viernes, 31 de julio de 2020

Crónicas del ambiente alcalaíno (XI)



     El 15 de noviembre de 1918 salía el número 19 del Año II del periódico local EL CASTILLO DE ALCALA. Aquella edición no incluía la sección Crónicas del ambiente alcalaíno, quizás porque no había mucho que celebrar, ya que en todo el mundo la mal llamada GRIPE ESPAÑOLA estaba haciendo estragos. En su lugar se publicó un breve artículo firmado por el director del mismo, D. Manuel Sandoval Moreno, denunciando la inacción de las autoridades locales ante la epidemia y las ineficaces medidas que se habían tomado. Asimismo, se incluyó un panegírico ensalzando la figura del médico alcalaíno D. Antonio Galán Recio, que había fallecido días antes en Vejer, víctima de la epidemia de gripe.


La Cuestión sanitaria 

      Hasta ahora, lo único que a nuestras autoridades se les ha ocurrido para evitar que la epidemia haga irrupción en sus dominios, es ordenar que los empleados de Consumos rocíen con zotal, usando a guisa de pulverizador una escobilla, a tocia persona que venga de sitios contaminados. 

     Cuando presenciamos una de esas escenas graciosísimas, tentaciones nos dan de escribir una crónica al estilo y manera de Gedeón, por ser ridículo en demasía el procedimiento empleado para combatir el peligro que nos amenaza. 

     Horror nos da pensar la suerte que nos espera cuando Dios, que hasta ahora nos ha mirado con ojos conmiserativos, deje de tener piedad de nosotros y nos envíe, para castigo de nuestros pecados, la terrible enfermedad. 

     Nuestras calles son muladares públicos; la basura cubre las piedras, los excrementos son adornos profusos de las vías públicas, ¡por Dios que no exageramos!, y en fin: todo se presta a servir de vivero incomparable del exterminador microbio. 

     En estas circunstancias, como en otras muchas, envidiamos la suerte de los pueblecillos que tienen por Alcaide uno de esos hombres rudos, sin ilustración, que cubren su cabeza con el ancho pavero, envuelven su tronco endurecido por el trabajo con la chaqueta corta de paño burdo, llevan ancha faja a la cintura y ostentan como símbolo de su autoridad silvestre, luenga y flexible vara de fresno. 

     A uno de esos hombres que a grandes rasgos hemos descrito, no se le hubiese ocurrido, acaso, tomar las risibles medidas sanitarias que se le han ocurrido a nuestro farmacéutico Alcalde, 

     La Junta de Sanidad se ha reunido varias veces y hasta la presente hora ignoramos que haya puesto en práctica sus acuerdos, debido, quizás, a que nuestras autoridades saben suspenderlos, pero no ejecutarlos. 

     Cerca de un mes hace que esta Ciudad se halla sin sepulturero, debido a haberse marchado el que tal cargo ejercía, porque no se le pagaba con la puntualidad que la seriedad del Municipio y las propias y perentorias necesidades del interesado exigían. 

     Esto ha dado ocasión a que presenciemos escenas macabras que difícilmente se borrarán de nuestra memoria. Padres, esposos, e hijos, se han visto obligados a abrir la sepultura de sus deudos, mientras sus manos temblaban y sus ojos dejaban correr lágrimas de honda amargura. 

     Apartando nuestros ojos de la visión espantosa de estos cuadros horribles, haciendo caso omiso de lo que estas escenas macabras nos sugieren, hemos pensado en la triste situación de nuestro pueblo en las circunstancias sanitarias actuales, ya que hemos visto en el cementerio cadáveres casi insepultos y hemos tenido que ponernos el pañuelo en la nariz y la boca para no aspirar el aire fétido que allí se respira. 

     Sin embargo de la gravedad de estas anomalías, a pesar de tener conocimiento de ellas nuestros ediles, ninguno ha abordado en las sesiones, con el interés que tan importante asunto reclama, este problema para la salud en nuestro pueblo. 

     Transitoriamente, incidentalmente, habló de ello un señor concejal, pero luego sobrevino una discusión política y olvidóse cosa tan importante y de urgente solución. 

     Lo declaramos sinceramente, ninguno de nuestros ediles ha estado en la hora crítica actual a la altura de las circunstancias. 

     Es más: las discusiones que ha originado el asunto que nos preocupa, han dado ocasión a que se pongan en evidencia una vez más las torpes rivalidades de banderías, y eso no es procedente, ni hábil, ni político: eso es suicida, 

     ¿No hay un señor concejal que denuncie, por ejemplo, que los cerdos y las gallinas conviven, como siempre, con las personas, y que se ven por las calles más céntricas grandes piaras de los primeros de los nombrados animalitos sin que haya quien ponga coto a tamaño descaro? 

     ¿No existe un edil que denuncie en forma clara y precisa, que en el Casino de Labradores y en el del Alcalde se juega a la lotería, dando ocasión con ello, a más de la inmoralidad del caso, a que se reúnan en esos lugares gran número de personas, estando hoy cerrados los colegios, y para evitar lo que allí se hace con un descaro indigno? 

     ¿No hay entre los señores que componen el Concejo quien trate de evitar el que los niños pasen el día en los muladares, aspirando las miasmas que ellos despiden, recogiendo las inmundicias que allí se arrojan, para servir de vehículos de todas las enfermedades? 

     ¿No tendremos la suerte de ver entre nuestros regidores un hombre libre de apasionamientos que se preocupe con todo interés del problema sanitario: aunque sólo sea por egoísmo o para conquistarse el aprecio y la estimación de sus convecinos? 

     Mientras se halle formado nuestro Municipio por hombres ayunos de iniciativas ciudadanas o por analfabetos que respondan a la voz de otro analfabeto cacique, seguirá nuestro pueblo siendo el hazme reír de la provincia. 

     En Alcalá, doloroso es declararlo, no se conoce ni se abordan otros problemas que los de una insana y desatentada política. 

¡Así estamos de lucidos; así nos juzgan en todos partes! 

Manuel Sandoval Moreno


DON ANTONIO GALAN RECIO 

      Víctima de su propia abnegación, de su caridad cristiana, ha fallecido en Vejer de la Frontera el que fué estimadísimo colaborador de este periódico, Don Antonio Galán Recio. 

     Pocos días hace, anunciaba la prensa que nuestro querido amigo y paisano, a pesar de no dedicarse desde algún tiempo a visitar; había ofrecido sus servicios facultativos en un arranque tan hermoso y cristiano como digno de su alma noble y abnegada, y debido a su generosidad ha sucumbido el inteligente médico y ciudadano honorabilísimo, sin que aún hubiesen salido de nuestros labios las palabras entusiásticas que su proceder caritativo merecía. 

     ¿Quién que haya tratado a Antonio Galán Recio no guarda de él un recuerdo agradable? 

     Desde niño supo captarse las simpatías de todos sus amigos con la amabilidad de su carácter, con el gracejo que lo distinguía. 

     Más tarde, en la Facultad de Medicina de Cádiz, se adueñó de tal forma del corazón de sus compañeros de estudio, que todos se deshacían en alabanzas para el estudiante que hermanaba el amor al estudio con las expansiones, ordenadas y dignas, de una juventud sana, robusta y alegre. Muchos son los médicos a quienes les hemos oído contar las originalidades y alegrías comunicativas de Antonio Galán Recio; ni uno sólo de sus antiguos compañeros de Facultad tiene para él ni la más leve palabra de acritud. 

     Galán era uno de esos hombres que no saben odiar, que no pueden odiar, porque la franqueza de su carácter no les permite guardar el veneno del odio. 

     Era expansivo, noble, generoso, sincero: lo que sentía, lo expresaba sin temores cobardes, como deben hacer lo quienes han nacido respirando el aire de la caballerosidad y la hidalguía. 

     Como periodista era el eterno rebelde, el luchador enardecido por la lucha, incapaz de claudicaciones vergonzosas, enemigo de las pequeñeces y miserias de nuestro ambiente enrarecido por los odios y la falsía. 

     Pertenecía a esa raza superior que piensa en voz alta, que lucha frente a frente. 

     Fué político y odiaba la politiquería de nuestros grandes hombres. 

     Sus graciosísimas, sus chispeantes croniquillas tan comentadas por nuestros lectores, entrañaban, a pesar de su jocundez, un algo de amargura, un sentimiento de tristeza que pocos podrían penetrar y que nosotros, debido quizás a hallarnos identificados con su carácter, comprendíamos sobradamente: era la repulsión que al hombre pulcro le producen las diabluras de muchachos que juegan en el cieno. 

     Su marcha ha sido digna de él, porque ha entregado a vida ida luchando por la humanidad en un arranque de abnegación. en un renunciamiento de sí propio, como hacen los santos y los héroes. 

     A nuestros lectores, a los que hallaron en sus crónicas motivos de franca alegría, pedimos una oración para el alma de quien, siempre cristiano y noble, pasó por la vida sin mancharse con el lodo del (ilegible), muriendo en holocausto del deber 

     Reciban los deudos del que fué nuestro hermano en la lucha, la expresión sentida de nuestro hondo pesar. 

La Redacción 


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