4.-LOS MAESTROS ITINERANTES.
Hasta la creación de las escuelas rurales, la enseñanza estaba a cargo de los maestros itinerantes, la mayor parte de los cuales carecía del título oficial de magisterio, aunque poseía una formación suficiente para cubrir las necesidades y demandas de la población residente en el campo: aprender a leer y escribir, el dominio de las "cuatro reglas" (sumar, restar, multiplicar y dividir) y el manejo del sistema métrico decimal, que poco a poco fue sustituyendo los usos y costumbres antiguos relacionados: con la fanega y la aranzada para medir las superficies, los quintales, arrobas y libras para el peso y la fanega y cuartilla para los volúmenes.
En determinados casos, estos maestros ambulantes habían sido apartados del servicio o sancionados, por lo que se trasladaban al campo a ofrecer sus servicios a las familias que vivían alejadas de los núcleos de población, a donde no llegaba ningún tipo de oferta educativa, ni de los poderes públicos ni de las organizaciones religiosas.
Estos educadores fijaban unas determinadas rutas, que dependían de la residencia de los niños. La jornada escolar se establecía de acuerdo con los padres, en función de las horas contratadas, del número de alumnos y de sus ocupaciones en las tareas del campo, ya fuera el cultivo de la tierra o el cuidado del ganado y de la disponibilidad de tiempo del propio maestro.
Se trasladaban a pie, a tornos de cabalgadura, incluso en bicicleta o, en los últimos tiempos, en ciclomotor, sufriendo las penalidades asociadas a las inclemencias del tiempo (frío, calor, lluvia), al mal estado de caminos y a los riesgos de ser atacado por el ganado bravo o los perros domésticos. Comían y se alojaban en los cortijos y viviendas en las que prestaban sus servicios, merced a la hospitalidad interesada de las familias, compartiendo bebidas y viandas como uno más de la familia. Sus modestos honorarios los recibían en metálico o en especies, disfrutando en todo caso de los productos naturales habituales: huevos, quesos, chacinas, piezas de caza y corral, espárragos, tagarninas, patatas, melones y sandias, naranjas, cebollas y ajos, etc.
Disfrutaban de la máxima autoridad académica, para imponer sin cortapisas la disciplina y la tarea a los alumnos, con el férreo apoyo sin fisuras de sus progenitores, que aprovechaban la visita del respetado maestro para recabar información sobre los últimos acontecimientos y mantener largas conversaciones sobre lo divino y lo humano.
Entre el amplio número de personas que se dedicaban a esta dura tarea de enseñar en el campo, los más conocidos y presentes en la memoria de las personas consultadas son: D. José María Peña Colón, D. Fausto Ruiz Galán, D. Antonio García, D. Antonio Molina Tamayo, etc. La relación de todos los maestros itinerantes, que han enseñado por nuestros campos, supongo que sería interminable. Consciente de que cometerá algunos errores en los nombres y se quedarán muchos en el tintero, he querido mencionar a algunos de ellos, cuyos datos me han aportado algunas personas consultadas:
Juan López Montes de Oca, que vivía en la Cañada de Jota, lindando con Laganes, recuerda al maestro Molina que le dio muy pocas clases, porque a sus padres no les gustó que le tirara de las orejas. También tuvo de maestro a D. José Moreno y a. D. Francisco Pineda, que fue antes guarda forestal y hacia la ruta hasta Barrancones dando clase por las casas y chozas. Cuando llegaba el maestro dejaban de guardar el ganado, que quedaba a cargo de un familiar y daban dos o tres horas de clase. Quien más le enseñó, “me dejó dividiendo en apenas unos meses", fue D. José María Peña Colón, al que le gustaban las yemas de huevo con vino, Recuerda que su padre le dio más de veinte repasos a la enciclopedia y cuando se hablaba de algún sitio lo buscaba en el mapa.
María Ortega Fernández me dice que recuerda a: D. Martín, D. Vicente que era de Vélez Málaga, Dña. Lutgarda Romero Muñoz y Dña. María Vargas García (de Alcalá), también a Dña. María Eugenia y Dña. Loli.
Pepe García Pino, en cuya casa recibían las clases todos los niños del "Llano la Mata", me ha hablado de D. Francisco García, que era topógrafo y daba clases en la finca de El Torero y luego fue el primero que vivió en la escuela con su mujer, Dolores Romero; de D. Jorge, que daba clases en la finca de El Jautor; de D. Roque, del Padre Fermín, que sin ser maestro pasaba a caballo por los campos recogiendo alimentos como tocino y garbanzos lo repartía a los cabreros y pastores de la sierra. Una vez consiguió que la duquesa de Lerma mandara matar un becerro para celebrar la Primera Comunión de los niños del campo.
Pedro Gallego Sánchez me ha contado que D. Jesús Morillo Albero dio clases en Vegablanquilla y El Jautor; que D. José Pol Carrete dio clases entre 1954 y 1959 a los niños de las familias (Gilitos y a los Alconchel) que Vivian por el Puerto de la Zuela y en San José de las Casas Nuevas (Buenas Noches); D. Francisco Pineda que enseñaba por la Cañada de Jota.
La historia más sorprendente que me han contado y de la que, por razones obvias, no puedo señalar el lugar ni a los protagonistas, es la de un maestro que se dedicó a la enseñanza después de ser expulsado de la Guardia Civil ("perdió la ropa") por la conducta de su mujer ("ligera de cascos"), a la que puso a arrancar raíces de brezo (cepas), lo que le provocó una depresión ("represión") que le impedía quedarse embarazada.
Los maestros de campo más señalados y que han permanecido en el recuerdo de la mayor parte de mis interlocutores han sido: D. José María Peña Colón y Don Fausto Ruiz Galán. Por esta razón y por ser arquetipo de las personas que se dedicaron a esta tarea, he querido aportar una breve biografía de ellos, en base a lo que me han contado sus familiares directos, en el caso del primero, y lo publicado en la página Web que se menciona al principio.
D. José María Peña Colón fue un maestro rural legendario, que trabajó en todo el término municipal, en rutas pedagógicas trazadas de norte a sur Y de este a oeste, desde Las Viñas, en el camino de San José del Valle: a las Caras del Sol en la carretera de Los Barrios; desde Isla Verde y El Angarillón, cerca de Benalup; al Picacho, en el Camino de Ubrique.
Estaba casado con Francisca Gómez Dueñas, una sabia mujer que practicaba la medicina natural con notable éxito, incluso con enfermos desahuciados por los propios médicos. Tuvieron tres hijos, dos hembras y un varón (Jerónimo), de los que la más pequeña murió a temprana edad. Paco Pizarro, casado con la hija Francisca, dedica todo un capítulo de su libro de próxima publicación, a resaltar las habilidades curativas de su suegra: "tenía un poder". Paco recuerda con regocijo los nombres antiguos de las enfermedades: "ha muerto de un dolor de miserere", "tenía el mal de zambito" y las sorprendentes terapias picaduras de alacrán o tarántula, consistentes en amarrar de las manos al afectado y obligarlo a saltar y bailar para que sudara, hasta que caía rendido.
El maestro Peña llegó al oficio después de pasar por la Guardia Civil, de la que salió por un incidente relacionado con el contrabando, por ser comprensivo con el estado de necesidad de alguna familia que sobrevivía, como tantas, ayudándose de estas prácticas ilegales. Formando pareja con un Andrade, decidieron hacer la vista gorda ante un contrabandista que, requerido más adelante por otra pareja, les reprochó exceso de celo en comparación con los anteriores que lo habían dejado pasar. No consiguió ningún beneficio propio pero hizo la puñeta a sus condescendientes benefactores.
Vivió y se educó hasta los dieciocho años en un colegio salesiano de Puerto Real, en el que trabajaba su madre de limpiadora, ingresando con dicha edad en La Legión, en la que perdió parte de la visión de un ojo. Posteriormente trabajó en un buen puesto del ayuntamiento, por su extraordinaria caligrafía y sus conocimientos. Era demandado por los opositores a Guarda Forestal y Guardia Civil, para que les preparara antes de presentarse a los exámenes.
Solía hacer rutas semanales o quincenales, con la misma ropa, primero a pie y más tarde en bicicleta, la última que tuvo estaba motorizada y fue adquirida por un coleccionista de objetos antiguos como pieza de museo. En el recuerdo de su hija Francisca, su padre era una persona extraordinaria; bien formada, con conocimientos de música y que tocaba la guitarra, habilidad que enseñó a su hijo. Como ella aprendió a bailar, en ocasiones señaladas actuaban en público. Era muy cariñoso, "me daba un real cada vez que volvía a casa” después de cada ruta, en las que solía obtener entre 7 y 10 pesetas, además de muchos presentes que le regalaban las familias.
Cuando dejó de ir al campo, puso una escuela en dos habitaciones que alquiló en la "Plazoleta de las Collá", en las que estuvo dando clases hasta que le dio una congestión. Nació en 1905 y falleció a los 85 años. Paco recuerda que "murió legionario, jugando a los desfiles militares con sus nietos'"
Don Fausto Ruiz Galán, nació en Almonte (Huelva), en 1919, tenía dos hermanas. Su padre, que era sargento de Carabineros, procedía de Salamanca. Su madre venía de Cáceres y murió con 29 años. Cuando él tenía unos nueve años su padre se casó otra vez. Al sentirse desplazado en la nueva familia se fue a trabajar al campo a cuidar del ganado. Estudió el bachillerato en un colegio religioso de Huelva y fue movilizado con 16 años, formando parte de lo que se llamó "la quinta del biberón".
Sirvió en un tercio de requetés, siendo afectado en la frente por una explosión, que le provocó la pérdida de la visión en un ojo y dificultades para el movimiento lateral de una muñeca, por lo que fue declarado mutilado de guerra, aunque siguió en el ejército ascendiendo con facilidad gracias a sus conocimientos. Con 29 años decidió pedir la renuncia, a raíz de las dificultades que le acarreó la fuga consentida de una persona condenada a muerte que estaba bajo su custodia.
Se trasladó a Cádiz, donde estudió en la Escuela de Náutica, para pasar tres años embarcado en mercantes y pesqueros. Tras pasar un tiempo trabajando en Altos Hornos de Vizcaya, se trasladó, hacia 1956 a Alcalá de los Gazules, ejerciendo de maestro ambulante. Tras la apertura de las escuelas rurales continuó su vida errante por Tahivilla y la Zarzuela (Tarifa) en 1963, La Axarquia (Málaga) en 1966, Venezuela en 1975, Mallorca 1976 y Mazarrón (Murcia) finalmente Cádiz 1980. Murió con 93 años y todavía recitaba pasajes de El Quijote.
Para Miguel, el mayor de mis hermanos, que lo trató más y con mayor conocimiento: "Fausto es recordado como una persona de ingenio y humor que transmitía sus ideas a los alumnos". Recientemente escribía: "Tengo sensación de estar en deuda con Fausto Ruiz Galán por lo mucho que hizo por todos aquellos niños y adolescentes de los campos de Rocinejo, Pagana,Zafrilla, El Lario, El Llano de la Mata o Vega Blanquilla. ¡Cuántas caminatas se daba mi maestro para poder llevarnos un poco de aprendizaje! Hacia unos 15 o 2o kilómetros diarios, por un jornal bastante escaso".
Recuerda Miguel que: "Fausto tenía una letra con una caligrafía de gran belleza, de esas que ya no existen, y le daba mucha importancia a esta escritura, por lo que utilizábamos cuadernos de caligrafía y plumillas. ¡Ay de ti si al realizar la tarea la llenabas de borrones o gotas de tinta! Para que los tinteros no se derramaran por la mesa, él ideó meterlos en latas de conservas y rellenarlos de yeso".
Rosario Gutiérrez Blanco que también fue alumna suya recuerda: "El maestro que me enseñó a leer y escribir fue Fausto Ruiz Galán. Hacía su recorrido por varios cortijos y cuando le tocaba quedarse en El Rocinejo dormía en casa de mis abuelos ". "Fausto no nos daba religión. Cuando llegó la hora de hacer la primera comunión, con unos siete años, mi madre nos compró un catecismo y nos llevó a mi hermana y a mí al Beaterio. Allí nos pusieron con las niñas de nuestra edad, y yo me di cuenta de que estábamos adelantadas respecto a ellas. Yo ya sabía hacer sumas y multiplicaciones de varias cifras. Estuvimos ahí lo justo para hacer la comunión, y después volvimos a las clases con Fausto".
Como dice Miguel: "Por algún motivo, yo le relacionaba con el Partido Comunista", para Rosario: "Era un hombre muy político, muy de izquierdas. Nos contaba muchas cosas de cuando la guerra, que él había vivido. Recuerdo que nos hablaba con indignación de un capitán a quien fusilaron injustamente. Él decía que las cosas estaban muy mal y que iba a haber otra guerra; y yo, que era muy chica, me angustiaba mucho cuando le escuchaba decir aquello".
"Él era muy aficionado a Julio Verne, y nos hablaba mucho de sus libros. Sobre todo mencionaba "Veinte mil leguas de viaje submarino " y "De la tierra a la luna”. Hablaba con los hombres del campo de las ideas de este escritor y de sus anticipaciones: "Habrá un tiempo en el que el hombre llegará a la luna ", les decía.
"Hacia 1958 o 1959, la Delegación de Cádiz abrió una escuela rural en El Rocinejo. Al principio no había edificio, y una señora del campo cedió una habitación de su casa para las clases. Recuerdo que el maestro, de elevada estatura, sentaba a los niños revoltosos en las vigas de la clase y los dejaba allí castigados. Fausto salió de El Rocinejo y se desplazó a otra zona de escuela: Cruz Verde, El Búho o el Puerto de la Parada"
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