sábado, 17 de septiembre de 2022

La tragedia del piconero. Alcalá vista por Luis Berenguer




    A principios de enero del año 1970, unos fuertes temporales azotaron Andalucía, produciéndose graves daños, sobre todo en las provincias de Almería, Sevilla y Cádiz. El periódico ABC dio cuenta de los daños producidos en nuestra provincia:

“En la provincia de Cádiz, concretamente en Alcalá de los Gazules, tuvieron que ser evacuadas ochenta familias; de ellas, veinte fueron albergadas por el Ayuntamiento. En La Línea de la Concepción doscientas personas tuvieron que ser evacuadas y hay aún sin consignar muchas viviendas dañadas. En Tarifa resultaron con daños de consideración cincuenta locales comerciales y ochenta viviendas con pérdida total de mobiliario y enseres; lo mismo ocurrió a ciento cuarenta familias de Algeciras. En San Roque cuarenta y ocho familias han visto destruidas sus viviendas, a las cuales se les va a albergar en alejamientos de la Obra Sindical del Hogar. En Medina Sidonia fueron dos casas las destruidas totalmente y siete familias evacuadas, que han sido alojadas en la cárcel. En Jerez de la Frontera doscientas personas se quedaron sin vivienda, y en Barbate y San Fernando también se han producido daños, aunque de poca consideración, aunque en esta última ciudad una casa, ya declarada en ruina, se hundió y ocasionó la muerte de una persona.” [1]

    Efectivamente, en Alcalá se produjo el derrumbe de una parte de la muralla y deslizamientos de tierras y piedras y hubo que realojar a muchas familias.

    El gobernador civil, Luis Nozal López visitó la localidad junto al presidente de Diputación y varios técnicos para valorar los daños.[2]

    A raíz de esta catástrofe, se pondrá en marcha la construcción de la Barriada del Larios.

Fotografía de JUMAN publicada en el artículo de la HOJA DEL LUNES


    Un testigo inesperado de esta visita fue el escritor Luis Berenguer y Moreno de Guerra, que pocos años antes había alcanzado la fama con su novela ambientada en el mundo rural alcalaíno “El mundo de Juan Lobón”. Pasados algunos meses, el 24 de abril, escribió un artículo en el periódico YA, en el que describió lo vivido aquel día, mezclándolo sutilmente con la Historia de Alcalá y con ese mundo rural que le fascinó, dejándonos una instantánea de un modo de vida que agonizaba.



“LA TRAGEDIA DEL PICONERO

    No basta vigilarle para que no ponga "lazos" a los conejos y meterlo en la cárcel si los pone • Obligación de la autoridad es también enseñarle a lavarse y a leer y a ganarse un jornal que le haga olvidar las penalidades que no habría conocido de haber seguido en su mundo • Techos nuevos y casas nuevas en la vieja Alcalá de los Gazules, con sus tres mil años de cuesta

    Al entrar en Alcalá de los Gazules, uno piensa que hay hombres y mujeres que nunca se asustaron de subir cuestas.

    La cosa empieza en el Pradillo, a orillas del Barbate, y acaba allá arriba, en el castillo—Al Calak—, la antigua torre de Lascut de la Regina de Plinio, levantada quizá por los bástulo-fenicios que labraron las piedras de Alcalá-Benalup.

    De abajo arriba hay tres mil años cumplidos de cuesta.

    El último temporal de lluvias ha removido la historia de este pueblo hasta dejarla en carnes de prehistoria. Se reblandeció una ladera, cayeron piedras y estratos de cinco civilizaciones, dando lugar a que las autoridades provinciales vinieran a determinar el alcance de los daños.

    La visita me sorprendió en Alcalá y allá que me sumé al bulto, por esa inercia de curiosear los cambios. Quiero contar lo que vi vagando por las alturas para justificar de algún modo mi vagancia.

   Al que se le hundió la casa le darán una casa. Al que un techo, le repararán el techo. Quizá refuercen la ladera para prevenir daños similares en el futuro. Por esa parte, nada que objetar a la eficiencia, como ahora se dice. Pero yo vi algo de mal arreglo, como el aguafiestas

"¿Cómo van a estar las criaturas, si él hace picón?"

    El piconero vive en la misma ladera, aunque no ha sido afectado por los daños. Hay que atravear una arcada, que fue romana antes que árabe, para alcanzar una especie de patio y bajar al cuchitril. Un techo desvencijado de aneas trata de hacer habitable la arqueología. Dos críos, de un rubio al moco, tiznados de carbón, sueltan la lengua de la mujercita embarazada, que hace una prolija justificación de sus churretes:

—¿Cómo van a estar las criaturas, si él hace picón?

    El es el piconero. Está a la defensiva en la proximidad de las autoridades, defendiendo su puerta y su techo, que clarea el interior. Las piedras llovieron en la casa de al lado, algunas de media tonelada; pero aquí no ha pasado nada, nada, ¿se enteran? Hay un orgullo temeroso y manchado de picón en su actitud. Alguien le apunta que se aproveche, que ahora es la ocasión de que le echen un techo nuevo o le den una casa; es cuestión de poner una razonable cara de pena.

—Tú calla y traga. Nada vas a perder.

    Asta Regia sometió el poblado de la Torre de Lascut a su dominio. Asta Regia viene a ser el nombre que le daban a Jerez antes de que se abriera la casa Domecq. El vasallaje duró hasta que el procónsul Paulo Emilio dio libertad y plena posesión de la Torre Lascutana a sus habitantes. De esta fecha son las monedas con Hércules y Espigas que reflejan la vida y el carácter de esta zona dentro de la heptápolis gaditana.

    El piconero ha callado, pero no ha tragado. Han entrado en su casa a ver sus vergüenzas miseras, sus trapos sucios y su pobreza. Se van las autoridades y me quedo con el temor del piconero, porque creo haberme hecho cargo de la situación.

- Llevo más de un mes sin hacer picón. Con estas lluvias…

Un derecho sin posibilidad de ejercicio

    Entre el cielo y la tierra un poco de picón para seguir viviendo. Pero con esto del butano y otros inventos, ¿quién compra un saco de picón? El picón es una teoría legal incapaz de mantener a la mujercita embarazada y a los dos críos rubio moco. No; el piconero, además, pone lazos a los conejos, y el cuerpo del delito son las Infinitas pieles que separan el duro suelo del colchón de paja de maíz.

—¿Qué van a comer si no las criaturas?

    Conejos, claro. Conejos en forma de conejos o conejos en forma de bienes fungibles para transformarlos en cuartos para comprar pan y garbanzos. La veda, la ley de Caza.

    En el 711 llegan los árabes, y parece seguro que la primera batalla de la Media Luna se diera en estos pagos, a orillas de este Barbate, que todavía sangra por las adelfas. La casa del piconero bien pudiera ocupar un antiguo baño del serrallo, donde a través del ventanuco algún mirón cataría el desnudo de alguna Fátima o alguna Celinda.

    Uno ha leído en alguna parte—y pide perdón por citar a los clásicos de memoria—que todos los españoles tienen derecho a cazar, como lo tienen para adquirir un 600, pero que el ejercicio de ese derecho queda supeditado a la capacidad económica del que pretenda hacer uso de él.

    Parece indudable que el piconero no es de los llamados a ejercer ese derecho.

    Desde la antigua Puerta de la Villa a la Plaza Alta, callecitas de chinarros, medios puntos de piedra y de ladrillo, que desperezan su hidalguía sobre una costra de cal. Surge la noble piedra por encima de las paredes moldeadas por la tenacidad secular del encalijo. Roma y Arabia encaladas hasta la sequedad del mustio de los alerones o la frescura rebelde del jaramago que crece en las piedras impares. Suenan a romance de Alfonso onceno los nombres de las callejas: “El arroyo verde."

Hasta doce duros por un conejo

    Conejos y picón. Alguien aclara que "esta gente" no tiene remedio. Ahora, que pagan hasta cincuenta duros por la peonada. Ahora, que Ja mitad de la población rural masculina anda por Alemania y por las ciudades pasando fatigas.

    Por un conejo dan hasta doce duros. Por una liebre, hasta veinte. Por un pájaro perdiz, diez o doce. Cincuenta lazos se ponen en una hora. El lazo es traidor, pero un 10 por 100 de acierto parece cosa normal. Es cuestión de saber, claro.

    Hasta aquí llegó Omar Ben Afsum en busca de la vaca, el grano y la mujer —Omar, hijo de Alfonso— aquel monarca del único reino cristiano árabe que, de no haberse desvanecido en la política, hubiera abreviado en siglos el logro de lo que hoy conocemos por "reconquista”. Vivaqueaba en la sierra que usufructuaba por ocupación, los noble gazúes o gazules, jinetes de fábula y cazadores, que sentaron aquí un campamento de la Cora de Sidonia. El piconero no necesita más vaca, más grano ni más mujer que las que puede mantener con el conejo. Se queja del butano.

- Nadie quiere picón, usted.

    No, nadie lo debe querer. Ni nadie se encarama ya a la torre de Lascut para ver las noticias que queman las alturas de Vejer, Torre Estrella, Medina sidonia y Arcos. Las noticias de la frontera no tienen un picor bélico y romancero y llegan al telediario de ese invento que tienen en el bar Pizarro, allá abajo, en la Playa, como le dicen a la gran plaza que sirve de modernidad y paseo al pueblo.

- ¿Nos arreglarán el techo, usted?

    La mujercita tiene ansia de aprovechar todo lo aprovechable, que para algo han venido de Cádiz gentes de campanillas.

- Seguro.

- Que la Virgen de los Santos le oiga, usted.

    Es la Patrona, que para en la ermita que se levanta en el llano del Tardal, con especiales disposiciones casamenteras.

    Según cuenta fray Gabriel de San Anastasio, que era calvo y gran ayunador, antes de darse la batalla de Pagana—o de Patrite—, que tuvo lugar en el hoy llamado llano de la Pelea, las tropas cristianas tuvieron la aparición milagrosa de un crucifijo sobre un árbol. Enardecidos con la aparición derrotaron al infante tuerto –que no tuvo mal fario hasta entonces- Abuc Melik, hijo del sultán de Marruecos. En recuerdo de la batalla alzó el pueblo su humilladero, que terminó en ermita y santuario, meta de peregrinos, con su lema de "Sanctus, Sanctus, Sanctus”. Cuenta fray Gabriel, siempre calvo y gran ayunador, que la imagen de la Patrona la trajeron unos misteriosos peregrinos que les brillaban las ropas como los ojos de los gatos en la noche.

—Algo hará la Virgen, claro.

Águilas y avutardas

    Un ruido de agua que desciende. Ya no caen piedras cargadas de siglos sobre el pueblo. En el horizonte, el Picacho, peña Arpada, la Pilita de la Reina con sus miedos de corzos, venados y contrabandistas. Desde aquellas alturas todo es un ir bajando hacia la Janda. Avutardas, que es decir soledad; águilas, que es decir lejanía, cotos y ganando bravo.

    Y uno piensa que el piconero carbonea en tierra de nadie, del chaparro de nadie. Que sube, dentro de su corazón, por el monte solitario, a arrancar raíces de brezo para que los italianos hagan cachimbas. Que pone sus lazos a los conejos de nadie que comen junto a las vacas con dueño ¡tan lejano! la zulla que mete carnes y apaga genios de toros bravos. Y uno piensa en el espárrago sin dueño, en la tagarnina, en las torrenteras, los lentiscos, los helechos, el monte garduño que araña y que da de comer al que lo entiende. El campo, como una inmensa sensación de lejanía, de soledad, donde el piconero humaniza el paisaje, precisamente porque no tiene más ley ni más razón que ser un hombre sin tentaciones de ciudadano.

— Dan clases nocturnas y no van. Dan trabajo y no van. ¿Qué hacemos con "esta gente”?

    Esto también termina en cuesta. Es posible que al piconero le den un piso con ventana de cristales y hasta con agua corriente pero lo que nunca van a darle es un concepto nuevo de haber vivido hasta ayer equivocado. Sigue habiendo hombres y mujeres que no se asustan de subir cuestas, que siguen siendo arqueología con techo de aneas, con un desdén de siglos y un estilo propio de entender la vida desde la cumbre, desde la simplicidad que todos vamos buscando como la esperanza.

    Es lástima que el piconero, dentro de nuestro marco convencional, venga a ser un delincuente por “delitos” de caza. Los agentes de la autoridad, entre otras misiones, tienen, la de vigilar al piconero para que no ponga lazos, para meterlo en la cárcel si los pone, para que aprenda a leer y a lavarse y a ganar un jornal que le haga olvidar las penalidades que no habría conocido de haber seguido en su mundo.

    La torre de Lascut fue volada por el general francés que pasó a cuchillo a la población alcalaína cuando la napoleonada. Todo sigue como recién volado, pero con musgo y yerbajos tapando las heridas.

    En el bar Pizarro se come muy bien. Los tipos humanos de este pueblo son altos y distintos de los de la costa. No hacen esfuerzos para ser graciosos. Los perros tampoco son iguales. Podenquitos de ojos de miel, descendientes del slugui árabe, el barbucho, que le dicen ''turco", perro de careo que viajó por Europa dejando todos esos Pumi, Pulí, Afcharca que nos parecen tan aristocráticos. Fueron de viaje con los merinos allá por el siglo XVII.

    Uno se va de Alcalá sin comprender todavía cómo será posible que este pueblo no haya sido declarado, todo entero, monumento nacional. Y el piconero también. ¿Por qué no?

Luis Berenguer”


Fotografía inserta en el periódico YA en el artículo de Luis Berenguer

NOTAS

[1] ABC. Edición del Sábado 17 de enero de 1970. Pág. 31.

[2] HOJA DEL LUNES. Edición del 19 de enero. Año V nº 201 pág. 1

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