Artículo publicado en la Revista de Apuntes Históricos 2003
Fuensanta GUERRERO MARÍN
En la pasada edición de esta revista tuvimos la oportunidad de publicar un artículo sobre la epidemia de cólera morbo de 1854, y nos referíamos muy especialmente a la gran labor del médico alcalaíno Juan Centeno de los Ríos, para tratar de frenar y paliar los efectos de la misma.
Hoy y gracias a un documento existente en la Biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, podemos dar a conocer algunos datos más de la labor médica de Juan Centeno en otro campo muy distinto.
El documento en cuestión lo constituye una Memoria sobre los establecimientos balnearios de Paterna y Gigonza y se encuentra fechada en Alcalá de los Gazules el 14 de Diciembre de 1865 y surge a raíz de que Juan Centeno desempeñase de forma interina, por un breve período de tiempo, en dicho año 1865, la dirección de aquellos baños.
Antes de empezar a referirnos a la citada memoria creemos conveniente exponer que en la década de los cuarenta del siglo XIX el uso de los baños medicinales adquirió gran auge y fue por ello por lo que en nuestra provincia se declararon como tales dos balnearios: el de Fuenteamarga en Chiclana y el de Paterna y Gigonza.
Si bien los baños paterneros alcanzaron un gran éxito de público y gran prestigio, sería exhaustivo y no viene al caso referir aquí su historia, pero no podemos obviar que debido a la dejadez de su primer director y a los innumerables problemas que originó su destitución, en 1855, el cargo vino ocupándose casi sistemáticamente de forma interina hasta el fin de la vida de los baños, un fin que vino propiciado por el aumento de las comodidades y servicios en el chiclanero de Fuenteamarga frente a las del paterneros, que a decir de los médicos de la época reunía mejores condiciones minero-medicinales que aquel. Para Centeno "...los baños de Fuente Santa y Gigonza estaban llamados a ser unos de los mejores de España".
Así las cosas en 1865, como decíamos, Juan Centeno ocupó la dirección interina de los baños por muy pocos días, pues según cita en su memoria se hizo cargo de la misma el 27 de Agosto y según la práctica habitual la temporada terminaba el 15 de Septiembre, sin embargo aquella dirección, según se desprende de la memoria, debió ser muy diferente de las precedentes, ya que se encontraba a pie de baños y ello le facilitó información para elaborar una exhaustiva descripción.
El documento se divide en tres partes, la primera en la que se describe el estado de los establecimientos que están bajo su dirección las propiedades físico químicas y terapéuticas de sus aguas, la segunda donde se expone el estado de la concurrencia en el año de 1.865 y una tercera en que habla de las mejoras que son de absoluta necesidad para que estos establecimientos adquieran la fama que se merecen.
El texto es un claro exponente de la mentalidad de la época. Llama la atención como este médico habla de las propiedades de las aguas, distinguiendo las terapéuticas de las higiénicas y cómo estas últimas afectan de manera distinta según la influencia "del aire, del clima, de la temperatura y de los cambios en la manera de vivir, en las costumbres y en las ideas de los individuos que consumen á esta agua". Según Centeno, por ello, las aguas tenían un mayor efecto sobre la gente de ciudad, a las que definía como personas fatigadas de placeres y extenuadas por vigilias y excesos. Vemos pues, en las apreciaciones de nuestro médico, que ya en la segunda mitad del siglo XIX estaba despuntando el fenómeno urbano y que a aquel se le vinculaban ciertos efectos nocivos.
Distingue el doctor entre los efectos que producen las aguas según se beban o se tomen en baños, así por ejemplo el baño excita la piel y el cerebro, a la vez que aumenta la circulación, y por el contrario, beberlas, afecta al estómago y retarda la circulación.
Las fuentes que describe son tres: La Fuente Santa, la Concepción y Gigonza. De la primera nos habla de cómo en los baños había dos zonas diferenciadas, una general donde podían bañarse de seis a ocho personas y otra dedicada especialmente para militares y corporaciones, de doble capacidad. Sus aguas eran especialmente efectivas en las enfermedades del sistema sexual masculino y femenino, tales como casos de impotencia, poluciones, clorosis, esterilidad, desarreglos de la menstruación y supresión de la misma... Nos cuenta el autor a modo de ejemplo como un señor de 36 años, "de temperamento linfático", vino a tomar estos baños por recomendación de su médico para curarse de una impotencia que padecía, y tras tomar 24 baños, de 19 minutos de duración, a la temperatura del manantial, tuvo conocimiento un mes después de que se había curado.
Sobre la Fuente de la Concepción, que se encuentra a doscientos metros de Fuente Santa, afirma Centeno que ofrecía mejores resultados que aquélla pues no provocaba excitaciones en las enfermedades de la piel.
Al hablar de Gigonza, al igual que hizo en el caso de los dos de Paterna se detiene en cuestiones históricas y así expone que este manantial era conocido en la antigüedad por el nombre de Saguntia, ciudad de la región Turdetana. Pero en Gigonza se detiene mucho más y expone que sus baños estaban dotados de todas las comodidades y además de las propias instalaciones balnearias en las que reinaba el aseo, contaba con una sala acústica o de secreto, un salón llamado Casino que servía para la reunión de los bañistas, una Capilla dedicada a la Virgen del Carmen donde se decía misa todos los días a las nueve de la mañana y se rezaba el rosario por la noche, unas caballerizas, jardines, comedores... Pero, nos resulta curioso que cuando describe los baños en sí, lo haga con todo lujo de detalles, parándose en el mármol, cuadros, asientos rústicos debajo de frondosos y copudos árboles, para finalmente y sin ningún pudor, referir que a los costados había dos caseríos para los pobres que se bañan en la alberca en que terminan las aguas usadas en el interior del balneario.
Según los datos de Centeno, los bañistas que acudieron en aquel año a estos establecimientos fueron 370 en total, repartidos de la siguiente forma: 190 fueron al de la Fuente Santa, 58 al de la Concepción y 162 a Gigonza.
Después de comentar detalladamente las enfermedades para las que las aguas estaban especialmente indicadas, según cada individuo, tipo de vida, y hasta tipo de ideas, nos describe también aquellas para las que están contraindicadas y así en las enfermedades con flegmasía crónica, tuberculosa o cancerosa pueden llevar al fin de los enfermos, como tampoco eran convenientes en los aneurismas y congestiones, ni en la tisis.
Es importante señalar que para nuestro autor era indispensable que quienes hubieran de recibir los baños debían estar bien preparados para ello y así exponía que no debían de llegar cansados de un viaje al que no se estaba acostumbrado y querer enseguida someterse a los baños, sino que por el contrario debían de dejar pasar el tiempo para que el cuerpo se haya normalizado y para que la "economía", (palabra que utiliza varias veces para expresar la naturaleza humana) estuviese en aptitud para aprovechar el medicamento.
Por último nos señala que este agua no puede administrarse siempre igual y para todos, así como que su efecto se prolonga mucho tiempo y que este, a veces, no empieza a notarse hasta un mes después de haberlas suspendido.
El manuscrito termina con varias propuestas de mejora en las diferentes deficiencias detectadas en cada una de las fuentes.
Nosotros por nuestra parte quisiéramos concluir expresando que si hoy traíamos a estas páginas las referencias a este trabajo de Centeno de los Ríos no era sino para difundir como nuestro paisano era un enamorado de la medicina y lo mismo que en 1854 hizo cuanto pudo por poner en práctica lo habitual en aquella época en caso de epidemias, diez años más tarde quiso conocer de cerca el tratamiento con aguas medicinales, de las que decíamos constituían un recurso en boga tanto para las personas enfermas como para la ciencia y la humanidad y es que como bien expone el mismo autor si no daban un remedio infalible en todos los casos al menos consolaban a los que las tomaban y detenían el curso de las enfermedades crónicas, idea en la que se reafirma citando a Aseteo, para quién "...a todos los enfermos no se le puede volver la salud, pues el poder del médico sobrepasaría entonces al de los Dioses, bastante gloria es conseguir apaciguar los dolores y moderar los progresos del mal".
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