viernes, 12 de julio de 2013

El doble asesinato del falso carabinero



Ismael Almagro Montes de Oca

      

     A finales de  1882 se produjo en Alcalá un doble asesinato por causa de los celos de un vecino contra un carabinero, quien finalmente apresaría al criminal. La noticia fue publicada en "La Guía del Carabinero" el 14 de diciembre y casi 30 años después, otro periódico, "La correspondencia Militar" en su edición del 9 de septiembre de 1910 (1) recordaba el suceso en su sección "Recuerdos del tiempo viejo" relatando de forma novelada los acontecimientos



“RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO

La captura de un criminal

El carabinero Juan Martín capturó el día 15 de Noviembre y puso a disposición de la autoridad judicial un paisano que, vestido con uniforme del Cuerpo, cometió doble asesinato en el término de Alcalá de los Gazules, por cuyo servicio mereció las gracias de la autoridad de dicho pueblo.

(El Guía del Carabinero.- 14 de Diciembre de 1882.- Servicios del Cuerpo).

     En la andaluza ciudad de Alcalá de los Gazules, que riega el Álamo, ese rio que luego de pasar la laguna de la Janda, cerca de Veger de la Frontera, tributa sus aguas al Atlántico en las proximidades de Barbate, prestaba servicio el año de 1882, entre los carabineros en ella destacados, uno llamado Juan Martín, que, buen mozo, dedicaba las horas de asueto a galantear a las garridas mozas de Alcalá, importándole muy poco o nada que los mozos del pueblo vieran bien o vieran mal el que, imitando a las mariposas por su inconstancia en libar las flores, anduviese requebrando un día a una y otro a otra, estorbando quizá, con mucha frecuencia, las intenciones de ellos.

      Este infernal proceder con las mujeres, había hecho a Martín enemistarse con varios hombres del pueblo, entre los que sobre todo dos, no le perdonaban las ofensas inferidas. Uno, llamado Antonio, por ser hermano de moza que aquel desdeñó, hembra a quien tan mal había sentado el desvío del inconstante carabinero, que hasta llegó a estar enferma de gravedad por tal causa. Otro, conocido por el Chano, era amante burlado, a quien Martín, con ese don especial que para enamorar mujeres le había dado Dios, quitó la novia, consiguiendo entrar en relaciones con ella, después que hubo calabaceado al paisano.

     Estos dos eran, entre todos, los enemigos más irreconocibles que Martín tenía en el pueblo, y que ni en público ni en privado, se ocultaban nunca para demostrar su malquerencia hacia el afortunado galán; cosa que había motivado entre ellos algunas cuestiones que, afortunadamente, hasta entonces no habían tenido mal resultado, pero que se creía en el pueblo le podrían tener, pues ni el hermano olvidaba la mala acción hecha con la hermana querida, ni mucho menos el burlado dejaba de pensar en tomar venganza por el ridículo en que Martin le había dejado; ridículo que le hacía ser blanco de bromas y cuchufletas en el pueblo, que le proporcionaba mas de una cuestión con los mozos de él, y que era causa de que desde entonces anduviera maquinando planes contra el militar, por no poder resignarse a dejar sin castigo al osado.

Uniformes de Carabineros en 1899
(http://miniaturasmilitaresalfonscanovas.blogspot.com.es)

      Ambos rivales de Martín tenían cualidades opuestas, pues mientras Antonio era noble y honrado, en el Chano, la venganza, la ruindad y otras bajas pasiones, se dejaban notar apenas se le trataba.

      Daba también la casualidad, favorable esta a Martín, de que sus dos rivales eran jugadores, algo Antonio y mucho Chano, y que por cosas del juego existían antiguos resentimientos entre ellos, que si ya habían sido olvidados por el noble corazón del primero, recordábalos con frecuencia, y nunca para nada bueno, el segundo, en cuyo pecho empedernido no cabía la dulce satisfacción del perdonar, ni menos aun la de olvidar. De no haber estado enemistados ambos y haber, en cambio, tenido Antonio las criminales intenciones del Chano, a buen seguro que el carabinero lo pasara mal.

     Así las cosas, un suceso inesperado vino a encarnizar mas el odio, pues odio era y no mal querencia el que Chano sentía por Martín.

      El suceso fue la llegada al pueblo de una forastera, hija de honrados pescadores de Conil, que iban a Alcalá, donde en casa de una tía buscaba alivio a cruel enfermedad del pecho que padecía.

     Llamábase la tal María del Carmen, y era una hermosa rubia, de grandes y rasgados ojos azules, de estatura más que regular, fino talle y a la que sentaban muy bien, aun cuando fuer mala señal para su salud, la plácida dejadez, el blanco color de sus hermosos ojos que circundaban grandes ojeras y esos otros mil detalles que, aun cuando son obra de la enfermedad que aquella desgraciada comenzaba a padecer, hacían de ella una verdadera belleza con cara ideal atrayente, de las que, como dicen en el país, tienen ángel.

     La hermosa María del Carmen iba buscando su curación en el aire puro de los alrededores de Alcalá, poblados de salutíferos pinos, por lo que diariamente salía de paseo al campo. En una de esas excursiones, efectuada a los pocos días de su llegada al pueblo, tuvo Chano la suerte de verla, quedándose prendado de mujer tan gentil y pensando al momento declararle su amor. Esto hizo, si no olvidar, porque en él no era eso posible, los planes de venganza que contra Martín fraguaba su cabeza, llevada en aquel asunto por el amor propio herido, al menos dedicar a combinarla tiempo más pequeño, por tener que invertir el de que disponía en el nuevo amor que su corazón había sentido.


En una de esas excursiones, efectuada a los pocos días de su llegada al pueblo,
tuvo Chano la suerte de verla

      Poniendo en práctica tales propósitos, paseaba ante la casa de la forastera la tarde del día siguiente al en que la conoció y en ocasión en que ella se hallaba sentada en uno de los típicos cierres andaluces que el edifico tenia, cuando quiso su mala estrella que acertara a pasar por allí el carabinero Juan Martín, quien al ver a María del Carmen, y quizá sin haberse fijado en Chano o quizá también a propio intento por haberle visto, parose ante el cierre y se puso a requebrar a la joven con la gracia y el donaire que es fama tenía para hacerlo.

     Al ver Chano desde la acera de enfrente a la casa por la que se encontraba paseando, lo que Martín ejecutaba, subiósele la sangre a la cabeza, tomólo como cartel de desafío que el militar le lanzaba , y ciego y tembloroso por la ira, con paso precipitado dirigióse hacia el carabinero, lanzándole insultos y ofensas tales, que éste no tuvo más remedio que vengar allí mismo, ante la hermosa María del Carmen, que huyó despavorida al interior de la casa, cuando vio a los dos hombres empezar a reñir.

      Llevó el militar la mejor parte en la pelea, porque era más fuerte o más diestro, y retirose Chano maltrecho y dolorido, llevando en la cara evidentes señales de haberse en ella posado más de una mano de su rival, jurando en su interior tomar terrible venganza de la humillación que ante María del Carmen había sufrido.

      Desde allí se dirigió a una taberna próxima, metiose solo en uno de esos cuartuchos, que cerrados por cuatro paredes de madera tienen las tiendas de vinos andaluces, mandó le sirviesen media docena de cañas de olorosa manzanilla y con los codos apoyados en la mesa, la cabeza entre las manos y mirando estúpidamente al blanco vino quedose meditabundo a tiempo que el mozo que le había servido salía cerrando tras si la puerta.

     No menos de dos horas pasaron, cuando ya de noche, salía dando traspiés de la taberna y se dirigía a su casa. El plan de venganza estaba concebido, y ésta había de ser terri­ble, á juzgar por la criminal alegría que de­notaba su idiota cara de borracho. ¡Terrible iba a ser en verdad! Chano no mataría a Martín; una puñalada en el corazón o un tiro en la cabeza vengan toda ofensa instantánea­mente, mas no hacen padecer. Mejor que eso era matar al otro rival, al hermano de la que Martín burló, y hacer creer en el pueblo que lo había matado el carabinero; así, al pro­pio tiempo que en Antonio vengaba resenti­mientos antiguos, vería a quien le había hu­millado ante una mujer en la cárcel, primero; en el presidio, después, y quizá más tarde en el patíbulo. ¡Eso, eso era venganza! no el tiro á la puñalada, decía el borracho, con la tartamudez que el vino ponía en su lengua.

     A los dos días de esto, y con arreglo al plan que concibiera, el Chano estaba en su casa vestido con traje de carabinero y esperando algo con marcada impaciencia, que claramente daba a entender por los grandes paseos con que recorría la estancia en que se hallaba, por su estado nervioso, lo mucho que miraba a hora en un gran reloj de caja que frente a la puerta de entrada había y la frecuencia con que dirigía miradas á la calle, por la re­ja de la habitación.

     Pasados unos momentos, entró en ella un chicuelo desarrapado y sucio entregándole un papel que leyó con ansia, y luego que hu­bo terminado la lectura, dió un recado al re­cién llegado; pero en voz tan baja, que sólo aquél a quien se dirigía pudo oír. Después, el chicuelo salió a buen paso y el Chano cogió una faca que estaba guardada en el cajón de una vieja y desvencijada mesa de pino de cuatro patas; la guardó en uno de sus bol­sillos, no sin cerciorarse andes de que salía de la vaina con facilidad y de que estaba bien afilada, cosa esta última que probó cortando con ella un papel en el aire, y tomando pre­cauciones para no ser visto ni conocido, salió bien tapada la cara con una manta de las que entonces usaban los carabineros para el servicio, por una puerta trasera que la casa te­nia, y que daba á las afueras del pueblo.

 
   Por una mala senducha que, casi paralela al rio Alhama y a pocos metros de él, conduce de Barbate a Álcala de los Gazules, caminaba hacia esta última ciudad, la misma tarde en que Chano salió de su casa par la puerta tra­sera, el carabinero Juan Martín, al regresar del servicio de vigilancia que por tal camino le habla tocado practicar aquel día. Su andar era ligero, pues el atardecer comenzaba, in­dicando con sus penumbras que el sorteo del servicio nocturno a que Martín debía concu­rrir, iba a comenzar, cuando al pasar por fren­te á un molino que estaba abandonado y rui­noso, percibió voces de hombres, rumor de lucha, algo extraño, en fin, llegó a sus oídos, que le hizo pararse, escuchar unos momentos y dirigir la mirada hacia el sitio donde debía estar aquello que en otro tiempo había sido molino, y de cuyo sitio parecían llegar los ruidos. Por más que miró, nada le fue posible descubrir, porque las ruinas del edificio que buscaba quedaban a su vista ocultas por el arbolado que entre aquél y el camino existía; mas el oído del soldado percibió claramente en aquel momento un ¡¡Dios mio!! quedan­do luego todo en silencio.

      Comprendiendo Martín que algo grave su­cedía hacia el molino, dirigiose a él seguida­mente, no sin tomar antes la precaución de preparar sus armas; entró en la espesura da árboles cautelosamente y mirando a todos lados para poder descubrir a quien había lanzado la exclamación, y así llegó a dar vista a un costado del edificio, delante del cual había una pequeña plazoleta limpia de árboles. Horrorizado quedó el bravo militar al ver en ella á dos hombres en tierra y á otro, que era carabinero á juzgar por el tra­je que vestía, y que vuelto de espaldas á Martín, hundía en aquel momento mismo su cuchillo en el pecho de uno de los caídos; mas dándose cuenta de lo que allí estaba pa­sando, rápidamente echóse el fusil a la cara y mandó al cobarde que apuñalaba á quien no podía defenderse cesara en su vil acción y se tendiera en tierra boca abajo, si no quería morir allí mismo, de igual modo que es­taba él matando.

      Imposible narrar la sorpresa y la estupefacción que en Chano, pues él era el asesino, produjo la presencia de Martin, á quien na­turalmente conoció al volver la cabeza para enterarse de quien era el que le había sor­prendido; tan grande fue, que se quedó en la misma posición que estaba en cuclillas, sin saber qué hacer, ni mucho menos darse cuen­ta de lo que sucedía. El carabinero también se sorprendió grandemente al ver a Chano en aquel traje y de aquel modo, pero se re­puso en seguida, notó la sorpresa y la estu­pefacción que claramente retrataba en su semblante el falso carabinero, y compren­diendo no debía perder un momento si había de coger al asesino sin que hubiera resisten­cia, le intimó nuevamente a que se tendie­se en tierra, cosa que aquél hizo inconscien­temente, sin saber la significación que para él tenia la acción que ejecutaba. Al verle en tierra Martin se dirigió a él rápidamente y echándose encima, le ató con fuerza los bra­zos detrás de la espalda con el cinto que usa­ba para sujetarse los pantalones, y que a propio intento, se quitó antes de acercarse a él; ayudole a ponerse en pie, recogió su fusil que había dejado en el suelo a pocos pasos de allí, se acercó a los caídos, en uno de los cuales reconoció a Antonio, observó que no necesitaban de su auxilio, porque desgracia­damente estaban muertos, y ordenó al criminal Chano tomase el camino al pueblo, a cuya autoridad le entregó poco después, dan­do al mismo tiempo cuenta de lo que había visto y hecho.

      Al caminar Chano seguido del carabinero y darse cuenta de todo lo sucedido, por su boca salía blanco espumarajo, que no podía contener, a pesar de los grandes esfuerzos que para ello hacia; sus ojos iban inyectos en sangre; su garganta lanzaba apagados gritos o balbucía incoherentes , pues a ambas cosas se asemejaban los ruidos que de ella salían, y en todo su ser se marcaba la profunda ira que le dominaba al ver lo mal que su plan había salido, y sobre todo el ha­ber sido Martín, a quien él pensaba achacar su crimen, quien precisamente le había des­cubierto.

      ¿Qué pasó en la plazoleta del vetusto molino? Pocos días después lo relataba Chano en la cárcel de Sevilla al abogado que se había encargado de su defensa. Decía así:

     Antonio, creyendo que le citaba Juan Martín, había acudido a ella poco antes del atardecer, como la cita demandaba; al llegar, Chano, que le esperaba vestido de carabinero, sin darle tiempo a defenderé, le apuñaló hasta verle caer muerto a sus pies. Cuando el desgraciado Antonio se desplomaba en tierra, un pobre hombre, un viejo leñador que venía cargado con un haz y en dirección al río, sin duda para saciar la sed que el trabajo y la fatiga de la pesada carga le producían, se presentó en la plazoleta. Quedó el recién llegado mudo de terror y de espanto ante aquel sangriento cuadro, y yo – decía Chano a su defensor – al ver aquel testigo de mi crimen, comprendiendo lo expuesto que para el logro de mis planes era una delación que el viejo podría hacer y, seguramente hubiera hecho, lo maté también, pensando que así sería mas grande y mas terrible el castigo que luego impondrían al odioso Martín.

      ¡¡Y pensando en su cobarde venganza, dejándose llevar de sus criminales propósitos y loco ya, cual fiera terrible del desierto, por la vista de la roja sangre que el cuerpo del infeliz Antonio derramaba, hundió su faca, tinta aun en ella, en la garganta del indefenso viejo!!

     Después, su mala suerte, según el criminal decía, hizo que se presentase el carabinero Martín, cuando precisamente al acabar de matar al viejo, clavaba la faca en el pecho de su primera víctima, porque en sus cálculos entraba el dejarla así, contando, entre otras falsas pruebas que había preparado para realizar su venganza, con que el arma tenía grabadas en su hoja las iniciales del carabinero.”

NOTAS

(1) "La Correspondencia militar". Año XXXIV nº 9992 página. 2 Edición del viernes 9 de septiembre de 1910.



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