sábado, 9 de octubre de 2021

El día de la Raza




Ismael Almagro Montes de Oca


      Muchos pueden pensar que la celebración de la Hispanidad el 12 de octubre, o como se llamaba antiguamente, día de la Raza, es un invento de la dictadura franquista, pero nada más lejos de la realidad, puesto que su origen se debe al presidente de la sociedad “Unión Iberoamericana” D. Faustino Rodríguez San Pedro, que la creó en 1914 para resaltar los lazos entre la comunidad hispanohablante.



      En España fue declara fiesta nacional con el nombre de Fiesta de la Raza, por la Ley de 15 de junio de 1918 y apenas dos meses después, un paisano nuestro, Pedro José Cohucelo, que acababa de fundar un periódico local titulado “La Verdad”, dedicó la primera página de uno de sus números a ensalzar esta fiesta, haciendo gala de su brillante retórica:

“PINCELADAS PATRIÓTICAS

LA RAZA DE LOS TITANES



       A mi ilustre jefe nacional el Excmo., Sr. Conde de Romanones

      ¡Abajo los sombreros, ciudadanos! Es el día de la Raza. Arda la lámpara votiva del entusiasmo reverente en los altares de la Patria; perfumen las flores de nuestro amor inextinguible el ara de nuestra Historia, y entone el alma hispánica el himno de la fraternidad. Hoy es el día en que la sangre de la noble Hesperia, bulle y rebulle en hervidero gigantesco cabe la inmensa laguna de dos mundos, mostrando a la humanidad que hay razas que no perecen, ni se debilitan ni caducan porque les presta alientos la inmortalidad de su origen, la omnipotencia de su fe.

      No pudo la ola de su destino adverso truncar su enérgica apostura ni domeñar los impulsos de su valiente corazón, sino que como aquella (¿?) le da la Iglesia que ni excelso prosista describiera, rechazó sonriente y compasiva las acometidas egoístas de sus rivales sempiternos.

      La nave victoriosa del magno Imperio romano, trayendo uncidos a centenares de pueblos, que esclavizara su poder, enfiló su cortante proa hacia la España de Viriato, y conoció entonces, que los titanes del mito habían encarnado en la realidad para llamarse hispanos y abatir en su orgullo á las águilas soberbias que volaban triunfantes sobre campos de iniquidad.

      ¡Viriato! Este Guillermo Tell de nuestra Historia, mostró a Roma que los pueblos grandes, cuando son arrasados por la fuerza, no mueren eternamente, porque sus hazañas serán lección perpetua que marcará las sendas de la victoria a las generaciones sucesivas..

       In ipsa gloriosi eritis.

      Roma triunfó, pero su triunfo cimentado en la injusticia, vino a tierra, derrumbado por la persistente catapulta que disparara el espíritu rebelde de Indíbil y Mandonio, encarnación de la raza que sabe perecer con risa estoica entre las llamas de Numancia, mas no soporta ni por un momento el estigma afrentoso de los esclavos.

      Gloriose Galba ante Roma de la matanza de treinta mil hispanos a quienes engañó con la paz para asesinarlos después; pero no logró hacer comparecer ante el Senado a ningún hijo de España, amarrado con cadenas.

***

       Yo he visto a mi raza, a esta raza gloriosa de titanes, sentir el éxtasis santo de los puros amores patriarcales, adormida al monorrítmico compás de rapsodia de la esperanza, bajo la encina inmortal de Laín Calvo, la he admirado con honda y a campo libre frente a las hordas del bárbaro Alarico…; Raza de acero la de las huestes de Mio Cid… La he visto trocar la férrea armadura del guerrero por la toga del jurista que legisla con sapiencia suma en los primeros fueros y cartas-pueblas, iniciales de nuestra vida política… He sentido el escalofrío de lo grande al verla ante las hogueras ingentes de Garellano, mudo y elocuente monumento del valor

      Yo he visto a mi Raza fundirse en rapto glorioso con el alma semidivina de Colón y el alma sobrehumana de la Católica Isabel, para lanzarse al mar de las proezas, y a semejanza de Dios, erguirse como un coloso que asombra por sus proporciones gigantescas sobre las ondas misteriosas del Atlántico, y pronunciar el fíat soberano que hace surgir un mundo nuevo, perla fulgente que abrillantó los florones de la corona de España.

      Es la raza que en Villalar se siente herida en sus derechos y se levanta indómita contra el César de su siglo para enseñarle a comprender, que no teme a su poder absoluto, y que la soberanía radica siempre, en el pueblo, verdadero rey de reyes.

      ¡Mi raza! La que por boca de La nuza se atreve a desafiar al Coloso que a él le parecía pequeño porque no lo miraba de rodillas, sin importarle un bledo ni el hacha macabra del segundo y más vil de los Felipes, ni el potro infame del Tribunal inquisitivo, pavés maldito sobre el que se alzaba la grandeza de aquel Rey.

       Y cuando al rodar de los siglos, tras dejar en la Historia huellas tan indelebles y gloriosas como Lepanto, como San Quintín, como Pavía, el torbellino del infortunio envuelve en sombras fatídicas el trono de San Fernando, que parece inclinarse bajo la maza desoladora de Bonaparte, veréis cómo el león español ni duerme ni pierde su fiereza, sino que en su aparente senectud, sabe trocar en polvo los laureles que circundan la cabeza del vencedor de Austerlitz, iniciando la derrota que termina en Santa Elena.

       ¡Esa es mi raza! La de Cortés y Moctezuma, del Cid, de Bolíbar y Belgrano.

      Y no se diga que es la raza solo de los conquistadores y guerreros, que lo es también de los artistas y los sabios.

      ¿Qué obra del bajo latín compite con el Fuero-Juzgo, sabia labor que bastaría para inmortalizar un pueblo?

      ¿Qué nación tuvo asumida toda la ciencia humana, sino la nuestra, representada por el portentoso cerebro de aquel titán, San Isidoro?

        ¿Y no veis en el ocaso del feudalismo, levantarse en las manos de un Alfonso X, el código inmortal de Las Partidas, que con la unidad de sus preceptos sabios, trajo la unidad de nuestro territorio y por ende el engrandecimiento de una Patria que había de eclipsar luego a los pueblos de la tierra?

       ¿Ignoráis, lectores, que un escritor de positiva autoridad, que no es de nuestra raza, Louchet, dijo: «Que España tenía en el siglo Xll el cetro de la civilización y que toda la Europa recibía el fulgor de aquel astro?

       Yo pudiera incluir una lista interminable de nombres que se asoman en estos momentos en confuso tropel a los ventanales de mi mente, para demostrar que España jamás necesitó de otros pueblos, lecciones de ciencia ni de arte, sino que supo poner su propia cosecha a la altura de su genio conquistador y guerrero; Mas no queremos que vean en nosotros afán alguno de mostrar una vulgar erudición, que si la tenemos, para nosotros la guardamos.

      Los nombres de nuestros inventores, de nuestros sabios, de nuestros artistas, están en la memoria de todos los hispanos, haciendo ver que nuestra raza fue en todo la más privilegiada de la tierra, y lo será cuando su voluntad adormecida hoy, despierte y llena de dignidad se disponga a vencer en el certamen del pensamiento que la edad presente ha provocado.

***

       Hijos ingratos, que más estimaron su egoísmo que el grito de su elástica conciencia, quisieron convertir a aquellos pueblos vírgenes que están allende el Atlántico, en ergástulo de esclavos en el que pretendían aherrojar su propia alma y su mismo corazón que se habían dilatado, flotando como el espíritu de Dios sobre la esmeralda de los mares, para llevar a las tierras de Caupolicán y del Inca, el hálito inmortal de España, la de los gloriosos destinos.

        Pero aquellos hijos de Hispania, sintieron arder en sus venas la sangre de su raza indómita, y sacudiendo el yugo tiránico de gobernantes malvados, dijeron a la madre Patria: Para amarte cual corresponde a tus derechos, sin prejuicios políticos que minan tu poderío, nos declaramos libres, enseñando a la Humanidad, que no se amengua ni decrece la fuerza expansiva y redentora de la raza sino que se exalta y agiganta, hasta demostrar que el Cid no ha muerto,... que la trompa épica de sus gloriosas hazañas cesó de retumbar en las llanuras de Castilla, para adquirir sonidos de epopeya, nunca imaginada, en la cordillera de los Andes, con los alientos supremos de Bolívar.

       Y no digan los espíritus adocenados que América fue ingrata, eludiendo el vasallaje que España le imponía.

       La Humanidad tiene la tendencia perenne de la emancipación, y los pueblos van siempre a donde, va el espíritu que los alienta.

      Lo que siente el individuo hoy, es fiel reflejo de lo que sentirá la sociedad mañana. En todos los actos de nuestra vida, mostramos la indignación a lograr la independencia. Lo mismo en el orden moral, que en el político, que en el económico, ansiamos desdeñar una tutela y un amparo que solo demuestra nuestra pequeñez, con respecto a nuestros protectores.

      El hombre nace, crece y desarrolla sus aptitudes en el hogar que tiene por sol bendito el amor celeste de una madre, y antes que llegue a la edad viril, ya sueña con abandonar aquellos lazos que lo cercan y crear un hogar para él solo, sin cejar en su deseo, hasta verlo conseguido...

       Y ¿quién dirá que lo que el individuo piensa, lo que el individuo ejecuta, no es lo que piensa y ejecuta la sociedad?

       ¿Sabréis decirme, felones de torpe y errado sentimiento, qué pueblo de la tierra que Fuera culto y potente se mantuvo fiel a la metrópoli y más aún si como con América ocurría, jamás pudo resistir de la nación de origen, más que el estigma del látigo y la afrenta de la tiranía?

       ¿Y creéis que porque el individuo se emancipe de la tutela materna, ha de renegar de la madre santa que lo llevó en sus entrañas; que le intuyó su fe, su sentimiento, su amor, y le enseñó a balbucir las primeras palabras, vehículo de sus primitivos pensamientos?

       ¿Pensáis, torpes forjadores de la leyenda negra, que América dejó de amar a la madre Hispania porque al sentirse grande y poderosa quisiera aumentar más el prestigio de esta raza de titanes, que por un milagro supremo, por maravilla de su inmortal espíritu, doquiera que latió su corazón de guerrero y fulguró su intelecto de sabio, surgió un pueblo vigoroso y fuerte?

       Allí está la fe de sus misioneros denodados; allí sus costumbres, allí su sangre, su gloria; allí, en fin, la lengua ultraterrena de Cervantes, la lengua angélica, la lengua maravillosa que bastaría ella sola para atar como con férrea cadena a España y América, cuya unión no podrá romper ninguna tendencia de otra raza, por muy sagaz que sea.

      Si el sol que brilla en las alturas pone en los dominios políticos de España, no así el sol de sus amores de sus esperanzas; que ese sol, al hundirse en el ocaso de la vida nacional, va a alumbrar nuevamente al mundo de Cristófano Colombo, para decir a aquellos hermanos con el lenguaje luminoso de su gloria: ¡América! ¡América hispana! La madre que incubó en sus entrañas tus proezas, está llorosa, abatida y deseosa de estrechar más y más los lazos de su amor hacia ti. Los hombres viles que rigieron sus destinos, quisieron deshacer su Historia a fuerza de indignidades y de infamias. Hoy busca en sus hijas el apoyo regenerador y fecundo para triunfar de sus asiduos y seculares enemigos. ¡Habla!

      Y cuando en un amanecer, quizás cercano, aparezca por oriente el sol de América la hermana, habrá de decirnos sonriente: ¡España! Tus hijas de América me han dicho, que el sol de las alturas no se ha puesto ni se pondrá jamás en tus dominios, porque Dios ha colocado en el cielo esa informe lumbrera, más para iluminar espíritus inmortales y corazones se adoran, que para alumbrar una tierra ingrata que está manchuda con el crimen...

      Así sea.

Pedro José Cohucelo.

En Alcalá, el día de la Raza del año 1918.”[1]




       Pero no quedaría aquí la intención de este ilustre escritor, puesto que días antes de la fiesta, el 21 de septiembre, elevó una instancia a los regidores del ayuntamiento alcalaíno para que se unieran a la celebración:

“Fuera de la orden del día y previa declaración de urgencia se dio cuenta de un escrito de Don Pedro J. Cohucelo director del periódico la Verdad en suplica de que se celebre en esta la Fiesta de la Raza. La Corporación acuerda que el asunto pase a la Comisión permanente de Fiestas Civiles y Religiosas para informe.”[2]

      Seguramente esta petición no fue atendida, pues nada consta en las sesiones siguientes ni en las partidas de gastos, por lo que la celebración del día de la Raza en Alcalá tendría que esperar por lo menos hasta el año siguiente para convertirse en realidad.



NOTAS

[1] Edición el 5 de noviembre de 1918 del periódico “La Verdad”. Año 1 nº 5. Páginas 3 y 4. El primer número de este periódico debió publicarse en septiembre y solo se conoce la existencia de este ejemplar

[2] Archivo Municipal de Alcalá de los Gazules. Actas de Sesiones del Ayto. pleno. Libro 21. Sesión del 21 de septiembre. Folio 92

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