que no se preocupara, que había un militar dispuesto a adoptarla. 

      Recuerdo desde muy pequeña, que al finalizar la emisión de programas en uno de los dos canales que teníamos de televisión, sobre las doce de la noche, salía una foto de Franco y sonaba el himno nacional. A mi abuela le daba pánico escucharlo y siempre nos pedía que apagáramos la tele. Más tarde cuando ella me contó por primera vez su vida y todo lo que pasó, comprendí el por qué: cuando fusilaban a una o varias personas en la plaza de toros, sonaba a su vez el himno nacional. Así ocurrió el día que llamaron a Juan Vera Jiménez (cuñado de mi abuela, hermano de su marido). Le dijeron a su madre que se despidiera de su hijo, porque lo iban a fusilar. Juana Jiménez corrió hacia donde estaba su hijo. También ella fue fusilada. Siempre contó mi abuela que los dos, madre e hijo, murieron abrazados. Mi abuela oyó los tiros. 

      Cuando retiraban los cuerpos se dieron cuenta que Juana, acusada de comunista y roja, ese había sido su delito,llevaba en el bolsillo un manojo de medallas de santos prendidas a un alfiler.



      Perdidas casi todas las esperanzas ya, le llegó el indulto que su hermano José, gracias a sus amistades, había conseguido. Sin muchas explicaciones la dejaron en libertad.

      El camino desde La Línea de la Concepción hasta Algeciras lo hizo andando con su hija Antonia en brazos, desde allí coció un autobús que las llevaría hasta Alcalá. 

       A su vuelta, se entera que su hermano Francisco, "Faico" está en el cuartelillo detenido. No la dejaron verlo. El carcelero se apiadó de mi abuela con todo lo que estaba pasando y le dijo que por la mañana volviera que la dejaría entrar. Una mañana le dijeron que ya no estaba. Esa misma respuesta tendrían que escuchar también muchos otros familiares de fusilados. Se lo habían llevado la noche anterior a Casas Viejas.

Detención de Francisco Pizarro Torres el 13 de septiembre de 1936


     Hubo testigos de su fusilamiento. Sobre todo, el de una señora que vivía cerca de allí y vio como le tirotearon en las piernas y lo dejaron mal herido. Dice esta señora que cuando pidió agua le dijeron que fuera hasta el río. Así lo hizo, arrastrándose, consiguió llegar hasta el río donde murió desangrado. 

      De mi abuelo Manuel Jiménez poco más se supo, estuvo todo este tiempo escondido en la serranía de Málaga imagino. Durante algún tiempo anduvo por allí, alguna vez bajó a Alcalá de madrugada con el consiguiente riesgo que esto conllevaba. 

      Un amigo suyo, que durante la guerra fue prisionero por el bando popular le contó a mi abuela que había visto a su marido vestido de uniforme de capitán. 

      Desconocemos cómo murió mi abuelo. Se conocen dos versiones distintas: que murió cuando intentaba pasar a Francia y que murió de una herida en Valencia y que está enterrado en algún lugar de la provincia de Valencia. 

      Una mañana aparece en la puerta de un vecino de Alcalá una pintada en la que se leía el nombre del dueño de la casa, seguido de la palabra “asesino”. Culpan a mi tía María y la llevan para el cuartelillo. A veces la suerte también está de parte de las víctimas. María Pizarro no sabía escribir. No pudo ser ella. María tomó la decisión de irse a trabajar a Algeciras, mis tíos y mi madre me contaban que se volvían locos de contentos cuando volvía mi tía los fines de semana. Iban a esperarla a donde paraba el autobús y venía cargada de regalos para todos, sobre todo para los más pequeños, era muy buena con ellos y siempre la adoraron. 

      Poco a poco las cosas fueron mejorando. Mi abuela se dedicaba a hacer dulces que cada vez con más frecuencia le encargaban Puso una confitería en la calle Real, al frente de esta siempre estuvo mi madre despachando. 

      Mi abuela murió, no sin antes tener aún que pasar por la gran pena de ver morir a sus hermanos José y María, a su sobrina Margarita y a su propia hija Antonia, cuyo dolor ya confundía con el de su hermana María. Su hija Antonia, mi madre, aquella niña pequeña y enfermita que acompañó a mi abuela durante su estancia en la cárcel de La Línea. 

     Me asombra pensar en esa excepcional mujer que fue mi abuela. De dónde sacaba fuerzas al levantarse cada mañana para intentar buscar un resquicio en su asfixiada vida para no hundirse, y con ella toda su familia. La admiro aún más, al recordar como enmascaraba todo ese calvario que había pasado con esa gracia tan especial y a veces con su mal genio, pero siempre estupenda y cariñosa. 

      Mi abuela FRANCISCA PIZARRO TORRES murió en Alcalá de los Gazules, el lugar donde ella siempre dijo que quería morir. Murió con setenta y nueve años. 

     Nunca quiso, que ni en broma cuando jugábamos con ella, levantásemos el brazo a modo de saludo franquista. Le daba terror y enseguida levantaba su puño izquierdo en alto y a veces cantaba alguna de sus coplillas de protesta. 

San Fernando, abril de 2006.

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