La virulencia de la enfermedad fue extrema en los últimos días de Agosto y durante todo el mes de Septiembre, hasta el extremo que el día 16 de dicho mes una multitud de vecinos se había congregado ante la puerta del Alcalde, Antonio María de Puelles, en petición de que “...fuera trasladada a esta Villa nuestra Madre y Sra de los Santos con el laudable fin de que como patrona que es de esta población se le suplique y ruegue en debida forma, lo haga con su hijo nuestro Sor Jesucristo suspenda su rigor y justicia y aplacando el cruel azote y desastrosa enfermedad del cólera morbo asiático que tanto aflije a esta población haciéndose rogativas públicas e invocándose las divinas misericordias...” (2).
En virtud de ello se trajo a la Virgen y se iniciaron las rogativas, mientras cada día eran numerosos los alcalaínos que perdían la vida, tanto en el pueblo como en el campo, lo que hizo necesario que el Ayuntamiento encargara al funcionario del Servido de Limpieza Pública, Juan Nepomuceno Reyes, se dedicase a trasladar a esta Villa los cadáveres de las personas que morían en el campo. Los médicos municipales Miguel Centeno y Arenas, a cuyo cuidado estaban tanto el Hospital de la Misericordia como el de la Congregación de Jesús, María y José, como Miguel José Sánchez no daban abasto en atender a tanta población infectada y hubieron de contar con la inestimable colaboración desinteresada del médico en ejercicio libre de su profesión, Juan Centeno de los Ríos, aunque en muchos casos sus esfuerzos fueron en vano y la muerte seguía cobrándose víctimas lo que hacía que los serenos Vicente Carrasco y Manuel García hubiesen de disponer el traslado inmediato de los cadáveres al cementerio, siendo el primero de ellos el encargado de tomar los correspondientes apuntes tanto para la inscripción del fallecimiento en los libros parroquiales como en los asientos del cementerio, ya que ni el personal de la Parroquia ni el del Ayuntamiento se dedicaban a esos menesteres, pues empleaban su tiempo en atender a los enfermos. Así el Alcalde acompañado del Secretario del Ayuntamiento, Juan Roa y Ríos, algunos regidores y algunos señores particulares adscritos a las Juntas de Sanidad y Beneficencia, como Carlos Roa y Ríos o Francisco del Río Marín se encargaban de realizar, con la ayuda de la Milicia Nacional, rondas de vigilancia para preservar el orden, visitas domiciliarias (en una de las cuales contrajo la enfermedad Juan Roa el 10 de Septiembre) y del control del cementerio “con objeto de que a los cadáveres se les diese la debida sepultura en tiempo y forma” (3). A este respecto conviene recordar que en caso de epidemia los fallecidos se enterraban inmediatamente, sin velatorio, funeral ni entierro, depositando el cadáver en la fosa común del día, en la que los cuerpos sin caja se iban depositando uno junto a otro cubriéndose cada hilera de la correspondiente capa de cal viva para colocar encima otra hilera y así hasta concluir la correspondiente fosa. Por los datos de que disponemos no podemos precisar si estos enterramientos se efectuaron en el actual cementerio municipal, en uso desde 1820, o como era costumbre en la época en el campo anexo a la antigua ermita de San Antonio Abad, en las inmediaciones del actual Colegio Público Juan Armario.
Respecto a la Parroquia es de reseñar la actuación del Párroco y Arcipreste Juan José Liñán y del teniente cura Andrés Ramírez, a quién las actas se referirán así:
“... habiendo desplegado el primero en esta ocasión una caridad sin límites, un valor extraordinario y un celo propio de un maestro de la Religion tanto que proferamos que en el verdadero consuelo de los cristianos particularmente en los ultimos momentos de la vida: Su caridad con los pobres ha sido estremada llegando su abnegación hasta el caso de conducir en sus hombros a los Hospitales los enfermos ya exámines y moribundos. Estos rasgos de humanidad causaron su efecto y el personal que por miedo y terror huían de los enfermos, dejándolos abandonados, se reanimaron y sirvió como por encanto al hijo asistir a su padre, éste al hijo y la esposa a su marido, cuando desde entonces y por tan buen ejemplo cesó la desolacion y el abandono a la familia. Su trabajo havido lo mismo en el día que en la noche y lo mismo con muchos que con pocos, ni que por esta solicitud para con los enfermos dejan de estar a la hora que aquellos le permitían forma en el confesonario para sin en pertenencia a los fieles que concurran para vivir preparados a la muerte que atacaba a los más descuidados, aún como tambien se ha consagrado a la celebracion de Novenas y otros ejercicios de piedad para impetrar las misericordias de Dios. No siendo menos digno el D Andrés Ramírez, Teniente de cura desplegando tambien en tan tristes circunstancias un celo imponderable ayudando en un todo a su celoso Parroco tanto de día como de noche privado por falta de tiempo del alimento, preciso para conservar en vida, motivo por el cual cayó dos veces enfermo atacado del colera encontrándose a bastante peligro de su existencia, ni que por esto decayese su mismo pues tan pronto como fue restablecido empezó de nuevo a un travajos y fatigas” (4). También es reseñable la labor de otro clérigo, Francisco Escalona, quien desempeñó el cargo de depositario de la Junta Municipal de Sanidad y Beneficencia hasta que a mediados de Septiembre, contrajeron la enfermedad todos los habitantes de su casa al quedar infectados por los enfermos que acudían en demanda del socorro. Igualmente prestaron auxilio material y espiritual otros religiosos como Bartolomé Pedrajas, Francisco de Paula Cabrera y José María González.
Pronto pasaría el rigor de la epidemia, tras dejar una estela de 288 muertos, y según se recoge en el acta del cabildo del 9 de Noviembre, se dió por concluida el día 29 de Octubre, en que se celebró una Solemne Función Religiosa “...para dar gracias a su Divina Magestad por haber cesado en esta Villa el cólera morbo asiático...” que como no podía ser de otra forma tuvo un sermón a cargo del Arcipreste y Cura de las Iglesias de Alcalá, que tanto se había destacado en la lucha contra la epidemia, Juan José Liñán, al que se acordó gratificar con cargo al capítulo respectivo a calamidad pública del caudal de propios con “...la cantidad de ciento sesenta reales como gratificación del sermón predicado... abonándose igualmente al mismo Sr. Cura el importe de la cera consumida en dicha festividad que asciende a doscientos cuarenta y tres reales...” (5).
Aunque, si bien este episodio epidémico había pasado, todavía el siglo XIX habría de deparar a los alcalaínos algunos procesos más, ya que si por algo podemos calificar al siglo XIX en Alcalá es por la frecuencia y la virulencia con que hicieron presencia distintas epidemias.
NOTAS
(2) AMAG, Legajo 37. L. C. del año 1854. Folio 53 y 53 vto. Acta de la Sesión del Pleno 17 de Septiembre.
(3) AMAG, Legajo 37. L C de 1855. Folios 126 vto. a 134. Acta de la Sesión del Pleno de 8 de Marzo de 1855.
(4) AMAG, Legajo 37. L C. de 1854. Folios 85 a 89. Acta del Cabildo de 22 de Octubre de 1854.
(5) AMAG. Legajo 37 L C de 1854. Folios 105 -106. Acta de Cabildo 9 de Noviembre de 1854.
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