viernes, 29 de agosto de 2014

Exorno del coro parroquial: los patrocinadores (III)



VICISITUDES DE LA OBRA

       Hubo de corresponder al Beneficiado don Diego Muñoz de Medina darnos un testimonio privilegiado de los pasos sobrevenidos en esta reforma práctica y artística del coro. Como sobrino y albacea de don Bartolomé, hubo de identificarse con la idea y proyecto de éste; como hermano y heredero de don Cristóbal, vivió de cerca las vicisitudes de las obras. A todo lo cual debe añadirse, como saturación, su empleo de Beneficiado, que le daba inmediata noticia y responsabilidad de cada circunstancia.

      Nada tiene de extraño, por consiguiente, que le fuera fácil y casi inevitable, en su testamento final de 24 de febrero de 1772, dejar constancia al respecto de los extremos básicos del hecho, que cobran, como decimos, un alto contenido testimonial.

     El dispuso asimismo la propia sepultura en el panteón de los sacerdotes existente en la Iglesia Mayor; acompañarían su entierro doce pobres con hachas encendidas, la Comunidad de Religiosos Mínimos de San Francisco de Paula y los guiones de todas las Cofradías. Manda que “se dé aviso al Hermano Obediencia de la Santa Escuela de Cristo, de la que he sido hermano muchos años y Obediencia muchas veces”. Este párrafo—si no hubiera otras pruebas— revela que don Diego fue hombre de acendrada virtud, pues la obra piadosa de la Escuela de Cristo siempre acogió almas verdaderamente religiosas, abnegadas y espirituales.

      Encarga también numerosas Misas por su alma, siendo curioso que, acerca de las que se han de celebrar por fas Comunidades de nuestros dos Conventos de frailes —los Mínimos de la Victoria y los Dominicos—, expresa que deben encargase mayor número de sufragios a los primeros, “atendiendo a la pobreza del Convento”. Manda se haga rendimiento de cuentas al Cabildo eclesiástico de Cádiz por las Rentas Decimales, sin duda por llevar entonces la administración de ellas en Alcalá, e igualmente que se aporten donde proceda “los testimonios de lobos que se matan en este término”, porque también estaba encargado de abonar los premios que se daban a los cazadores de aquella especie entonces especialmente dañina y abundante. Don Diego funda en la Iglesia Mayor un fideicomiso familiar y aniversario de Misas, si lo consienten los Beneficiados. Hay porciones de su herencia para otros hermanos y familiares que le quedaban. Pero lo más valioso en este testamento es un largo texto dedicado a las obras del coro, que ya lucia en todo su esplendor, según el deseo de su tío don Bartolomé y conforme lo había dirigido la celosa actividad y fiel eficacia de su hermano don Cristóbal. Transcribimos buena parte de esta notable declaración, cifra y resumen del asunto:

“Ytt. Declaro que mi hermano Don Christóval Muñoz fue albacea testamentario con Don Bartolomé Muñoz mi tío, de Don Juan Aparicio de Cárdenas y de Doña Marina de Montes y Vargas su madre, cuyo testamento de la dicha Doña Marina al mes de su fallecimiento tenia cumplido dicho Don Juan Aparicio de Cárdenas por lo respectivo a el funeral y misas, mas no en otras cláusulas que dexavan madre e hijo que havian otorgádolo de mancomún, pues por dicho testamento consta que vendidas las casas que tenían, y las reses bacunas, del residuo se hiciese el caudal tres partes, mitad para misas por sus almas e intención, y la otra mitad se dividiese en dos partes, una de ellas se repartiese entre parientes pobres de las líneas, de los Montes y Muñozes, y la otra quanta parte la aplicasen sus albaceas a una alaxa que fuese de su voluntad para la Iglesia Mayor de esta Villa. Empezaron dichos albaceas a practicar diligencias, vendieron varias casas, y el ganado vacuno, y determinaron para la Iglesia Mayor hacer un Coro, como en efecto lo principiaron a ejecutar, y repartieron ocho mil reales de vellón entre los parientes de ambas lineas, y mandaron decir las Misas que tuvieron por conveniente, según la razón que puedo yo dar. Sobrevivió mi tío don Bartolomé a los referidos Don Juan y su madre hasta el día veinte y ocho de Agosto de mil setecientos y quarenta, y dejó una memoria escrita de su puño en fa que constaba nos daba poder a Don Christoval Muñoz mi hermano, y a mí para que con amplias facultades hisiésemos y otorgásemos su testamento final arreglándonos a dicha memoria, mas siempre con amplitud para que pudiésemos alterar de las cláusulas que contenía la memoria aumentando o disminuyendo lo que de ellas tuviésemos por conveniente por la grande satisfacción que tenía de nosotros”.

Sillería del coro

PROSIGUEN Y ACABAN LAS NOTICIAS

       Con estas circunstancias —sigue don Diego Muñoz— “fui yo albacea con mi hermano de dicha testamenaria: Seguimos con la obra del Coro hasta perfeccionarlo: hizo mi hermano varios viajes a Cádiz a comprar maderas para la construcción de dicho Choro según la urgencia lo pedía, sin perdonar gasto ni diligencia alguna: Descubriase en frente de la Hermita de Ntra. Sra. de los Santos una pedrera, de la cual se sacaron las piedras de los postigos y demás cantería que se necesitó dentro del choro y en sus extremidades: mas como esta pedrera no estaba seguida, ocultaban los cantos en su centro muchos pelos de donde se originaron quiebras y gastos muy crecidos, quizá más de la mitad de los que se habían regulado: hízose el escalón de la Capilla de las Animas y se soló de losas: se hizo el frontal que hoy está en el Altar y Capilla del Santísimo Christo de la Viga para cumplir con una limosnita que el difunto Don Bartholomé dejaba en el caso de que sobrase alguna cosa después de cumplido su testamento”.

       El Beneficiado don Diego añade taxativamente que él, en esa testamentaría, no tuvo acción alguna, pues toda la gestión fue de su hermano don Cristóbal. Que a éste le salieron émulos que recurrieron al Provisor del Obispado - la contradicción de todas las cosas humanas-, por lo que el susodicho Cristóbal también hubo de estar un tiempo en Cádiz para dar razón de los reparos, estancias que se pagó de sus bienes particulares. Como parece obvio, resplandecería su verdad y altruismo en unas obras y tareas siempre “actuadas de buena fe”.

       Merece recogerse también de este testamento la referencia de unas sepulturas de familia en la Iglesia de San Jorge “que están a los pies del asiento del corregidor”; las destina a las líneas de su hermano don Francisco y su sobrino, Don Fernando, pero “si llegare el caso de que se haga panteón y la iglesia se suele de firme, y que cada sugeto que tenga sepultura propia haia de contribuir alguna cosa, para que le sea señalado su cañón, mando que de mis bienes se dé la parte que se asigne, para que las dos descendencias de dichos mi hermano y sobrino, tengan en el futuro sus sepulturas, o cañones propios”. Cerrando esta prolongada serie de esfuerzo y generosidad, don Diego manda a su vez otras personales, alhajas y enseres a la bien amada Iglesia Mayor.

      Si: adhesión a su templo de San Jorge hasta el fin de la vida propia y más allá, si es posible, de la vida y la muerte de los suyos. Cierta melancolía puede embargarnos, tanto tiempo después, conociendo lo distinto y transformado de estas previsiones. Pero no todo pasa. Porque sus obras, para estos grandes benefactores de una fe y de un pueblo, le renuevan la oración, el recuerdo y la gratitud de la que perpetuamente reza: «Requiem aeternam dona eis, Domine».

Parte trasera del coro
(foto: Óscar Torres)

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